Los jóvenes en Colombia ascienden a 12,5 millones, nunca habían sido tantos, y sin importar si son conscientes o no de ello, afrontan el dilema de ser por un lado, la principal fuerza del país, y al mismo tiempo, vivir en riesgo de ser una generación pérdida.
La OIT señala que aunque la juventud representa una sexta parte de la población mundial, en materia de desempleo su peso es mayor, pues una tercera parte de los desempleados corresponde a esta franja poblacional, ubicándose en 13,1 % el desempleo juvenil a nivel mundial con tendencia a aumentar desde la crisis económica del año 2008.
El desempleo mundial juvenil, 1995−2015
La situación del empleo en Colombia es dramática y el panorama no augura mejoras. La tasa de desempleo se ubica en 9.9 %, la segunda más alta de Suramérica, solo superada por Guyana y mayor a la de países africanos como Kenia, Mali y Argelia. En materia de desempleo juvenil la situación no es mejor, con una tasa de 15,7 %, Colombia supera tanto el promedio latinoamericano, como el mundial, y si a ello sumamos las cifras de informalidad, tenemos que más de la mitad de los jóvenes se ubican en esta franja.
En materia de seguridad social su presente y futuro son preocupantes. La Misión Colombia Envejece señala que dado el predominio del trabajo informal en la estructura del mercado laboral colombiano, para el año 2050 se reducirá el número de colombianos que accederá a una pensión, llegando apenas al 15 % del total de personas en edad de jubilación. Es decir, 85 de cada 100 jóvenes no tendrá pensión.
Uno de cada cuatro jóvenes se encuentra entre los nininis,
-ni estudian, ni trabajan, ni buscan empleo-
y en el 2050, 85 de cada 100 no tendrá pensión
Por otro lado, la cobertura en educación superior en Colombia apenas llega al 47 %, con el agravante de que la tasa de absorción inmediata -quienes ingresan a la educación superior inmediatamente culminan la educación media-, es de apenas 34 %. Y si entrar a la educación superior parece un chance, permanecer es un baloto; la deserción en educación técnica y tecnológica es superior al 60 %, mientras la universitaria registra niveles del 45 %. Como dice el dicho: “La ignorancia sirve a intereses poderosos”.
En cifras gruesas, este drama puede resumirse así: de cada 100 jóvenes, cerca de la mitad (47) ingresa a la educación superior, de estos “afortunados”, solamente la mitad (23) logran culminar sus estudios para enfrentar un mundo laboral en el que siete de cada diez jóvenes vive en el desempleo o el subempleo y en el que además, para colmo de males, solo 15 de cada 100 jóvenes podrán acceder a una pensión, y ni hablar del drama de los deudores de los créditos usurarios del Icetex y otras entidades financieras que engordan a costa de los sueños y desgracias de las familias colombianas.
Lo peor, es que estas cifras reflejan el panorama de los jóvenes que salen “bien librados”, pues otros no cuentan con la misma suerte.
Análisis del BID, muestran que la exclusión laboral en América Latina empuja al 21 % de los jóvenes fuera del mercado del trabajo y de las aulas, estos son los llamados ninis, jóvenes que ni estudian, ni trabajan. En Colombia uno de cada cuatro jóvenes se encuentra entre los desempleados y los nininis, esta última denominación acuñada por el BID para caracterizar a quienes ni estudian, ni trabajan y ya ni siquiera buscan empleo.
La OCDE -el mal llamado “club de las buenas prácticas”,-condicionó la entrada de Colombia a dicha organización a la implementación de medidas de talante regresivo, como aumentar la edad de jubilación de las mujeres o crear un salario mínimo diferenciado –léase más bajo- para los jóvenes. Estas medidas aceptadas por el Gobierno Santos no son de extrañar. Son parte de la trasnochada receta impulsada por los organismos multilaterales ante las crisis, la receta que aplicaron en Grecia y fracasó: que la crisis la paguen las mayorías.
El embeleco para que las cosas no cambien consiste en ocultar su carácter estructural desviando la atención sobre las causas y responsables de los problemas sociales. El truco está en descargar las culpas sobre las víctimas. En este caso, por ejemplo, se dirá que la razón de la ausencia de derecho a la educación superior es que “no soy pilo”, mientras se oculta la quiebra a la que se somete a la universidad pública y que impide crear nuevos cupos; la culpa de mi desempleo es porque “soy perezoso” o “me falta actitud y emprendimiento”, obviando que el modelo económico neoliberal quebró el aparato productivo arrasando la producción y el trabajo nacional.
Muy a pesar de todo, los jóvenes son la principal fuerza social del país y aún tienen en sus manos la decisión de emprender las transformaciones políticas que den paso a mejores tiempos.
*Esta columna fue publicada originalmente 18 de diciembre de 2015