La mayoría de los buenos futbolistas empiezan a ser víctimas de su talento desde muy pequeños. Entre los 10 y 13 años ya comienzan a aparecer los primeros alacranes –agentes de jugadores- a querer sacar el máximo provecho monetario que se les pueda exprimir a los pequeños; la presión y las obligaciones llegan prematuramente. Pueden explotar entre los 18 y 21 años, y desarrollar su carrera a máximo nivel aproximadamente hasta los 30 o 32, después de eso ya son ancianos decrépitos, todo pasa muy rápido.
Esos jóvenes prodigios tienen al padre –en caso de tenerlo- respirándoles permanentemente en la nuca, carecen de supervisión psicológica, poco van a la escuela, entrenan una cantidad exagerada de horas al día y así tengan cualidades extraordinarias, a veces se topan con entrenadores corruptos que les cobran para ponerlos en el 11 titular. Cuando ya son figuras y juegan en la selección nacional de su país, tienen el jet lag –cambios de horarios entre continentes- permanentemente en sus vidas, y su tensión les provoca un estrés que cuando inicia no cesa. En contrapartida, ganan mucho dinero, son famosos y por lo general se casan con supermodelos, aunque si no saben manejar todo eso, se vuelve una trampa muy peligrosa contra ellos mismos. Algunos la dominan, otros no pueden. Estos últimos terminan con su carrera dentro de la caneca de la basura.
Muchos de esos jugadores adquieren el pensamiento del ya fallecido filósofo y comediante –a veces jugador de fútbol-, George Best. Él decía: “gasté un montón de dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto simplemente lo malgaste”, un pensador excepcional sin duda. Best es sólo uno de los tantos ejemplos de futbolistas que prefirieron la fiesta que la gloria deportiva. Era el sucesor de Pelé decían los expertos, pero él pensaba en otras cosas: “en 1969 deje las mujeres y la bebida, pero fueron los peores 20 minutos de mi vida”, afirmó alguna vez el exjugador del Manchester United.
Otro caso muy famoso es el de Mario Balotelli. Él fue abandonado cuando apenas era un bebé, pero Francesco y Silvia, una pareja de Brescia, fueron su luz al final del túnel. Lo adoptaron, le dieron el apellido y la oportunidad de ser alguien en la vida. Lo logró, sí, es millonario, pero aún seguimos esperando que explote sus grandes cualidades técnicas y físicas como futbolista, y que compita con Messi y Cristiano por ser el mejor jugador del mundo, pero eso nunca pasará, el fútbol no le emociona. Acusado de no gritar los goles, él responde: “Me pagan por eso, por qué habría de festejarlos”. Es que a él no le gusta festejar en la cancha, Súper Mario es feliz festejando en la discoteca.
El exdelantero de la selección uruguaya, Darío Silva, decía que beber antes de un partido era impedir que se le resecara el alma. Cuando tenía 33 años, mientras conducía borracho, Silva sufrió un violento accidente automovilístico. Perdió el control de su camioneta y fue a dar contra un poste de luz. Se fracturó su pierna derecha y luego de una decisión médica, le amputaron parte de la zona afectada. Terminó su carrera futbolística de la forma menos pensada y mostrando cuál no es el camino a seguir.