El general Rodolfo Palomino nació para obedecer a sus superiores y para mandar a raja tabla a sus subalternos. Era agosto del año 2013 cuando el Presidente Juan Manuel Santos le comunicó su designación como nuevo director de la Policía Nacional, paradójicamente, justo cuando había considerado su retiro para atender a su esposa Eva Ardila a quien le acababan de diagnosticar un cáncer.
Eva, su mujer fue la primera en animarlo a tomar las riendas de la institución donde había trabajado 34 años. Asimismo, Santos le fijó prioridades: “Tenemos que mantener la lucha contra la corrupción, la lucha contra esas manzanas podridas que le hacen un tremendo daño a la institución y al país. Implacable, general”, pero dos años después Palomino no logra dormir tranquilo cercado por los escándalos.
Hombre de cuatro horas de sueño en sus desvelos lo atropellan imágenes de una vida luchada. Se ve a sí mismo de nuevo en sus pantaloncitos cortos madrugando a vender cebollas en el mercado de Bolívar en Santander. No lo hubiera hecho sin el permiso paterno, aunque en su casa la generala era su mamá a quien los doce hijos querían con respeto. Mientras el hombre de la casa vendía telas ella gastaba sus ojos enhebrando agujas para coser vestidos con las mismas telas que negociaban los Palomino.
A pesar de la recia disciplina que impartía la matrona, lejos estaba la idea que uno de sus hijos podía ser policía. Sin pensarlo terminó educando un varón a prueba de obediencia y mando. Allí estaba en su memoria el día de la beca completa con la que pudo terminar su bachillerato como interno en el colegio San José de Guanentá, en San Gil, a 160 kilómetros de su pueblo. Un encierro en el que aprendió a madrugar a las 4 A.M., trasnochar estudiando y trotar sin reposo. Allí llegarían las convocatorias de la Escuela de Cadetes de Policía General Francisco de Paula Santander a las que Palomino respondió con entusiasmo hasta hacerse a un cupo de subteniente en el curso Luis López Mesa. Su primer traslado fue al Valle donde lo esperaba un ascenso pero también una cita de amor. Llegó como secretario privado del coronel Eduardo Cotrino, comandante de la Escuela de Policía de Tuluá y fue precisamente con Eva, la cuñada de su superior, con la que después de dos años de romance epistolar -atravesado por 19 encuentros-, terminó casándose.
Los recuerdos de la muerte rondándolo no lo abandonan como cuando en 1992, siendo comandante antinarcóticos en el Guaviare la astucia lo salvó de terminar en manos de la guerrilla tras camuflarse como vendedor de electrodomésticos. Se salvó once veces de los disparos que impactaron los helicópteros en los que se desplazaba en las tareas de supervisión y fumigación. Las condecoraciones y de nuevo los ascensos comenzaron a llegar en un tiempo en que valía más el mérito de una medalla que un escalón para mejorar el sueldo. Entre las 95 condecoraciones y las 110 felicitaciones en la hoja de vida, recuerda la que obtuvo por recuperar 7.000 millones de pesos en un apartamento de Bogotá, donde amaneció dormido sobre ellos para que a sus compañeros no se les dañara la cabeza.
Palomino estuvo en los momentos arduos de la lucha contra los paramilitares en los Montes de María. Fue él quien enfiló la autoridad contra el parapolítico Álvaro ‘El Gordo’ García, quien terminó condenado a cuarenta años de cárcel por la masacre de Macayepo. Una firmeza que los poderosos políticos de Sucre y Córdoba le cobraron al lograr un apresurado traslado que con el tiempo se compensó cuando fue nombrado en el 2007 comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá.
En los insomnios el general repasa las imágenes de las acciones de urgencia para salvar vidas como las del derrumbe del 2010 entre Yopal y Pore en el Casanare donde se le veía superado por un aguacero interminable en plena ola invernal. Porque a decir de sus subalternos, Palomino se unta de barro, con jornadas de 7x24, con una obsesión por capturar delincuentes que lo llevó a armar el esquema de cuadrantes en la policía ciudadana con el cual logró reducir en un 40% los delitos en las grandes capitales del país.
Pero este Palomino de titulares de prensa y reconocimientos poco tiene que ver con el jefe de los más de 230 mil policías que componen la Institución. El malestar es inocultable. Allí están las quejas de intendentes como Richard Sánchez, quien días después de haberse desempeñado como jefe de seguridad de varios congresistas, pidió el retiro, solicitud que respondieron con un inesperado trasladado a la zona roja del Guaviare y ante su negativa de ocupar el puesto terminó en la cárcel de Pamplona acusado de abandono del servicio. O la protesta de miles de patrulleros por el sueldo de un millón de pesos, con jornadas de 16 horas diarias y sin oportunidades de ascenso, con una base de uniformados estancada. El general día a día debe enfrentarse a la inconformidad creciente de los policías que desean acceder a su media pensión o a la pensión completa por sus años de servicio. Tampoco ha encontrado caminos para cumplir la tarea de depurar la Institución. No han bastado los 3.500 policías que han sido despedidos por corrupción porque son otros los escándalos que lo asolan, aún sigue sin resolverse la adquisición por más de $100 mil millones del sistema de monitoreo de comunicaciones PUMA (Plataforma Única de Monitoreo y Análisis) para interceptar las 20 mil lineas que está siendo investigado por la Fiscalía y que la contralora Sandra Morelli calificó como un detrimento de $ 49.000 millones. Pesa sobre el un audio de más de 30 minutos que lo involucra en un tráfico de influencias y además en un acoso laboral. En los audios se escuchan las voces de tres de los uniformados más importantes de la Policía Nacional: Ciro Carvajal, secretario general de la Policía; el coronel Flavio Mesa, comandante de la Policía de Cundinamarca; el mayor Jhon Quintero, asesor jurídico, mientras se reunían con el de coronel Reinaldo Gómez a quien le solicitaban que retirara su denuncia a Palomino para que se archivara el proceso.
Y están ahí también encima sin dejarlo dormir sus ingresos personales que para muchos no daría para haber acumulado un patrimonio de más de $3.000 millones como suman sus propiedades y empresa de transporte que montó cuando era comandante de la policía de carreteras.
El mal sueño lo compensará con su trote matutino. Ha llegado el momento de los diez kilómetros de rigor que le sirven también para intentar desenredar la madeja de líos que le han llovido. Escándalos que incluso han vulnerado su condición personal que trasciende el uniforme y que lo tiene en la mira de la Procuraduría y el propio fiscal general quien asumirá directamente la investigación por un presunto acoso laboral y sexual. Un final inesperado que puede terminar enterrándole 36 años de vida con tan solo cuatro horas de sueño diarias.