“Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido”
Elías Canetti (Masa y poder)
Un lector tipo Castel –casteliano o castillo- es aquel que se blinda para poder entrar en esa zona desconocida de la lectura. Blindarse de antemano para protegerse de lo imprevisto, es parte de su característica. Se protege porque sospecha del texto y del otro que surge ante sí como una amenaza. Recordemos que Castel viene de Castillo y ésta expresión significa: “Castel (arcaísmo que significa castillo), o bien espacio psíquico donde “se refugia una fuerza espiritual vigilante, construida por falsos sistemas autodefensivos”. Silvia Sauter, citando a Ortega (2008, p.17) Luego, blindarse y atrincherarse rodeado de todo tipo de armamento o indumentarias de carácter defensivo, hará parte de las señales particulares del lector casteliano.
Si a algo le teme, este tipo de lector, es a lo desconocido y al rango de incertidumbre –propio de todo texto serio- al que se debe enfrentar; lo mismo se podría decir del miedo a las voces más personales del texto, a su código. Pero, en última instancia, el miedo del lector casteliano es a su yo más íntimo, a su propia voz, esa que trata de emerger en medio de esa polifonía de voces, de las que hablara Bajtin. Solo que, como ocurre en estos casos, no sabe que el miedo al texto es, en el fondo, miedo a sí mismo. “En la literatura de Sábato se entrevé una cierta repugnancia al contacto físico, porque el otro es una amenaza para quien interpreta el mundo…” (Barrero Pérez, 1992)
El otro es un peligro o una amenaza, pero el otro es también un texto, la información que proviene del mismo, la voz del autor; ese otro que viene a expropiarlo, que pone en riesgo su seguridad o que cuestiona sus verdades más arraigadas. El otro es un enemigo potencial; y frente al enemigo siempre hay que estar preparados, apertrechados, guarecidos. El actuar sobreseguro, como una forma de defensa anticipada, establece distancias y genera dudas. La distancia no sólo es física, es sobre todo psicológica o epistémica. La distancia es elusión y, al mismo tiempo, la urgente necesidad de construir toda suerte de conjeturas sobre el otro. La conjetura surge aquí como el sustituto del contacto físico con el otro. Entre uno y otro media la sospecha como conjetura inicial: “Como sucede siempre, empecé a encontrar sospechosos detalles anteriores a los que antes no había dado importancia.” (El Túnel, 2008 p.89) Luego vendrán otras conjeturas que se agregarán a la inicial. En Castel éste hecho funcionará como una espiral: una conjetura lleva a la otra y así hasta el paroxismo. Es la imagen de piezas mecánicas que engranan unas en otras y se mueven acompasadamente; y en ese girar van engranando otras piezas que al tiempo hacen girar otros engranajes: “…mi cerebro estaba constantemente razonando como una máquina de calcular; por ejemplo, en esta misma historia ¿no me había pasado meses razonando y barajando hipótesis y clasificándolas?” (p.78)
La sospecha ante el otro o ante el texto crea distancias. Y en esa distancia no puede haber lectura que valga. La distancia genera toda suerte de anticipaciones. Leer desde la anticipación es caer en la sospecha sistemática, manera de negar la lectura. Esa distancia cognitiva, emocional y discursiva genera distorsiones que se acentúan cuando, muy a la manera de Castel, se busca la prueba desde la misma conjetura, desde sus propias expectativas, prejuicios o anticipaciones. En últimas, busca comprobar que su sospecha es cierta, basado en sus propias premisas.
Ya metido en ese juego silogístico, concluye que la verdad está de su parte. Nada más lógico que examinar las premisas para poder verificar la conclusión. Pero, en última instancia, el pensamiento silogístico no es más que la prueba de que, efectivamente, el lector castillo o casteliano ha renunciado a considerar la información que le llega a través de otras fuentes que no sean sus propias sospechas.
El lector que asume la relación con el texto y con el otro, de carne y hueso o, el otro, que subyace en el texto, de manera anticipada y lo reconfigura según su propio criterio, según su miedo o su deseo, es decir anteponiendo toda suerte de barreras, blindándose tanto psíquica como moralmente para que luego, y a través de la lectura, no le pase nada a su yo más íntimo y, al final, siga prevaleciendo esa condición y consideración de la que partió inicialmente, es un dogmático. Se trata de leer sin riesgo, sin abrirse a las posibilidades de interpelación del texto, encerrándose en lo que cree que sabe. Sus saberes, de existir, los resguarda de cualquier posibilidad de ser puestos en entredicho. Ese tipo de lector va a los textos como a las discusiones con los otros, prevalidos de la idea de que su conjunto de creencias es la correcta, por eso no está dispuesto a someterla a cuestionamientos y consideraciones externas, de aquellas que provienen del otro, ya sea el texto o una voz personal. Es una suerte de dogmático y así opera frente a su mundo. Su mundo es un mundo blindado, que por lo mismo resiste toda suerte de “ataques” externos.
Si algo caracteriza a un dogmático, a un totalitario, es su incapacidad para la risa. Castel, a lo largo de su relato incriminatorio, no sonríe ni recurre al humor; todo en él es adusto, serio, dramático y trágico. Los totalitarios no sonríen porque pierden su estatus y su poder ante los ojos de los demás. La risa, en cambio, es una manera de celebrar el mundo y la vida; la risa establece comunión con los demás. Y Castel, por el contrario, está solo, infinitamente solo. No sonríe. Desconfía del humor como del amor. Los totalitarios han cerrado esa dimensión profundamente humana; por lo general se les ve rodeados de cierta aureola de poder en la que se sienten a gusto. Su misma manera de vestir es cerrada, gris, rígida y acartonada. Es la misma todos los días.
Por eso, Castel, castillo, fortaleza, cerrazón, seguridad plena de que el otro, el enemigo no ingresará, no podrá entrar, quedará fuera, expulsado o golpeando apenas para solicitar su ingreso. Revestirse del equipaje necesario para “tocar” al otro sin atreverse al más mínimo contacto, pues el otro es una amenaza, es como la peste o como el ébola. Cualquier contacto, por superficial que sea, puede representar contagio. El lector que asume el texto de esta manera sabe que al final de su lectura nada le pasará. Tendrá garantizada su plenitud psíquica y moral, además de la biológica. Es el lector castillo o casteliano. Es aquél que decide “operar” sobre coordenadas preestablecidas; es el que sabe de antemano a dónde llegar; es el que planifica hasta el más mínimo detalle para que nada azaroso le ocurra en el transcurso del viaje; es el que se pertrecha de armamento (emocional y cognitivo) para ir al encuentro con el otro; es el que sabe de antemano que su verdad prevalecerá, por eso, da por descontada la victoria personal; es el que antes de ir al encuentro con el otro decide investigarlo para sentirse tranquilo, para que nada extraño le pase. Es Castel rondando y vigilando a María en su lugar de trabajo, elaborando conjeturas sobre sus ocasionales encuentros, suponiendo infidelidades.
Es lo que ocurre con la lectura y los lectores guiados a través de la preceptiva escolar. La escuela, en sus niveles, intentará evitar que el estudiante descubra por sí mismo los límites y las fronteras de su propia subjetividad. Por ello, le traza de antemano posibles interpretaciones, caminos y atajos como a “las caperucitas rojas”, para que no se extravíen en los bosques, donde abundan los lobos de las emociones, siempre frágiles, volubles, traicioneras. La escuela les mostrará las metas y establecerá diques para que no haya ningún extravío por el camino. La pedagogía, en su obsesión anticipadora, dirá que al concluir el proceso de formación, -porque no se acepta la deformación o la transformación-, el estudiante sabrá comprender textos de alguna complejidad. Las pruebas escritas medirán el nivel de conformación o de conformidad, esa sí aceptada, del estudiante.
Al final, se trata de que al estudiante, al lector, no le ocurra nada, al menos, nada trascendente, en el sentido de su formación personal. Leer desde la distancia y la envoltura casteliana, efectivamente, protege al lector de cualquier situación de riesgo que pudiese ocurrir. La pedagogía se encargará de que nada le ocurra a ese joven lector, que sólo deberá leer para responder a satisfacción los deberes escolares y a las expectativas de sus docentes. Cuando se lee para que no (te) pase nada, es cuando se lee para evadir el encuentro con uno mismo. La lectura como evasión es la lectura de consumo.
El túnel del silogismo
Aquel que devora los textos, que se los traga, es incapaz de leer.
Joan-Carles Mélich
El lector castillo es el que se guía por una suerte de lógica de hierro, como la llama Castel. “Esta lógica me pareció de hierro y me tranquilizó…” (2008 p.72) Eso significa que su manera de operar en el mundo lo obliga a pensar sólo a partir de ciertas premisas fiables y extraer conclusiones a partir de las mismas, sin importar que, a la larga, entre la formulación proposicional y la realidad supuestamente aludida no exista otro vínculo que el establecido en la lógica del lenguaje formal; no en la realidad. Es decir, que esta forma de pensar cree más en los vínculos sintáctico-gramaticales que en la realidad misma, con sus matices y complejidades vivenciales. Si todos los hombres son mortales, y Sócrates es un hombre, pues la deducción es apenas lógica, pensará Castel.
En adelante, Castel va a recurrir al expediente de la lógica más cerrada y la exhibirá como si fuese un gran logro. “Son muchas las ocasiones en que el personaje alude expresamente a la lógica, al rigor y al razonamiento” (Rivera 2001) La lógica “casteliana” no le permitirá ver que su manera de pensar y actuar resultará no solo contradictoria sino que, en muchos casos, alcanzará niveles “patológicos”. Ya desde el inicio del relato se puede apreciar la tendencia casteliana a buscar explicaciones a casi todos los actos de la vida, aún a los más triviales. Quizás sea ésta una manera de mostrar cómo la manía explicativa, propia de las ciencias, se traslada a la vida cotidiana, produciendo casos desafortunados como el de Castel: “Pero ¿por qué esa manía de querer encontrar explicación a todos los actos de la vida? (2008, p. 49) Y ¿cómo es posible que el camino de la lógica sea el mismo de su propia ceguera? ¿Acaso, el recurso de la lógica no es el camino de la claridad y la coherencia? Rivera (2001) dice, a propósito de lo antes planteado, “La metáfora del túnel no representa ahora las consecuencias infaustas de la racionalidad, sino el escándalo demencial de una de sus versiones: su versión más enloquecedora, la modernidad”. (p. 47)
La lógica que se evidencia en la construcción del mundo casteliano es absolutamente predecible. Es la lógica del gusano: “Mi pensamiento era como un gusano ciego y torpe dentro de un automóvil a gran velocidad” (2008 p. 65) Se trata de ir rápido, se trata de consumir rápido, de ingerir toda la información que se presente. No hay tiempo para la digestión de lo que se consume; es necesario consumir para acumular, en el mejor sentido capitalista de la sociedad de consumo, quizás porque acumular es sinónimo de riqueza. Puestos sobre la línea infinita del progreso, es necesario avanzar –no retroceder- porque sólo la delantera es sinónimo de progreso, como en la metáfora del tren. Pero, ese consumir deprisa sólo conduce a la llenura y al hartazgo. El lector casteliano es un lector que padece de llenura, quizás, por eso no lee, consume.
Siguiendo ésta línea de pensamiento, se podría afirmar –tesis típicamente casteliana- que el protagonista está enfermo por exceso de análisis, por exceso de razón. El pensamiento silogístico es una enfermedad legal que con el paso del tiempo, de no tratarse de manera adecuada, producirá monstruos razonadores. Lynn Segal la descubrió hace ya algunos años, y la plantea de la siguiente manera: “Así como el lenguaje nos confunde al atribuir la luz a la bombilla eléctrica, también el silogismo nos confunde al atribuir las propiedades del observador al sistema observado. Inconscientemente inventamos estas propiedades con la lógica y suponemos que las descubrimos en los sistemas que observamos” (1994, pg. 70) Es básicamente lo que hace Castel, en su manía de andar buscando explicaciones, lo mismo que elaborando conjeturas e hipótesis de todo tipo. Salvo que en lugar de comprobarlas en la realidad “real”, se conforma con extraer conclusiones de sus propias premisas. Es decir, que se mueve constantemente sobre el puro plano del lenguaje proposicional; evita la contrastación con los hechos, lo que lo obliga a vivir inmerso en la máquina conjetural que él mismo creó.
Tal como lo describe Segal (1994), Castel asume que todo lo que ve en los demás, sobre todo en María, es parte de las características que definen a tales personas, cuando en realidad está sucediendo un hecho curioso: el pensamiento abstruso de Castel le asigna propiedades a las personas que sólo le corresponden a Castel, sólo que Castel está ciego y no se da cuenta que no se da cuenta. Castel no sabe que se está mirando a sí mismo; no quiere reconocer que la imagen que le regresa el espejo, donde se mira, le parece abominable, aborrecible, quizás porque es la suya y prefiere pensar que es la de María, la de los otros: “Diré antes que nada, que detesto los grupos, las sectas, las cofradías, los gremios y en general esos conjuntos de bichos que se reúnen por razones de su profesión, de gusto o de manía semejante”. (El Túnel, 2008 p. 54) Prieto Rodríguez et al 2005, lo dicen de otra manera: “No hay miradas neutras, puesto que todo mirar, dice Merleau-Ponty, es un pensamiento condicionado (1985); de tal forma, en la mirada ya existe lo mirado, en la actividad del mirante ya existe el cuerpo propio…”(pg.125).
En buena medida, lo que hay que entender aquí es que Castel, recurriendo a los dispositivos del silogismo, pretende hacernos creer que todo aquello que dice, describe y concluye sobre María es la verdad, en tanto que corresponde con los hechos. Al final uno podrá comprender que esa tendencia neurótica a buscar explicaciones, a establecer conjeturas, a comprobar premisas, a ordenar ideas y examinarlas para revisar su posible certeza se compendian en el silogismo: “María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una prostituta”. (2008, Pg. 176)
No hay salida. El túnel de Castel es su propio modo de razonamiento. Sin saberlo, permanece atrapado en sus propias conjeturas. La lectura que hace Castel de María y de la realidad pasa por el tamiz de sus especulaciones. El polo razonante de Castel está alterado; la máquina de calcular hipótesis presenta serios desfases entre sumas y restas. La realidad para Castel es una hipótesis improbable y, aun así, busca validarla apoyado en sus premisas, en sus sospechas. Las proposiciones de Castel están elaboradas en la sospecha metódica y en la duda constante. María es una prostituta. La formulación silogística no deja lugar a dudas. El inductivismo como modo de razonamiento propio de la ciencia es infalible. No hay lugar a dudas. La conclusión del silogismo es inapelable.
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