Lo que encendía las fiestas de los niños bien del Golfo Pérsico, hasta hace unos años, era el captagón: un comprimido a base de anfetamina, metanfetamina y cafeína que les impedía dormir y les quitaba el hambre mientras aumentaba su concentración y sus reflejos. Los llevaba a un estado de euforia con un exceso de confianza en sí mismos: no les dejaba sentir miedo ni dolor.
Ahora se consigue en cada esquina de Siria, como si se tratara de dulces, porque les da fuerzas a los yihadistas para matar. Los extremistas prefieren pagar la penitencia sin dolor, y para eso saturan sus venas con comprimidos o inyecciones de esta droga que consigue que el delirio que sienten los libere de culpas. Además, como es tan fácil de conseguir, lo utilizan los niños desde los 12 años porque les ayuda a mantenerse enfocados en el colegio, a perder peso o a combatir el aburrimiento.
Cuando los yihadistas probaron sus efectos, y experimentaron en una larga vigilia alucinaciones que hacían divertido el tormento, empezaron a consumirla justo antes de amarrarse explosivos a su cintura, como si se tratara de un juego, o para decapitar sin remordimiento a cualquiera que se cruzara en su camino. Además, como elaborar la droga es fácil y barato -cuesta céntimos hacer una pastilla, pero se vende a 15 euros- los extremistas crearon en Siria, desde el 2011, el principal centro de producción de captagón del mundo que les ayuda a financiar su armamento. Es un negocio que comparten con los propios jeques. En octubre pasado detuvieron al príncipe saudí Abdel Mohsen, que viajaba en su avión privado hacia Riad, capital de Arabia Saudita, porque llevaba dos toneladas de la droga. En promedio, se incautan al mes 200 millones de dólares de Captagón.
Esta droga es un gusto que reciben como regalo divino grupos yihadistas como el Estado Islámico, el Frente Al Nusra y el Ejército Sirio Libre para mantener su batalla religiosa en pie. Con ese método, el año pasado el Estado Islámico llegó a matar a 168 personas por día, a 38 personas en el ataque de Túnez de junio pasado, y a las 129 personas que murieron el día del horror en París, como parecen probarlo las jeringas que encontraron en la habitación del hotel desde donde prepararon los ataques.