Con los años entendí que hay estupendos chefs que cocinan recetas que a mi no me gustan. Y eso no me hace mejor comensal a mí, ni peores cocineros a ellos. Ah, y aplica para variado asunto, no solo para la mesa.
Es complicado el mundo de los gustos y las preferencias, obvio, pero eso no nos puede cerrar los ojos para admitir lo que a simple vista puede reconocerse. Estoy hablando de estética, también, no de moral. Hablo del talento de la gente a la hora de hacer su trabajo. Hablo del talento que tiene raíces de disciplina, esfuerzo, dedicación.Y conocimiento. Además del talento sostenido en un amor infatigable por lo que la profesión porque, convéncete, el camino de la música no es un senderito fácil de transitar sin la tentación de abandonarlo ante el coro de puertas cerradas, críticas depredadoras, ausencia de escrúpulos de algunos “gurús” que no entienden que el modelo del negocio de la música cambió definitivamente y ellos ya no son semidioses. Los músicos que hacen parte de la lógica de la industria del entretenimiento no viven cada momento como instante de instagram. Aunque esa sea la imagen del filtro ante tus ojos.
Cada noche, cuando se presentan frente al público, están delante de un prejuicio y un juicio que les reclama máxima entrega: “yo pagué el boleto, canta para mí”. Nadie viene a ver si hoy el músico está triste aunque tenga el día más jodido de su existencia ¿un reguetón melancólico? No gracias. Yo vine a la fiesta de mi vida. Ellos tienen el compromiso de hacerte sentir —querida audiencia, público divino— que cada instante es único aunque lo que ellos vivan sobre el escenario sea rutina.
En algún lugar de mi mente, justo ahora, Héctor Lavoe y Rubén Blades interpretan a dúo El Cantante.
Vuelvo a lo de la cocina para decir que no entiendo el canibalismo como dieta. Ese antojo de devorar a los demás por el simple gusto de ver hervir al prójimo cuando progresa por los méritos de su trabajo. No. No es lo mismo decir “no me gusta” que decir “es malo” y seguir con una lista de descalificación que raya entre la mentira, la ofensa y difamación. Me rehúso a integrar el equipo colombiano de tirapiedrismo, ese deporte nacional que confunde crítica con lapidación.
Qué bonito es alegrarse por alegrías ajenas. La reciente noche de los Premios Grammy Latinos fue desbordadamente colombiana, plena de talento, confirmación del reconocimiento para una generación que es hija de otros que abrieron el camino años atrás. Noche de orgullo, sí. Y también de sonrisa.
Como es natural en el paisaje del país no faltaron luego los que dicen que ese premio poco significa —porque no es en inglés, baby— que son mejores los artistas independientes —aunque todos dependemos de algo— que es que aquello no es música —cuando lo que quieren decir es que no les gusta un género, y eso es distinto— y un largo etcétera que va poniéndose en peor tono, al que conviene poner en mute porque deja atrás la argumentación seria y se queda en bilis pasional.
Apertura de J. Balvin con Ginza, la canción en español del momento de la mano de la canción en inglés del momento, aplauso cerrado y sala de pie con Chocquibtown en su Salsa y Choque, Maluma en escenario levitante, inolvidable homenaje al orgullo de ser colombiano con Bomba Estéreo y Will Smith en su Fiesta y el cierre vallenato marcaron el pulso de una de esas noches que siempre han tenido aire mexicano como sinónimo de latino y esta vez fue la bandera de aquí la que dijo presente. Vibrante. Colombia en la casa. Y en la lista de premiados también.
Diré esto sobre dos de los premiados: me alegra todo lo bonito que suceda con Jose —José Álvaro Osorio Balvin— el hombre que da vida a J. Balvin. El espíritu que lo alienta es un profesionalismo que pocas veces he visto y que explica su éxito. Una persona que ahora cosecha las sonrisas de la siembra que ha hecho con tanto esfuerzo, disciplina y dedicación. Qué bueno que le pasen cosas buenas a gente buena. Este Grammy que recibió es solo el primero de una lista que seguro será larga. Bien por él y por los suyos, por toda La Familia. Un hombre con un corazón que no olvida la palabra barrio y que es generoso y comprometido con los demás cuando siente que la realidad le reclama apoyar a una comunidad. Lo sé de cierto.
Me alegra la buena ventura de ChocQuib Town, ellos son constante reivindicación y voz de ese pedacito de África en Colombia que es el invisible Chocó del que salieron, como todos los que logran salir de allí, a pulso y con porfía. Y no han olvidado el camino de vuelta. A donde van llevan a Condoto y Yesquita en la piel. Este trío que son dos hermanos y dos esposos decidieron apostar todo, en esa famiempresa que son, por un futuro que no sabe de imposibles, que encontró en el amor el camino a la satisfacción. Goyo, Tostao y Slow son inspiración.
Me alegro por ellos, ya lo dije, y por todos los demás también. Insisto.
Permítame decirle, doctor, que la música hecha en Colombia goza de muy buena salud. Seré obvio: esto no es solo un momento, es La Hora de la Música Colombiana. Nuestro género son todos y es uno: se llama Talento. Pasen, la mesa está servida.
@lluevelove
http://https://www.youtube.com/watch?v=A9BEfypDmcU&feature=youtu.be