Como la mayoría de los que ahora leen mis letras, nací en el país de la impunidad. Hace poco más de 25 años, en Bogotá, mi madre me expulsó con violencia por su vagina, dejando que mis pobres ojos conocieran este mundo horrendo al que nadie me consultó si quería venir. Aunque, la verdad sea dicha, tuve -al igual que ustedes- peor suerte que la mayoría de la población mundial, pues como les dije anteriormente nací en Colombia. Y eso es un peso enorme que ustedes y yo vamos a cargar siempre en la espalda, sin importar que vivamos en Suiza o Bangladesh. Un país que es un hábitat en el que conviven mafiosos, corruptos, politiqueros, desgraciados, indiferentes, egoístas, estúpidos y cómplices.
Sin embargo, claramente, lo que más desprecio de Colombia no tiene nombre propio; más allá de que, en caso de que fuera necesario, no dudaría en decir que lo peorcito que nació en mi país es un señor que se llama Álvaro y se apellida Uribe Vélez. El machismo que germina y existe en la mentalidad de los colombianos es lo que más repudio. Y con colombianos, evidentemente, no me refiero solo a los varones que se emocionan escuchando canciones de ídolos populares como Diomedes Díaz y Darío Gómez –personajes a quienes los canales de televisión no se han cansado de hacerles homenajes- que no hacen más que relatar historias plagadas de una supuesta superioridad moral y física del hombre en cada una de sus letras, sino que incluyo también a las mujeres de nuestro país.
Siempre he pensado que hay frases estúpidas y miserables, estampadas en el pensamiento colectivo colombiano, que denotan que el mal del machismo está instaurado en todas las esferas sociales de nuestro país. Que a una muchachita –quien amablemente hizo un almuerzo para sus familiares- sus allegados le digan “ya se puede casar”, tras probar la exquisita comida que preparó la joven es, sin lugar a dudas, algo ofensivo y ruin. Esto demuestra que, entonces, el único requisito que debe cumplir una mujer para llegar al altar es el de saber cocinar, para que su futuro esposo se acostumbre a comer a la carta, gratis y con postre sexual en la comodidad de su casa. ¡Algo realmente ridículo!
Colombiano que se respete, adulto y con alguna relación sentimental en el recuerdo, tuvo que haberle dicho en algún momento a su pareja, en medio de una discusión, que el germen del problema era que la mujer estaba menstruando. Nada más tacaño, intelectualmente hablando, que utilizar un prueba como esta, con el fin de descalificar los argumentos de alguien. Eso sería tan estúpido como aseverar que, por ejemplo, el señor Juan Manuel Santos es un inepto porque no tiene buen sexo hace años. Pero ahí no termina la cosa. Dudo que exista un solo compatriota que no haya escuchado a un varón diciendo que las mujeres no saben conducir, como si tuviera algo que ver con las capacidades al volante que el conductor posea un pene o una vagina entre las piernas.
El machismo, por ejemplo, está grabado como con cincel en la mente de los dirigentes políticos colombianos que viven en el siglo XXI pero parecen pensar como cualquier parroquiano que habitó el planeta antes de la ilustración. Roberto Gerlein, el fósil que está sentado en una de las sillas del congreso desde 1974, alguna vez dijo “las vaginas del Senado se llenaron de malos pensamientos”, mientras defendía a capa y espada al expresidente Andrés Pastrana de las acusaciones de las también parlamentarias Piedad Córdoba y Viviane Morales. Otro comentario infame del cacique electoral conservador que, lamentablemente, cuenta con miles de seguidores en toda Colombia. Aunque esa declaración, por supuesto, no es grave, si tenemos en cuenta que en el 2011 –en medio del escándalo del exentrenador de la selección nacional de fútbol, Hernán “bolillo” Gómez, quien maltrató a una mujer en Bogotá- la senadora Liliana Rendón dijo “si mi marido me casca, será porque yo me lo gané”. Imposible llegar a escuchar un argumento más indigno, despreciable y mezquino, pronunciado por una mujer. No obstante, por aquello de que Colombia no para de sorprenderme, no me atrevo a asegurar que no haya otra mujer en el Congreso que defienda de esa forma a un hombre que maltrata a una de su mismo sexo.
Por suerte para mi país, existimos colombianos que, como yo, hemos logrado erradicar esa práctica obsoleta de nuestra conciencia. Gabriel García Márquez, sin ir más lejos, dijo el 15 de octubre de 1992 “lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo. No creo que un sexo sea superior o inferior a otro. Creo que son distintos, con distancias bilógicas insalvables, pero la hegemonía masculina ha malbaratado una oportunidad de diez mil años”. Ojalá los colombianos, aunque sé que no lo harán en el corto ni mediano plazo, puedan alguna vez comprender el peso de las palabras de una de las eminencias intelectuales más importantes que ha conocido el planeta tierra. El machismo, en todo caso, algún día va a avergonzar tanto a los hombres, como a los humanos nos avergüenza que haya existido la esclavitud.
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