El terrorismo tiene básicamente dos objetivos: infundir miedo y atacar símbolos, por eso lo que ha hecho el Estado Islámico este año en París cumple cabalmente los dos objetivos. Cuando asesinaron a casi toda la plana directiva del semanario Charlie Hebdo, golpearon el símbolo de la irreverencia conceptual y amedrentaron a todos los caricaturistas del mundo. Lo mismo el doloroso viernes 13 cuando golpearon a la ciudad en sus sitios de música, fútbol y comida, como un ataque a la vida occidental y generaron pavor en la cotidianidad de la Ciudad Luz.
Es cierto que atrocidades como esas o peores cometen todos los días, en otros sitios, los terroristas y fanáticos de la guerra santa del islamismo. Secuestran niñas, degüellan prisioneros frente a las cámaras, derrumban aviones civiles, arrastran los cuerpos de los fusilados, etc. etc. Parece como si quisieran agotar el inventario de la infamia y la perversidad.
Es cierto también que grupos de todas las pelambres, fanáticos religiosos o ideológicos, han cometido actos de barbarie a lo largo y ancho del mundo. Aquí en Colombia hemos tenido nuestra cuota de terror con las motosierras de las AUC, las bombas de los carteles de la droga, los secuestros de las Farc o las voladuras de oleoductos del ELN, para solo citar algunas de los peores hechos de nuestro terrorismo.
Sin embargo me parecen injustas las críticas que se hacen en las redes sociales a la utilización de los colores de la bandera francesa en los perfiles virtuales. Allí han dicho que el mundo no se manifestó de la misma manera cuando se produjeron estos horrores en Colombia. Puede que no lo haya hecho, o puede que sí. No lo recuerdo y habría que hacer un análisis de contexto, de esos que manda a realizar el fiscal a Natalia Springer, para saber los porcentajes de reacción ante los hechos terroristas.
No se trata de medir con un metro
la capacidad de respuesta o la solidaridad
del mundo con nuestro drama interno
No se trata de medir con un metro la capacidad de respuesta o la solidaridad del mundo con nuestro drama interno. No podríamos decir que si con nosotros no ha existido la misma reacción o el mismo rechazo mundial a nuestro terrorismo, entonces no debíamos habernos solidarizado con los franceses o con los estadounidenses después de la Torres Gemelas. Eso parece mezquino, la solidaridad no se condiciona. Si nos parecen atroces esos hechos debemos expresar repudio sin esperar ninguna retribución, ninguna contraprestación.
El terror es terror, apunta a eso, a buscar cada vez un objetivo que cause mayor impacto en la opinión pública. Eso es lo que hace el EI con su escalada de asesinatos y ataques a hitos, a símbolos de lo que odian, como lo es la capital de Francia, símbolo de la libertad occidental, esa que tanto estorba al fundamentalismo islámico. Y contra ese tipo de actos asesinos la respuesta debe ser contundente también desde lo simbólico. Por eso fueron tan impresionantes algunas acciones posteriores a la masacre de ese fatídico viernes 13.
Que las personas asistentes al estadio salieran cantando la Marsellesa después de la masacre, que las gentes de París el domingo llenaran las calles y plazas con cantos, flores y bailes y que un hombre escriba una carta conmovedora en las redes sociales en la que asegura que la muerte de su querida mujer en manos de los fanáticos del islam no lo empujará al odio, son todos hechos simbólicos de respuesta al terrorismo yihadista.
Todo terrorismo debe ser rechazado, suceda en Colombia, en Beirut, en Europa o donde sea. Es necesario que la guerra santa o las ideologías extremas sean rechazadas sin duda y sin comparar acciones: todas son criminales y todos son asesinos, así algún día haya que sentarse a dialogar con esos monstruos, para convencerlos que dejen de matar.
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