Cuando tenía 11 años le servía en Filipinas, bajo la mirada atenta de su padre, rayas de cocaína y porros que él mismo armaba a Dennis Hopper y Marlon Brando mientras estos se tomaban un respiro del extenuante rodaje de Apocalypse now. Martín Sheen creía, como la mayoría de artistas en la década del setenta, que las drogas expandían la mente y que su hijo podría llegar a convertirse en un genio si se dejaba guiar por los designios de la cannabis sativa.
Tres décadas después, mientras terminaba una fiesta de treinta y seis horas soportada a punta de vodka, anfetaminas y coca, Charlie Sheen se encontró a Chuck Lorre, el creador de Two and a half men la serie cómica más vista en los Estados Unidos y por la cual el actor cobraba dos millones de dólares por capítulo. Sheen lo espetó diciéndole que no tenía talento y que, gracias a él, su programa se había convertido en algo importante porque, en el papel, la serie era “Sólo mierda”. Lorre recordó los días en que Sheen se arrastraba por el set, las fianzas que él pagó de su propio bolsillo para sacarlo de la cárcel las veces que era sorprendido esnifando polvo blanco, teniendo sexo casual con una prostituta en la improbable intimidad de su auto, o atacando a la gente, en ataques repentinos de locura, con chuchillos de cocina y sin dudarlo lo echó de su show. Charlie se quedaba sin empleo y para celebrarlo llamó a su harén de actrices porno, llenó una bañera con vodka, su bebida favorita, y rumbeó hasta que un colchón en llamas salió despedido por la ventana del hotel donde se hospedaba.
Desde que nació, el 3 de septiembre de 1965, ha coqueteado con la muerte. El cordón umbilical de su madre se le enredó en el cuello en el momento del parto y estuvo a punto de asfixiarse. El médico, después de haberlo sacado vivo, fue honrado bautizando con su nombre al pequeño: Charles Irwin. A los 15 vivía una adolescencia llena de lujos en Malibú. Era un pitcher destacado y, con los gamberros de la zona, encabezados por Sean Penn y Rob Lowe, formaron una pandilla a la que llamaban el Brat Pack. La consigna del combo era sencilla: acostarse con todas las chicas disponibles, atiborrarse de drogas, vivir rápido y dejar un cadáver hermoso. A los dos años el único que quedaba en la pandilla era Sheen. Martin, preocupado por su hijo, le compró un BMW en su cumpleaños número 16. Al poco tiempo la policía encontró el auto en una cuneta. Adentro, con rastros de vómito en la camisa, un porro apagado blandiendo de una mano y un puñal con mango de marfil amarrado en su tobillo, estaba Charlie.
Sin saber qué hacer con su hijo y sintiéndose culpable por la educación que le había dado, Martin movió sus contactos y le consiguió dos papeles secundarios en películas menores. No se esperaba mucho de él en el cine hasta que Oliver Stone lo escogió como protagonista en Platoon, la gran ganadora en los Oscar de 1987. Un año después el mismo director lo llama para protagonizar Wall Street y Sheen pasaría a ser la estrella más rutilante en el cielo de Hollywood. La celebración de estos dos éxitos consecutivos fue estruendosa. Su mansión en Los Ángeles estaba poblada día y noche con las actrices porno del momento. En esas fiestas se hizo novio de Gynger Lynn, emblema del cine rojo de finales de los ochenta. Buena parte de las cinco mil mujeres con las que presume haber estado pasaron por esa mansión.
En la resaca perpetua en la que se había sumergido, Charlie olvidó ir a las pruebas de Nacido el cuatro de julio película que Oliver Stone había escrito para él. Lo reemplazó a última hora Tom Cruise y desde ese momento empezó el espiral descendente para Sheen. Decidió dedicarse a la comedia en películas tan olvidables como Scary Movie. Se empeñó en coleccionar armas de fuego, afición que lo volvería a poner en la primera plana de los periódicos. Kelly Preston, su esposa de esa época, encontró los pantalones de su marido tirados en el suelo del baño, los recogió y del bolsillo salió una pistola que, al caer al suelo, disparó una bala que daría contra el inodoro. Una esquirla de porcelana se incrustaría en su brazo. Lo que los periódicos dijeron fue que Charlie le había pegado un tiro a su esposa. 250 mil dólares tuvo que pagarle a Preston por dejar sus pantalones tirados en cualquier parte.
En 1998, sumergido en una orgía inacabable, Sheen volvió a coquetear con la muerte. Una fiesta de dos semanas terminaría con una sobredosis de cocaína. Otra vez la rehabilitación, las culpas, y, por supuesto, las orgías con su parche favorito: las actrices porno.
Los primeros rumores sobre su enfermedad las dio la actriz porno Scottine Ross hace cinco años cuando, al entrar al baño del actor, encontró antiretrovirales que sólo servían para una cosa: retrasar los efectos del virus del SIDA.
Durante una década, encarnando a Charlie Harper, Sheen volvió a los niveles de popularidad que tuvo a finales de los ochenta. La gente amaba su desenfreno, su culto al sexo y a las drogas duras. Su imagen se asociaba a la de Sinatra, a la de Keith Richards. Era el sexópata alcoholizado y exitoso que todos los hombres sueñan ser. Con la confesión que es portador del VIH desde hace varios años, Sheen, lejos de enterrar su espada, ha dicho que puede controlar a su antojo y que la fiesta continuará hasta que se apaguen las luces.