El profesor Oswaldo Moreno recuerda haber salido al patio de la institución escolar del gimnasio anexo a la Universidad del Chocó en horas de recreo y ver a un niño menudo de contextura, jugando descalzo, quien recibió un balón desvencijado en la mitad de la cancha y que le pegó tan duro que el arquero no fue capaz de meterle las manos. Gol. En 20 minutos aquel espigado estudiante hizo media docena de goles más. Oswaldo, profesor de educación física, le siguió las zancadas hasta que sonó la campana para volver a clases. Justo cuando el niño se estaba poniendo de nuevo sus zapatos escolares, que parecían un espejo por lo limpios, el profe lo alcanzó y le preguntó su nombre.
—Jackson Martínez Valencia, profe—, respondió.
Pero a Oswaldo le inquietó era el por qué jugaba descalzo, de suerte que el niño le explicó que su padres eran muy estrictos y si jugaba con los mocasines puestos los podía dañar y además se podía delatar porque sus progenitores no querían que el menor tomara el camino en el que había fracasado su papá. El profe cayó en cuenta que Jackson era hijo de su amigo de adolescencia con el que había jugado en la selección Chocó y quien había llegado hasta el Cóndor Fútbol Club, un equipo de la división B del fútbol colombiano.
—Ah, tu eres el hijo de Cha Cha Chá, de Orlando Martínez, si somos hasta familia. Yo lo busco para que te deje ir a entrenar—le dijo Oswaldo, felicitándolo por su talento.
Tal parece que Jackson le indicó que si lograba que lo dejaran, sería los fines de semana, porque de lunes a viernes después de salir de la escuela tenía que cuidar a sus hermanitas Lady y Yadira. Como un monje tibetano esperaba pacientemente los domingos porque los sábados se los dedicaba al centro cristiano de la Cruzada Estudiantil, donde su mamá, creyente absoluta, lo enviaba para estudiar la Biblia. El propio papá de Jackson quien también se desempeñaba como educador lo llevó a la escuela de fútbol, lo vio jugar y supo que tenía que darle todo el apoyo. Su formación siguió siendo estricta: se le reprendía cuando pasaban las 7 de la noche y no llegaba a casa por estar jugando la cancha de Los Alamos; como desde hace varios siglos no ha existido un día en el que no llueva en Quibdó, el muchacho se las tuvo que ingeniar –dejando un balde con agua, jabón y un trapo- para regresar a casa sin una gota de barro que revelara que solo respiraba fútbol. Había que estudiar primero y el premio era entrenar.
El fútbol es una mezcla de talento, perseverancia y suerte. Las tres confluyeron en su momento. Los abuelos maternos del Jackson se fueron a vivir a Medellín. Ya había donde quedarse. “Jackson no era el más técnico con el balón, pero si se le daba un segundo cerca a la cancha era gol”, dice Wilson, es decir estaba todo el talento. Roscas han existido siempre en el fútbol, a Martínez lo dejaban para los segundos tiempos porque había que meter al hijo de uno de los que aportaban dinero para las camisetas del equipo. Jackson ya sabía lo que era tener paciencia y perseverar. Sus notas siempre fueron buenas en el colegio, no era de irse a parar a la esquina a perder tiempo o aprender malas mañas, casero per se. Con aquellas acciones logró convencer a su papá y a su mamá de dejarlo ir a probar suerte a Medellín y vivir con sus abuelos. “Me voy a portar bien”, les dijo y lo cumplió.
Con su abuela lo primero que hizo fue conseguir colegio. Sabía que eso tranquilizaría a sus papás. Días después, sin ayuda de nadie cogió varios buses y se fue a tocar las puertas de las divisiones inferiores del Medellín, Nacional y Envigado, pero ni siquiera lo dejaron tocar la cancha. Entonces apareció el equipo del barrio Enciso. El profesor lo vio cobrando tiros libres imaginarios y de inmediato lo llamó. El hombre del Deportivo Enciso aún tiene en su memoria un rasgo que le dejó claro quién era ese muchacho que por suerte había llegado al equipo. El primer día de entreno Jackson llegó con unos tenis en una bolsa y con los ocho mil pesos que debía dar para el uniforme del equipo –dinero que con esfuerzo le habían mandado de Quibdó-, entonces se presentó uno a uno con los niños que estaban en el equipo ofreciéndoles su mano como le había enseñado su madre. Los saludó a todos. Claro, algunos se burlaron. Pero cuando hicieron juego de campo, los silenció de entrada con dos goles. Desde ese día, los niños al llegar a la cancha se comenzaron a saludar con un estrechón de manos.
En el torneo metropolitano de Medellín en la categoría prejuvenil, Jackson sobresalió con más de 30 goles; entrenadores de las inferiores del Deportivo Independiente Medellín pusieron sus ojos en él. Como lo único que le interesaba al chocoano era ser un profesional del fútbol, fue mucho tiempo después que se enteró que había sido vendido por 15 millones de pesos a su nuevo equipo. No reparó en arreglar algún dinero para empezar a entrenar, más bien veía como una oportunidad anaeróbica el caminar más de 20 kilómetros de su casa a la sede de las inferiores del Medellín y hacer el mismo ejercicio de regreso. Sin que se lo pidieran no dejó de leer la Biblia y de asistir a la Cruzada Estudiantil en la capital de Antioquía.
Su nombre era lo único que sonaba en los equipos menores del rojo, de tal suerte que Pedro Sarmiento lo mandó llamar para que entrenara con el equipo profesional, era el año 2004. Para su edad y estatura estaba un poco bajo de peso; los goles en los entrenos, su puntualidad y quedarse trotando después de las extensas jornadas, hicieron que se ganara a punta de sudor que el equipo iniciara un tratamiento de nutrición. El 2 de octubre del año 2004 en el Atanasio Girardot se enfrentaron el Deportivo Independiente Medellín Vs. Junior de Barranquilla. Sarmiento había convocado a Jackson a la banca. Tenía 18 años. Entró y por los nervios participó en dos jugadas que no salieron muy bien. La gente la emprendió contra el jugador. Desde ese día supo que debía cubrirse de caballerosidad y tenacidad para el resto de su carrera.
Como en el la historia de Buda que se sentó a esperar por años a que le llegara su día para generar una conducta, muy pocos saben que Jacksón esperó más de 1500 días [cuatro años], pacientemente entre la banca y la tribuna, su momento. En el año 2008 ya estaba con todas sus capacidades en el nivel, participó en 23 partidos, la mitad como suplente pero hizo 10 goles. Su sueldo era de $400.000, la mitad se la entregaba a sus padres para la manutención de la casa. Su mamá ya se había trasladado a Medellín con sus dos hermanitas. El temperamental Leonel Álvarez llegó al equipo al año siguiente. Sin putear, sin decir groserías, pero con esas bajadas de caña que algunos comentarios pueden afectar, Leo puso sus ojos en la carrera de Martínez. Callado, siempre asintiendo los embates del pase que no dio, de la pelota por la que no desbordó, del desmarque que no hizo, Jackson mostró sus notas finales: en ese torneo hizo 18 goles y superó el record de Léider Preciado en torneos cortos.
El día que debutó con la camisa de la Selección Colombia, lo hizo con gol. Al profesor Eduardo Lara lo desesperaba la timidez, tanto que uno de los jugadores de aquella selección cuenta que en un tiro de esquina, un contrario escupió a Jackson, el muchacho se limpió para seguir la jugada, pero su compañero no soportó la humillación y se le fue encima al ecuatoriano. Quien terminó por calmar la pelea fue el propio agredido, Jackson. “Vamos a jugar, vamos a jugar, muchachos”, les decía en medio de la trifulca.
Su palmarés está en Wikipedia. Ha ganado todo en donde ha estado. Tanto que es el jugador colombiano con más goles en Champions League. Curiosamente cuando le preguntan cuál ha sido el partido de su vida, responde por uno al que lo metieron a regañadientes: “Contra Japón en el mundial de Brasil 2014. Esos dos goles ante Japón han sido los que más han representado en mi carrera porque fueron en el torneo que siempre soñé jugar alguna vez en la vida”.
Pero la vida es una tómbola. Acaba de llegar al tercer club más importante en esta temporada de España. Ha marcado goles. Pero sigue en la banca de la Selección Colombia. A la prensa no le ha querido dar detalles sobre lo que pasa de puertas para dentro con el técnico argentino Néstro Pékerman; quien en el último partido, por ejemplo, prefirió meter a un desconocido jugador que participa en torneos de Estados Unidos. Al contrario, Jackson Martínez aplica la de los caballeros, responder por el bien común en lugar del bien particular: “Me incomoda que la gente esté pensando quién debe jugar y quién no, porque acá lo fundamental es pensar en todo un país que está soñando con ir al Mundial”, dice el jugador, mientras que su mamá evoca que los principios de su hijo siguen intactos, como cuando les enseñó a sus compañeritos de juego que a todo el mundo se le debe saludar de la mano y mirándole a los ojos.
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