Con mucha parsimonia el comandante Carlos Pizarro envolvía su pistola 9mm, heredada del fundador del M19 Jaime Bateman en la bandera de Colombia, como la señal de paz e imagen de la que seria su breve campaña presidencial . Pizarro terminaría asesinado 10 meses después de firmar la paz en Corinto (Cauca) y su simbólica pistola entraría a formar parte del arsenal fundido en el que terminaron los “fierros” de los guerrilleros.
Son veinte lingotes de acero que pesan 1.500 kilos y que su guardian Arjaid Artunduaga, quiere transformar en una escultura. El primer responsable de cuidar la mole de acero fue Antonio Navarro Wolf quien tomó las banderas del M-19 tras el asesinato de Pizarro y presidió las listas para la Constituyente en las que el M-19 obtuvo 19 escaños, con un abrumador caudal electoral se constituyó en la segunda fuerza política del país. Navarro le cedió el cuidado del arsenal fundido a Arjaid Artunduaga, un militante del M-19 Nacido en Pitalito Huila hace 62 años, Arjaid se vinculó al movimiento en 1973 cuando todavía se llamaba Comuneros. Hipnotizado por Jaime Bateman, Artunduaga no dudó en participar en dos operativos en donde se jugaba el pellejo. Uno de ellos fue recuperar cuatro armas de una colección privada en un apartamento del norte de Bogotá. El otro fue aún más espectacular: robar la espada de Bolívar.
La primera vez que lo intentó los guerrilleros se subieron al tejado de la Quinta pero los ladridos de los perros alertaron a los celadores. En la segunda oportunidad abortaron el operativo porque había mucha gente en el lugar. Sólo en el tercero tuvieron éxito. Esperaron hasta el final de la tarde y entre cuatro guerrilleros redujeron al guardia de seguridad.
Su momento más oscuro con el M 19 fue cuando en 1978 lo detuvieron en Chocontá con un camión repleto de armas. Le dieron 30 años por rebelión, robo y secuestro de los que tan sólo pagó cuatro gracias al indulto que le dio el gobierno de Belisario Betancurt.
Desde entonces Artunduaga se dedicó, además de ser el tesorero del grupo, a recopilar la memoria del M 19. En 1990 el mismo creó el Centro de Documentación de Cultura para la Paz. Allí logró almacenar cerca de 5000 fotografías y 20 mil documentos que constituyen el archivo más completo que pueda haber sobre el M 19.
Pero Arjaid también había guardado imágenes en betacamp y VHS. En el 2009 el historiador Jorge Villa y el arquitecto Jorge Cerrato se enamoraron de la idea que tenía Artunduaga de digitalizar el archivo audiovisual. En el 2013 se ganaron nueve millones de una beca de Min Cultura y, dos años después, en septiembre del 2015, le presentó a la ministra de cultura Mariana Garcés el resultado: 19 DVD’s con cincuenta horas de grabación en donde vienen momentos tan emblemáticos como la llegada de Pizarro y Navarro a Bogotá en diciembre de 1989, imágenes del campamento de los Robles en 1983, el consejo de guerra que presidió Bateman en 1979 o las primeras imágenes que se tomaron del asesinato de Carlos Pizarro.
En este comercial de televisión con el que se lanzó la candidatura presidencial de Carlos Pizarro, el comandante guerrillero, envuelve su pistola en el tricolor nacional.
Artunduaga aspira que la promesa de Santos de convertir esos 19 dvd’s en un material indispensable para cada centro educativo del país, sea un hecho. Hasta el momento la única universidad que ha decidido tenerlo es la Distrital quien pagó cincuenta millones de pesos por diez cajas del archivo.
Pero no es la única promesa que espera cumpla el presidente. El 9 de marzo de este año, en el acto de conmemoración de la firma de la paz del M-19, Santos y Gustavo Petro se comprometieron públicamente a realizar un monumento a la paz, realizado por el artista Octavio Martínez, con los lingotes que tendrá un valor de 150 millones de pesos. El lugar será el parque el renacimiento ubicado en el Centro de Memoria Histórica de la calle 26.
En una espada gigante enterrada sobre una roca, reposarán los 1.500 kilos de acero que constituyeron, alguna vez, el arsenal de uno de los grupos guerrilleros más reconocidos de América. Arjaid Artunduaga, el guardián de ese acero ya se cansó de cuidarlo y entendió que las armas se pueden convertir, también, en un instrumento de paz.