Desde el interior de La Picota se ven pasar en fila los Transmilenios rojos y amarillos, ya semi-vacíos, con destino al portal de Usme. Del otro lado el páramo de Sumapaz, cubierto de nubes grises domina el panorama de una ciudad que se extiende como una cobija enorme de casas desnudas, en ladrillo crudo, hacia el norte y el occidente. Casi siempre hace frío.
Adentro los reclusos se apiñan en pabellones según la naturaleza o la gravedad de su delito. A su paso, el visitante, se encuentra primero con una alta fortaleza de varias torres, rodeada de cercas de malla y concertinas de alambre de púas, como las que se ven en las películas norteamericanas. De vez en cuando un preso aburrido o loco de soledad grita desde alguna ventana: “¡Dos meses sin agua!”, “¡Dios los bendiga!”.
Los otros pabellones quedan más adelante y, aunque en ellos tal vez no se vivan situaciones tan dramáticas, la cárcel es la cárcel. Allí pasa sus días Ricardo Emilio Martínez Gómez, uno de los desconocidos más infames de la actualidad nacional, por cuenta de la desinformación en el escándalo del Fondo Premium, adscrito a Interbolsa.
– “Yo nunca esperé terminar en la cárcel. Siempre confié en ellos, en la Superintendencia Financiera, en la Superintendencia de Sociedades y en la Fiscalía.”
Su actitud general sorprende por la tranquilidad de su expresión. Contrario a lo que podría pensarse, dada la sinrazón de su historia, no se percibe en sus palabras ni una pizca de autocompasión, más bien un cierto afán por que se aplique justicia, se esclarezca la verdad y se repare a las víctimas del escándalo financiero más importante en la historia del país.
El Comienzo: Con esos amigos…
Ricardo Martínez conoció a Rachid Maluf a comienzos de la década pasada, durante una temporada en que viajó a Boston para aprender inglés. Meses atrás, en octubre de 2001, se había graduado de Administración de Empresas en la Universidad de La Sabana y, como cualquier estudiante, debió buscar alguna fuente de subsistencia que encontró en una empresa de valet parking –manejada por el hermano de Rachid, en la que trabajaban varios colombianos. Allí fue encargado de llevar la contabilidad y la nómina de la empresa, al tiempo que estudiaba Ciencias Sociales en el Bunker Hill Community College, de Boston.
Cuatro años más tarde viajó a Miami para trabajar en comercialización de bienes raíces con la empresa America’s Capital Partners y eventualmente, a finales de 2007, terminó por regresar a Colombia para crear una empresa de importaciones que no prosperó porque no pudo competirle al contrabando que campeaba –tal y como sucede hoy en día, en nuestro país.
Por esa época lo contactó nuevamente Rachid Maluf –quien ya fungía como gerente de inversión en el Fondo Premium que funcionaba en Curazao y obtenía sus recursos a través de Interbolsa, para proponerle que trabajara con él. Interesado en iniciar una carrera en el mundo de las finanzas, Martínez aceptó y comenzó a trabajar en el Departamento de Registro de Accionistas donde su labor era conciliar el registro que había en Bogotá con el que se llevaba en Curazao. Así aprendió lo básico del Fondo y su parte operativa, en general.
En ese entonces Premium contaba con 500 inversionistas y, en su interior, reinaba un gran desorden administrativo que poco a poco –con el trabajo del recién llegado, fue organizándose gracias a la creación de políticas propias, esquemas y organigramas. De este modo, los inversionistas comenzaron a recibir información clara, extractos precisos y subieron a más de 1200 en pocos años.
De la mano de Maluf, quien dada su relación familiar con Víctor Maldonado tenía línea directa con los jefes y gozaba de la confianza de los inversionistas, ciegamente Martínez fue adquiriendo nuevas responsabilidades como representante legal suplente de la empresa Rentafolio Bursátil, así como la dirección de Intertourist, compañía que compraba y vendía unidades a través del llamado “Mercado Secundario”, entre otras, una de las razones por la que actualmente está recluido.
Por los mismos cinco millones de pesos que constituían su salario mensual –y que no competían con los cientos de millones que los jefes percibían y los llevaban a darse esa gran vida que los medios de comunicación han registrado por doquier, Ricardo Martínez se convirtió en directivo de papel de varias empresas hoy en día cuestionadas por sus malos manejos. Una candidez que hasta suena risible pero duele cuando se piensa en lo profundo que hundió el futuro de una persona honesta.
– “… Nunca tuve ningún reparo en aceptar este cargo porque siempre, para mí, fue algo transparente. Hasta el año 2011, Rentafolio Bursátil y Valores Incorporados –empresas ahora intervenidas y acusadas de la captación masiva, fueron visitadas por la Superintendencia de Sociedades y la Superintendencia Financiera y su dictamen siempre fue positivo. En ningún momento existió alguna sospecha o algo que encendiera alarmas de que se estuviera cometiendo alguna irregularidad dentro de los Fondos. Toda esa confianza le daba a uno la tranquilidad de que estaba trabajando en una empresa seria, vigilada, respetada en el mercado, como era Interbolsa.”
Pero no era así. Poco faltaba, entonces, para que se desatara una auténtica tormenta en el mercado financiero colombiano y sus alcances eran imprevisibles.
Tiempos Difíciles
Si acaso usted ha seguido toda esta historia de la caída de Interbolsa y el Fondo Premium en los medios, tal vez ahora pueda identificar al protagonista de nuestro escrito. Ricardo Martínez es el tipo de barba poblada que aparece en segundo plano en muchas de las fotos que se tomaron de Ortiz y Jaramillo durante la imputación de cargos. Para ese momento sus únicos bienes: una moto de segunda que le había comprado a Maluf, un carro que le vendió el papá y su parte de una casa familiar en Cundinamarca, así como su última quincena, sus vacaciones de cinco años y su liquidación –que sumaron algunos 30 millones, ya habían sido embargados por el agente liquidador para reparar a las víctimas del Fondo.
La intervención implicó su muerte como persona natural en Colombia. Sin trabajo, sin cuentas bancarias y sin poder ejercer ninguna actividad que le reportara algún dinero, se vio obligado a vivir de su familia y amigos al tiempo que empezaba un largo camino de colaboración, primero con las Superintendencias Financiera y de Sociedades, luego con el agente liquidador y finalmente con la fiscal, explicándoles las operaciones del Fondo y recolectando información para aportar a la investigación. Este proceso duró hasta una semana antes de la imputación de cargos, el pasado 26 de febrero.
Ese día los medios de comunicación hicieron eco de una afirmación de la fiscal, quien señaló a los seis implicados: Juan Carlos Ortiz, Tomás Jaramillo, Juan Andrés Tirado, Natalia Zúñiga, Claudia Patricia Aristizábal y Ricardo Martínez, de ser unos “delincuentes de cuello blanco”. La opinión pública hirvió furiosa y con razón: en un país que manda a la cárcel a un tipo por robarse un cubo de caldo de gallina, ver tras las rejas a unos cuantos ricachones es toda una novedad y un auténtico “papayazo”. El problema es que, entre esas personas, se les fueron unas que no debían estar allí.
Y comenzaron los epítetos, de los que Martínez llevó una de las peores partes, al resultar graduado –por obra y gracia de la prensa, como “cerebro” del descalabro financiero más importante en la historia del país. Un señalamiento que se ganó por estar buscando un principio de oportunidad en la misma audiencia que Ortiz y Jaramillo, con lo cual se volvió parte de una lista que los medios de comunicación llaman: “Los Cerebros de Premium”.
Pero, ¿sabe alguien, realmente, quién es Ricardo Martínez? ¿Saben los inversionistas, furiosos con toda razón, qué papel jugaba este tipo en todo ese entramado que llevó a la pérdida de su dinero? Seguramente no, sin embargo “ya que siempre lo nombran junto a esos otros, ha de ser tan culpable como ellos”. Es en una de esas situaciones que todo hijo debería recordar un sabio consejo que dan casi todos los papás: “Tenga mucho cuidado con lo que firma, mijo.”
Martínez no es socio ni fundador del Fondo Premium, como se le ha pretendido mostrar en algunos medios de comunicación. En el libro “¿Quién se llevó el dinero de Interbolsa?”, del periodista Jorge González, se señala a Ricardo Martínez como fundador de ese fondo en el año 2000, cuando ni siquiera se había graduado de la universidad. El periodista adujo que él había escrito es que el fundador había sido “Richard” Emilio Martínez Gómez, un argumento tan pobre que se cae por su propio peso.
– “Siempre pensé que todo esto no iba a llegar hasta un tema de cárcel. Inclusive se planteó, a través de mi defensa, tratar de separarme del grupo de los verdaderos jefes y cabezas de esto, el día de la imputación. Pero, finalmente, esa no fue una opción.”
Pero Rachid Maluf no se presentó. Y nada pasó. O si, a las pocas semanas le fue concedido el beneficio de casa por cárcel, lo entrevistó María Jimena Duzán para una conocida revista y logró abrogarse los medios de atención a los inversionistas que otros habían creado en Premium cuando la crisis estalló.
Epílogo: Un Retiro Espiritual al Sur de la Ciudad.
A muchos de los reclusos les gusta pensar en su detención como un retiro espiritual forzoso. En cierto modo lo es. En vista de la obvia restricción de tiempos y movimientos, lo único que les queda es su propia singularidad, sus libros, su fe, sus pensamientos. Y a eso se dedican la mayor parte del tiempo: A darle vueltas y más vueltas a su caso, su situación y sus vidas.
La noche en que a Ricardo Martínez lo trasladaron de los calabozos de Paloquemao a la Penitenciaría Nacional de La Picota, compartió celda con un ex-paramilitar que le contó –en no más de veinte minutos– su vida delictiva desde los siete años y así le dio una especie de bienvenida macabra al reclusorio. Hoy se ríe recordando esa anécdota, la mezcla de sus emociones, la incertidumbre de a dónde llegaban y cómo sería la vida allá.
Han pasado ocho meses y aún no hay mayores avances. De vez en cuando, los medios se ocupan nuevamente del tema pero mientras la Fiscalía, el agente liquidador y la justicia siguen tratando de entender y recomponer las piezas de un caso sui generis en Colombia por la complejidad de su estructura y la envergadura de sus consecuencias, no habrá más noticias ni más gasolina para alimentar la hoguera del escándalo.
– “Es increíble que al día de hoy, después de tanto tiempo que ha pasado y estando las empresas intervenidas, a la gente no se le haya dicho cual es la expectativa de recuperar su dinero (…) Que con los doscientos nueve mil millones que dice el interventor que tiene actualmente, sin contar un lote extra que salió hace unos meses, no le digan a la gente que tenía alrededor de novecientos millones o menos, que van a recuperar el 100% de su inversión.”
Martínez no quiere aparecer ante la opinión pública como una víctima, sabe que toda representación legal conlleva una cierta responsabilidad y no pretende evadirla:
– “Si el que yo esté acá (en la cárcel) contribuye para que haya justicia y se repare a los inversionistas, yo me aguanto esta vaina… porque ellos eran mis verdaderos jefes. Lo hago por eso y porque se restablezca mi buen nombre.”
Lo único que pide es que los medios dejen de “inflarle el perfil”, que se sepa que él no tenía nada que ver con las inversiones que realizaba el Fondo Premium. Que se haga justicia y no terminen los empleados siendo responsables por los actos de los socios y directivos del Fondo. Que aún cuando –con el paso del tiempo– se fue involucrando en nuevas actividades de éste, muchas veces estuvo en desacuerdo pero no tenía voz ni voto, ni injerencia alguna para evitar que se llevaran a cabo.
Se espera que en pocas semanas la Fiscalía presente el escrito de acusación y venga una nueva andanada de noticias por cuenta de ello. Entre tanto, Ricardo Martínez seguirá en la Picota haciendo ejercicio, leyendo los libros que le llevan familiares o amigos y dándole vueltas al hecho de que quizás por la soberbia de no haber saltado a tiempo de un barco que se hundía –sólo para cuidar su buen nombre, o por estar en el lugar y el momento equivocados, resultó en el centro de una historia absurda que le puede haber cambiado la vida para siempre.
*Ricardo Gómez
Comunicador social y periodista.