En 2010, Rafael Fuentes regresó a su tierra luego de ocho años como desplazado. Con ayuda de Neyla, su mujer, sus hijos y nietos, volvió a levantar la mitad de lo que fue su casa. Se dio cuenta que el retorno también traía sus pesares. “Lo golpea fuerte compañero, uno sufre aquí dos dolores: el dolor cuando se tiene que ir, y el dolor de volver, ni sabe uno cuál de los dos es peor”, eso me dijo a mediados de 2012, cuando lo visité en su rancho para conversar sobre los retornados en la zona de Guamanga.
El sábado en la noche, me llegó la noticia que el señor Rafael Fuentes había muerto.
En 2002, su nombre apareció en una lista, cuyas copias se regaron por toda la región de Guamanga, vereda del Carmen de Bolívar. La hoja, firmada por las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, establecía que debían salir de esa tierra. Rafael huyó con su mujer hacia el municipio de Maríalabaja y dejó atrás lo que había construido en más de 50 años.
A pesar de que siempre dijo que esos años como desplazado fueron perdidos, reconoció que fue el momento en que le cogió más amor a la lectura, la que aprendió de la mano amorosa de su mujer, eso le cambió su vida. Neyla me contó que sacaba de la cartilla Nacho lee las planas y palabras que Rafael hacía luego de la jornada de ordeño. Aquella imagen de Neyla, enseñando a leer a su marido, la he recreado desde entonces en mi memoria.
De los días que estuve en casa de Rafael, recuerdo una noche en que luego de un aguacero que nos desveló, comenzó a recitar los versos de La miseria humana, que calificó como “una gran obra en todas sus proporciones”. Me habló de su autor, el soledeño Gabriel Escorcia Gravini; de la disputa de Vargas Vila con el presidente Rafael Núñez; de la finura de los versos de León de Greiff, entre otros asuntos. Aquella noche, lo vi regocijado con sus lecturas, y me puse a pensar qué habría sido de Rafael si no hubiera aprendido a leer. Me pareció que había leía mi pensamiento porque de inmediato dijo: “La lectura es una cosa grande, porque el lenguaje es importante, porque es la palabra la que al final convence a los jueces, y son las palabras, estas bellas que leemos, las que dan la tranquilidad que uno necesita, compañero”.
Rafael iba a cumplir 80 años. Se quedó esperando los proyectos agropecuarios que el Estado anunció para los retornados y sin opción, tuvo que sembrar Palma, porque un grupo de extraños le ofreció “ayudas y préstamos” a cambio de empeñar su tierra. Rafael me dijo que con los abonos y la asesoría permanente de los hombres de Murgas, dueño de la mayoría de cultivos en la zona baja de Montes de María, quizá en 2016 recogería los frutos de una planta que ha traído muchas desgracias a los pequeños campesinos.
Hay una sentencia de Rafael que es justa, ante esta paradoja: “El dolor es peor que la muerte, porque si me va a tocar vivir con todas las dificultades para luego morir, uno se habría ahorrado pesares…”
Buen viaje maestro, siga cantando sus versos.