La venganza de la clase media en la ciudad que soñamos

La venganza de la clase media en la ciudad que soñamos

Con Peñalosa van a recuperar esa Bogotá en la que ni siquiera habitan, y en donde la pobreza se va a corregir a patadas

Por: Jaime Serrato
octubre 27, 2015
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La venganza de la clase media en la ciudad que soñamos
Foto: tomada de internet

Sucedió en las elecciones por la Alcaldía de Bogotá la venganza de la clase media: esa montonera de sujetos que viven en Bogotá, hijos de inmigrantes, que han logrado un leve ascenso en la escala salarial y que, en últimas, decidió el rumbo de la ciudad por lo menos en los siguientes años. ¿Y por qué es una venganza? En los últimos gobiernos de corte progresista y de una izquierda perseguida y sin gobernabilidad la clase media de la capital constituyó el nuevo grupo de “los olvidados”. Esto es hombres y mujeres que conforman la gran mayoría de habitantes de una ciudad, en la que, por lo menos en los tiempos del conflicto, les ha ofrecido las esperanzas de una vida aparentemente cómoda con aires de libertad y de vanidad personal. Pero para la que la dichosa polarización no ha querido gobernar.

La clase media es definida por algún sociólogo como la clase que comprende a la mayoría de los profesionales y a los trabajadores de cuello blanco asalariados trabajadores de administración, subordinados, con puestos públicos, con un excesivo individualismo y una escasa conciencia de clase. Y si a lo anterior le agregamos la posibilidad de acceder al sistema bancario y crediticio, la posibilidad de adquirir un vehículo y el acceso a la tecnología, la televisión y la información ligera que estos medios les proporcionan, tenemos un llamativo grupo de electores, que con su voto lograron poner en la administración local, un sujeto que aparentemente los representa, satisfaciendo sus necesidades inmediatas, de una ciudad con espacios públicos dotados de obras, sin grafitis, con bonitos almacenes de moda, centros comerciales y buses nuevos o con la eterna promesa de un nuevo sistema de transporte; una ciudad con la pobreza escondida debajo de la alfombra y el desempleo maquillado con políticas públicas de aparente organización, benéfica para los desempleados y vendedores informales.

Esa clase media también fue alimentada por las políticas sociales de los gobiernos locales de los últimos años, otorgándoles a los pobres las posibilidades de acceder a la educación, a la vivienda subsidiada y a ciertos privilegios que se consideraban exclusivos de la élite como el mejoramiento en los servicios de salud, servicios públicos básicos, incluso recreación y deporte; es decir, hoy Bogotá ha dado la posibilidad de superación, a todos esos hijos de la violencia que han llegado desde hace décadas, como víctimas del desplazamiento, y todas las formas de violencia de la provincia o, tal vez, atraídos por las posibilidades de una vida segura y libre en la ciudad y que han sido los autores de la venganza.

Esa clase media la de los teléfonos inteligentes, la del Facebook, la que cree tener una conciencia política con la escasa y deficiente y la que eligió las promesas de cambio, de una ciudad que pareciera haberlos excluido durante muchos años. Una clase media que no supo diferenciar los cambios necesariamente profundos que merecen a través de la política, y que prefirió creer lo que los noticieros les cobraron a través de sus canales y realitis comerciales.

Es entendible, entonces, que por fin ganara una más de las campañas reiterativas de una ciudad “moderna”, “recuperada” una ciudad con obras “para la gente”, la ciudad soñada. Esa en la que esa misma gente no podrá intervenir, no podrá ser contratada, no se beneficiará con la posibilidad de participar en los proyectos, sino en la que todo ya está definido, ya está feriado y comprometido que será hecho, construido y logrado por las grandes constructoras tradicionales que financiaron  la campaña mediática de Enrique Peñalosa para lograr la alcaldía.

Eso es lo que querían, eso es lo que recuperaron, esa fue su venganza: una ciudad con bellos almacenes y aparentemente limpia en las zonas para el turismo y en los espacios públicos; una ciudad con la pobreza escondida en un cajón de 30 metros llamado VIP y, ojalá, bien al sur, o en Mosquera o en Funza, una ciudad donde los jóvenes no hagan lo que les da la gana con las paredes. Una ciudad, que le pertenece a unos pocos, que ni siquiera habitan en ella. Se mantendrán entretenidos con sus mediocres empleos y sus aparatos tecnológicos de última generación. Una ciudad donde los homosexuales sigan encerrados en sus orgías privadas y no hagan públicas sus indecencias, una ciudad donde los indigentes y los drogadictos se corrijan así sea a las patadas y la ley, una ciudad en la que las basuras, el transporte, la salud y la educación privada, contribuyan al desarrollo empresarial de los mismos de siempre: los que sí saben, y se burlan y explotan y desprecian a esa inconsciente y despreciable clase media que sigue creciendo en Bogotá. Esa es la venganza de la clase media en ciudad que soñamos.

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