El fútbol: la valía de la intrascendencia

El fútbol: la valía de la intrascendencia

'Cuando en un deporte que acumula multitudes el disfrute se reduce únicamente al resultado, la discordia o empatía puede acrecentarse peligrosamente'

Por: Carlos Felipe Suárez
octubre 20, 2015
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El fútbol: la valía de la intrascendencia
Foto: tomada de internet

Desde hace algún tiempo vengo buscando la forma exacta de explicarle a mi novia, porque incluso en este tiempo de vacas flacas para nuestra selección, hoy el fútbol me sigue conmoviendo como cuando era niño, pero me afana el temor de caer en un lugar común o en metáforas superficiales que redunden en cursilerías y sinsentidos pasionales. Y es que lo que busco en verdad, es poder explicarme a mi mismo cómo puedo seguir viendo algo interesante en un deporte monetizado, mediatizado y vulgarizado al extremo, y para ser sincero, aún no creo conseguirlo. Sin embargo, el interés fortuito por este deporte sigue allí, impaciente, curioso, a expensas de saber quién juega hoy, que vale la pena ver, como empezó todo o quienes fueron los elegidos de las generaciones que disfrutaron de este “quilombo” antes que nosotros.

Sé que desde la razón y la academia siempre ha resultado más sencillo hacer oposición al fútbol y a las manifestaciones populares de pasión, pues tal como Borges lo describiría “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Pero en este hemisferio y en estas latitudes del planeta todavía existen hinchas no pasionales, hinchas con mas esos que vísceras y sobre todo hinchas que se cuestionen en buena lid qué los mueve a seguir viendo, consumiendo o jugando fútbol; y es a ellos a quienes deseo convocar en este penoso intento.

Alguna vez alguien dijo que el fútbol es la única religión que no tiene ateos; y es que en este intrincado complejo social que comprendemos cuantos disfrutamos del fútbol, así sea poco, todos creemos en la posibilidad inefable de un gol, de una gambeta, de un movimiento subrepticio que nos sorprenda y nos haga brincar del sillón o hincharnos de frustración, o lo que es igual: un acto de fe, porque nunca nada ni nadie podrá decirte con certeza si ese anhelado momento llegará o si tu espera será recompensada. Pero si el fútbol es una religión, yo prefiero declararme un protestante luterano, porque estoy convencido de que el fútbol puede transmitir más que odios y delirios, de que es una intrincada actividad social que puede abrazarte desde la tribuna que prefieras apreciarla, y no en vano personajes como Albert Cammus, Mario Benedetti, Pier Paolo Pasolini, Juan Villoro o Roberto Fontanarrosa, apreciaron este deporte y militaron en las mismas filas que cualquier ciudadano de a pie que juega un picaito' de barrio o se enfunda en su camiseta con ilusión para asistir al estadio.

Pero lo cierto es que en esta adosada religión no importa fundamentalmente si crees o no en un dios, sobre todo cuando en temas futbolísticos los apelativos para grandes exponentes riman en dioses, reyes o mesías; lo que resulta fundamental es no olvidar que es un juego y allí radica la valía de su intrascendencia. El escritor español Javier Marías dijo en una ocasión, "El fútbol es la recuperación semanal de la infancia" refiriéndose quizá a las transmisiones televisivas de la liga más afamada del mundo, sin embargo, esta frase puede emplearse ampliamente para explicar la relación esencial que existe entre fútbol y nostalgia. Cuando el “Mágico” González fue cuestionado por su falta de disciplina no dudo en responder “Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme”, y con su frase desmontó toda la maquinaría de difusión y propaganda futbolística y lo redujo todo de nuevo al potrero. El fútbol nos conmueve porque evoca parte de nuestra niñez, de esos sueños dorados que aunque no cultivamos para hacerlos realidad, alguna vez guardamos con cariño en la más profunda intimidad. Diferentes a los sueños mundanos de ser bomberos, doctores, abogados o carpinteros, de niños el sueño del fútbol nunca se vio ligado al estudio o a una obligación, era un sueño de aquellos que se guardan en el baúl dónde habitan los futuros rockstars o astronautas, porque el fútbol está desligado emocionalmente del hemisferio laboral, aunque hoy se haya convertido en trabajo, quieras o no.

Cada fin de semana la prensa deportiva prepara espectaculares gráficos del rendimiento de los equipos, los jugadores o los técnicos. Hoy las comparaciones estadísticas han alcanzado el lugar que antaño ocupaban las crónicas de la fecha, y de repente el fútbol se convirtió en un juego de cifras y más cifras: Tantos goles de Messi por tantos de Cristiano Ronaldo, tantos títulos de Brasil por tantos de Argentina o Real Madrid o el Barcelona o el Bayer Munich; y pareciera que ahora todo se tratase de un informe de ventas del más lánguido de los departamentos comerciales. ¿Hemos perdido el rumbo? En palabras de Juan Villoro “El fútbol es el arte que perfeccionaron los pies torcidos de Garrincha, la baja estatura de Lionel Messi, el sobrepeso de Ronaldo, la mala vista de Tostao, la inmovilidad de Dino Zoff. Sus grandes virtudes escapan a todo sistema de medida. ¿Cómo cuantificar las fintas, la intuición, el pase al hueco, la sangre fría, la colocación, la certeza de lo que hará el otro?”. Sé que es ridículo venir a proferir un discurso de humildad que busque ignorar el importante músculo económico que el fútbol representa para gigantescos grupos empresariales y clubes, representantes de jugadores e incluso para el dueño del bar de la esquina del estadio, pero por un instante sería lindo sacar la cabeza del balde y volver a gozar de las nimiedades.

Cuando en un deporte que acumula multitudes el disfrute se reduce únicamente al resultado, la discordia o empatía puede acrecentarse peligrosamente. Manuel Vásquez Montalbán dijo que el fútbol “me interesa porque es una religión benévola que ha hecho muy poco daño" y como un agnóstico confeso, ser parte de esta benévola religión no va en contra de mis principios, pero cada vez me veo mas afanosamente abocado a escabullirme del templo para ir a leer el salmo en la intimidad de mi casa. Basta de resultadismos, basta de ganar a cualquier precio y del maniqueísmo absoluto dónde perder te revoca cualquier posibilidad de opinión, basta de absurdos argumentos ad hominem dónde el hincha de un equipo es definido por los títulos o derrotas del mismo y pierde su virtud o la gana ipso facto. Sé que no hay posibilidad de éxito en la derrota, perder jamás será un objetivo coherente, pero en el fútbol, como en el amor, la coherencia va y viene. Si perder fuese siempre tan malo, jamás nadie recordaría la revolucionaria selección holandesa que jugó el mundial de 1974, o los cuatro intentos en vano del América de Cali por ganar la copa Libertadores; si el fracaso nos condenara al olvido nunca nadie evocaría la extraña conformidad del Trinche Carlovich o la onerosa derrota del Salvador en el mundial de 1982. En el fútbol la derrota es pasajera y la victoria también, porque nos recuerda que es un juego dónde "las ideas no se manchan"; nos permite renovar nuestra fe cada cuatro años, cada final de copa o cada fin de semana, y quizá por esa deliberada intrascendencia es que hoy puedo seguir aferrado al fútbol.

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