Quizá tardíamente, aunque nunca es tarde si la dicha es buena, los Estados Unidos y sus socios europeos en la escena internacional, especialmente Alemania, Francia y el Reino Unido, han entendido que sin el consenso la ayuda y el apoyo político, diplomático y militar de Moscú será casi imposible conseguir la resolución pacífica de los hoy irresolubles conflictos de Ucrania y Siria.
Si de veras se quiere evitar que se repita el guion de Crimea, donde la secesión auspiciada y propiciada por Rusia llevó a la posterior anexión por parte de este país de este territorio que pertenecía a Ucrania desde 1954, los norteamericanos y los europeos deben de implicar en la crisis a Moscú y dialogar en igualdad de condiciones. Y, sobre todo, deben recurrir a la diplomacia rusa para evitar que la escalada vaya a más, las milicias prorusas del Este de esta antigua república exsoviética acepten alguna forma de acuerdo con Kiev y se ponga fin a esta sangría que hoy desangra a este país abatido por el colapso económico, el naufragio social y la guerra. La única alternativa a la diplomacia es la guerra, como dijo Obama, y no parece que haya nadie en la escena dispuesto a poner soldados sobre el terreno ucraniano para defender una causa ya perdida.
Sin la aquiescencia de Vladimir Putin, en un país donde la institucionalidad es muy débil y hay una notoria confusión de poderes, no habrá paz en Ucrania. Es necesario que los acuerdos firmados en Minsk se cumplan y que se ponga en marcha un verdadero plan de paz que lleve a las partes a unas auténticas negociaciones sin condiciones. Será humillante para las autoridades ucranianas tener que negociar con aquellos que se levantaron en armas contra el orden establecido, pero Ucrania ha perdido la guerra y no está en condiciones de intentar derrotar por la vía militar a Rusia, que es quien está realmente detrás de estas milicias secesionistas del Donetsk.
El caso de la corta guerra en Georgia, donde su irresponsable gobierno trató de tomar por la fuerza Abjasia y Osetia del Sur, demostró a las claras los límites de la soberanía nacional de las antiguas república soviéticas y hasta donde está dispuesto a llegar Occidente, más concretamente los Estados Unidos y la OTAN, en defensa de la legalidad, hasta la pura retórica sin poner un soldado sobre el escenario para defender la misma. Los antiguos estados comunistas bajo la égida de Rusia tienen una soberanía limitada, tal como lo definió Leonidas Brézhnev. Los países bálticos y centroeuropeos fueron una excepción, pero no ocurrió lo mismo con las antiguas repúblicas exsoviéticas. Resultados prácticos sobre el terreno: Georgia perdió para siempre estos territorios que hoy amputan su joven nación y Rusia unió los mismos a su larga lista de conquistas y victorias. Este es el mundo amigo, que narraba nuestro malogrado poeta Federico García Lorca.
Obviamente, aunque será difícil cuantificar hasta dónde ha llegado el apoyo militar y económico de Moscú al régimen sirio, sin la ayuda de Rusia al ejecutivo de Damasco, que preside con mano de hierro el presidente sirio, Bashar al- Assad, hoy la situación sería muy distinta y es más que probable que hoy tuviéramos un gobierno de carácter fundamentalista instalado en Siria. Los Estados Unidos y sus socios europeos, mientras Rusia servía de principal abastecedor de armas, pertrechos militares e incluso combustible al sátrapa sirio, prefirieron apoyar a los grupos rebeldes que luchan contra Assad, pero la apuesta no dio los resultados esperados y acabó alimentando, paradójicamente, al Estado Islámico que hoy se extiende a modo de gran mancha por todo Oriente Medio.
La irrupción en escena del Estado Islámico ha vuelto a mostrar de una forma gráfica que la política hace extraños compañeros de cama. A la coalición formada contra este engendro islamista y fundamentalista, que nos ha revivido las peores pesadillas padecidas por la humanidad, se le han venido a unir en los últimos tiempos países con intereses tan dispares como Irak, Irán, Jordania, Turquía, los Estados Unidos, la UE y ahora Rusia. Incluso Israel vería con alivio el final de esta "mancha" que cada día que pasa se hace más grande en la zona y representa un peligro para la mayor parte de los estados de la zona.
Sin embargo, haber atacado a Siria de la forma en que se hizo, siguiendo los juegos estratégicos de Washington en la región, han convertido a ese país en un Estado fallido troceado entre los kurdos, las facciones rebeldes que intentan derrocar a Assad, un sinfín de grupos radicales islámicos de todas las tendencias y el Estado Islámico. Ahora, con esta situación sobre el terreno tan volátil e incontrolable por parte del gobierno sirio, revertir este estado de cosas será muy difícil e implicará grandes esfuerzos políticos, económicos y militares. Y, sobre todo, habrá que conformar una gran coalición capaz de derrotar al "monstruo" integrista creado por unas grandes potencias que no supieron ver los peligros que nos acechaban. No hay mayor animal que el hombre, capaz de tropezar dos veces en la misma piedra y cometer los mismos errores ya vividos en Afganistán y otras latitudes.
Llegados a este puto de no retorno, y en que está en juego una batalla a vida o muerte entre el integrismo más radical y el establecimiento de un statu quo que permita a Occidente salvar la cara en esta parte del mundo, Rusia tiene que estar dentro de "juego", y defendiendo nuestros intereses en Oriente Medio. Dejar fuera a Rusia puede significar el fracaso de esta estrategia. El coste será muy alto, quizá la rehabilitación política de Bashar al-Assad y el regreso de Siria a la escena internacional. Pero será un precio bajo si evitamos que el Estado Islámico siga extendiéndose, desestabilizando a todos los vecinos, incluidos nuestros aliados turcos, jordanos e iraquíes, y permitiendo que su prestigio siga creciendo en el mundo musulmán, contribuyendo así a que su amenaza se acabe convirtiendo en el largo plazo en un peligro mucho más global y letal.
La historia demuestra que las guerras se pierden por dos mágicas palabras: demasiado tarde, que resumía el general MacArtur de una forma genial y sintética: "La historia de los fracasos en la guerra puede resumirse en dos palabras: demasiado tarde. Demasiado tarde en la comprensión del letal propósito del enemigo; demasiado tarde en tener conciencia del mortal peligro; demasiado tarde en lo tocante a la preparación; demasiado tarde en la unión de todas las fuerzas posibles para resistir; demasiado tarde en ponernos al lado de nuestros amigos". No hay tiempo que perder, sino fuerzas que agrupar y hacer frente a un enemigo siniestro, cruel y brutal. Y para vencerlo, le cueste o no reconocerlo a nuestras cancillerías, tenemos que contar con Moscú, de la misma forma que hace 70 años justos fuimos capaces de derrotar a la bestia nazi con la ayuda de los rusos y entrar triunfantes en Berlín.