De memorias y comicios

De memorias y comicios

Naturalmente me volví escéptico. Ahora debo preocuparme por no retrasarme en las cuotas del Icetex

Por: Samuel Astor Bahos
octubre 09, 2015
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De memorias y comicios
Foto: tomada de alarmasestatal.com.co

Hace un puñado de años, contemplé la idea de ser representante estudiantil impulsado por mis amigos de pregrado. Al fin de cuentas me retracté. La forma de votar consistía en depositar el nombre de uno de los 10 candidatos –uno por semestre- en una urna. La verdad, es que me abstuve de postularme porque tuve la impresión de que podía ganar, y eso hubiese supuesto adoptar una actitud de representación poco creíble hoy en día.

Nadie sabe cuál hubiese sido mi desempeño. Pero me alegro de haber seguido mi corazón. Hay muchos momentos que se viven por intuición. No sé usted, espero que también le haya pasado. Quizá lo que sucede es que he llegado a esa época de la vida donde recordar es volver a vivir. Sin embargo, como lo diría Cortazar ¿Qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos? Y si se trata de recapitular ¿será posible ocultar lo que se siente?

En días como hoy, no me olvido de situaciones que cobran importancia como las de las elecciones locales. Por ejemplo, recuerdo que en la escuela me enseñaron que el voto es un acto preferente de apoyo democrático que usualmente se hace en secreto, pero es sorprendente cómo desde ya los empleados de algunas entidades están siendo obligados a apoyar a algún candidato.

No me olvido tampoco de la teoría de elección  racional que percibe al elector como sujeto capaz de decidir el voto a partir de sus intereses y conjeturas. Es imposible no pensarlo cada vez que escucho sin querer a muchos transeúntes decir en plena vía pública: -Doctor ¿y por quién hay que votar?- como esperando recibir dinero con eso.

Fue muy comentado tras las elecciones de Octubre de 2011 el indicador de abstencionismo que estuvo alrededor del 50% en relación al potencial de sufragantes en Manizales. Aunque de esa cifra no se sabe cuántos electores fueron blandos e indecisos,  si se deduce ignorancia política y un escandaloso número de personas públicamente desinformadas.

¡Rayos y centellas! No es nuevo que las personas elijan por inercia: por el candidato rojo si se es liberal,  por el del centro democrático si se admira a Uribe, o por cualquier otro menos por el que diga Uribe. En esa lengua ha hablado el país desde hace décadas, unas veces pintado de azul, otras veces de rojo y últimamente, pintado de unidad. No obstante Colombia es poliglota, por eso habrá entre nosotros los que salgan a elegir en contra de lo que ha propuesto el gobierno de la paz, ¿quién será el beneficiado?

Así es como evoco, ¿pero para qué quiero acordarme? No deja de preocuparme tener que morir sin memoria. Preocupación que sobreviene con la triste realidad. Todos nosotros cargamos con las penas propias e incluso con las de otros justamente por vivir anclados al pasado; en ese agujero negro, el recuerdo se vuelve futuro y cada huella en la memoria es una premonición en curso del presente. La verdad es que la preocupación es mucha en época de campaña, si me doy cuenta que los partidos políticos hacen lo necesario para ganar el derecho a gobernar.

Y así son las cosas. Mientras en las oficinas, se hace memoria de los menos favorecidos, la ciudadanía no parece contar con semilleros de liderazgo donde germinen los dirigentes que el mundo complejo necesita. Me da por rememorar luego a los miles de electores que se han conseguido en Manizales tras apelar a la sobrevivencia económica de la gente y en como impera hoy el voto de hambre. Lo paradójico es que cuando un ciudadano cambia su lealtad política, es terriblemente señalado por el partido que deja. Y ya conocemos que para comprar voluntades no siempre la panela es suficiente, puede hacer falta una vivienda de interés social como bien sabe el vicepresidente Germán Vargas Lleras.

Fallaría mi memoria al tratar de encubrir mis pecados pero este no es el caso: celebré que Samper fuera presidente, vote a favor de un guerrillero en la U de Caldas, le he pedido trabajo a un concejal, nunca seguí la paz del Santismo y he sido malo en matemáticas. Pero eso no es todo, he escrito mucho y publicado poco. Siendo tan solo un niño ya me gustaba escribir cartas, pero no he salido beneficiado con “lo que puede la edición”. Antes creía que el negocio de la escritura era malo porque las editoriales le cerraban las puertas a obras buenas; ahora creo que es macabro al ver lo que venden. La estrategia de manipulación en la postmodernidad es el “sin sentido” y la obscenidad, mientras en elecciones es el miedo. Por eso no tiene caso hablar de las Cincuenta Sombras de Grey, ni de la Habana y el postconflicto.

Vuelvo atrás para escuchar una vez más los elocuentes discursos que convencen al pueblo a través de la palabra. Por contar algo, he escuchado un sinnúmero de veces que la educación es el único camino para la transformación social y personal, aunque la sociedad parece cada día coger peor rumbo. Como el orador no confiesa que quien quiera estudiar a nivel superior se tiene que endeudar hasta los huesos, dice mi incredulidad: el cambio social se ha vuelto un rezo a deidades que no hacen milagros.

Naturalmente me volví escéptico. Ahora debo preocuparme por no retrasarme en las cuotas del Icetex, aunque quiero pensar en un futuro mejor. Es muy posible que las promesas discursivas tengan la buena intención de alimentar el oído ya que los ojos agonizan en penumbras.

Supongo que es mejor estar ciego y lleno de ficciones susurradas al oído, que ver noticias de fraude electoral, de violaciones a menores, injusticia, miseria y corrupción procesal. He llegado a descubrir que no es la ciudad la que tiene el gobernante que merece, como podría decirse de Yopal, Leticia, Florencia y otras regiones. La conclusión es que toda ciudad tiene las historias que desea escuchar, más allá de si su gobernante las sabe contar o no. Eso depende de cuan digno sea para narrarlas.

Otra vez el ayer toca la puerta. Por eso no olvido los muchos relatos de los que está hecha esta ciudad, los cuales a diario se recuentan. Son relatos barnizados de humanas esperanzas al servicio de los candidatos. Pero todavía, en la capital de Caldas con una organización cultural de 160 años, los cuentos son los mismos con leves cambios de forma. ¿Podrá un día alguien ser elegido sin contar la misma historia?

Hay otros recuerdos que nacen con voz propia y parecen interpelar: ¿Tiene futuro la democracia cuando la mayoría de los ciudadanos no están interesados en política y votan por el que creen que saldrá vencedor? A lo mejor hay que reconocer que nos encontramos en una ciudad emergente y pequeña en la que sin embargo, hay demasiados intereses económicos. ¿No podría darse el caso de que llegara a ser una tierra rica y libre en el continente? A fin de lograrlo habría que invertir en acercar pobres y ricos para desmontar la segregación social y geográfica asociada a la miseria. Una financiación focalizada y no politizada, que no ceda ante la tentación de hurtar el bien público y se libre de desangrar la institucionalidad.

Para ser sincero esa sería una obra que no me siento capaz de realizar. Por eso me preocupo tanto en anunciarla y reconozco que es lo que me hace evitar ser elegible. Porque tengo memoria, no concibo el exterminio de la conciencia electoral, la adicción al poder y el apoyo al candidato menos malo; si bien puede ser esta una realidad, es claro que no es la única posibilidad.

Es todo por ahora. He vuelto al pasado con el afán de acordarme, para tratar de justificar una confesión. Procuraré no presentarme como candidato a un puesto de elección popular, sobre todo si tengo la corazonada de poder ganar.

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