Si le parten dos dedos, avísenos
Opinión

Si le parten dos dedos, avísenos

Por:
agosto 19, 2013
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“Mucho estrés, me dejé llevar de impulsos, no me supe controlar” fue la respuesta del taxista que la semana pasada agredió y le rompió dos dedos a un menor de edad. La razón: el joven se negó a pagar un sobrecosto que el mismo taxista tasó en 2000 pesos adicionales. La empresa TaxExpress, a la cual estaba vinculada el agresor, recomendó llamar cuando se presente algún inconveniente de este tipo (¡!). ¿Con qué fin? Quién sabe. Ninguno probablemente. O, acaso, ¿por qué habrían de sancionar estas empresas a quien está pagando una tarifa mensual por su afiliación? Sus clientes no son los pasajeros sino los taxistas. Y como lo recuerda la página web ‘denuncie al taxista’: el cliente siempre tiene la razón.

Pero más allá de las sanciones a los conductores (y a las empresas), me interesa examinar acá la respuesta del conductor: “mucho estrés, mucho estrés”, repitió una y otra vez a la periodista de Noticias Caracol. Una respuesta que refleja ese discurso que tenemos incorporado y que nadie parece cuestionarse: el de la culpa sin responsabilidad. El taxista quería justificar sus acciones para redimirse y hasta ahí debía llegar el asunto. El estrés lo llevó a la irracionalidad de maltratar a un menor, de la misma manera que la guerra del centavo lleva a un conductor de bus a arriesgar diariamente la vida de sus pasajeros. Pero para todo hay un culpable y una justificación: fue la situación, no era mi intención y pare de contar.

¿Por qué nos comportamos de forma tan extraña? Quizá sea por nuestro legado católico que curiosamente cuenta con un rito en el cual los fieles se golpean el pecho mientras repiten “por mi culpa, mi culpa, mi gran culpa” y llega un dios infinitamente misericordioso y bondadoso y los perdona. Quizá sea por nuestra sangre española cargada de discusiones, alegatos e incriminaciones. Quizá por una mezcla de ambas y de muchas otras cosas. El caso es que siempre estamos pensando quién es el culpable para todo: el estrés, el tráfico —y mírenme a mí— los católicos y los españoles. Pero tener una vida difícil no nos justifica para hacerle la vida difícil al otro, ni tener una herencia católica nos excusa para desaparecer la responsabilidad sobre las consecuencias con la pureza de las intenciones o la cortesía del arrepentimiento.

Y es que el problema de un discurso incorporado por una sociedad es que construye realidad. Decimos, creemos y, por lo mismo, vivimos en la política del “vivo y el bobo” y el vivo es, precisamente, el que pone cara de bobo y justifica sus actos y dice en tono de menor de edad que lo siente mucho. Pero, ¿en qué momento se nos ocurrió pensar que dar razón de nuestro actos, por ciertas que estas sean, nos exime de responsabilidad? ¿En qué sentido puede el taxista decir que su intención no era hacerle daño al menor si le quebró los dedos? ¿Qué quiere decir eso de “perdí el control”? No hay tal cosa como el derecho a perder el control. Es algo tan absurdo como el derecho a perder la libertad. Y ese es precisamente el punto: ser libres es ser tener que responder por lo que hacemos. La libertad no es romántica, al revés: es difícil, agotante, e increíblemente costosa.

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