No hace falta ser un experto ó hacer un análisis profundo para concluir que la democracia representativa tal y como la conocemos (delegación del poder del pueblo a unos representantes elegidos por voto popular) ha fracasado en el cumplimiento de sus objetivos básicos, como elaborar e implementar las leyes que nos permitan acceder a los mínimos vitales y a los servicios básicos necesarios para todos los ciudadanos. La sola realidad cotidiana de millones de nuestros compatriotas es una confirmación de que el sistema democrático representativo actual no está funcionando como debe ser.
A pesar de que la vida sigue su curso, no podemos ser indolentes ni quedarnos impávidos, inermes ó conformes con la difícil situación de nuestro país. La corrupción, la politiquería y la impunidad son consecuencia de los malos valores de nuestros dirigentes, pero mucho peor que eso es nuestra apatía, ya que ésta propicia y facilita de forma directa e indirecta, las terribles fallas de nuestro sistema socio-político. La desconexión del país político con el país real es evidente. Los ciudadanos que hemos elegido para otorgarles poder por medio del voto popular, bajo el sistema de democracia representativa, no han cumplido con su papel de forma efectiva, integral y satisfactoria. Es por esto que no resulta descabellado proponer un regreso a lo básico, a la democracia primaria, es decir, complementar la fracasada democracia representativa con una democracia más directa ó participativa, con la cual los ciudadanos del común podemos hacer uso de algunas alternativas legales que ya están a la mano, como las asambleas y consultas ciudadanas, entre otras opciones que han sido desplazadas por simple desconocimiento, apatía, desesperanza ó desconfianza en el sistema socio-político actual.
La inmensas inequidades y desigualdades sociales que vemos a diario son justificación suficiente para empezar a tomar desde ya algunas medidas para detener y cambiar esta situación. Afortunadamente el mismo sistema legal proporciona las herramientas necesarias para que los ciudadanos -el llamado "constituyente primario"- tomemos el control del fracaso socio-político que vivimos actualmente. Es inaudito e inaceptable que una sociedad civilizada siga adormecida ante tanta corrupción generalizada, ante tanta impunidad judicial, ante unos servicios de salud y educación pública tan pésimos, ante un conflicto armado que mata a miles de compatriotas, que los desplaza de sus hogares, que los condena a la pobreza y a la desesperanza. No sólo es un deber moral y ético por parte de los pocos privilegiados que tenemos acceso a educación de calidad, sino que es nuestro deber como seres humanos el reaccionar y actuar para mejorar las condiciones de vida del resto de compatriotas menos favorecidos. Se trata de solidaridad y humanismo, algo que si ya no existe, pues entonces apague y vámonos.
No debemos olvidar como miembros de una sociedad que si el sistema socio-político no funciona, y si no se toman los correctivos necesarios de forma legal y civilizada, entonces los mismos ciudadanos afectados históricamente tomarán soluciones desesperadas, volviéndose realidad aquello que llaman "bomba social". Nuestro país está pasando en éstos momentos por un justificado despertar colectivo que es fruto de frustraciones e injusticias acumuladas durante muchísimo tiempo. De ahí que no es casual que se estén presentando tantos paros y protestas sociales tan seguidos, en diversos sectores de la sociedad y de la economía nacional. La idea en estos casos no es empeorar la situación, sino buscar soluciones colectivas que involucren a todos los actores y dentro de la legalidad y la institucionalidad.
Dicen que toda crisis genera una oportunidad, y es por esto que la revelación de los problemas estructurales que afectan a nuestros compatriotas es la coyuntura ideal para poner sobre la mesa las necesidades insatisfechas y comunicárselas al resto del país desconectado ó aislado por sus problemas citadinos cotidianos; así podremos conocer al fin cuales son las penurias y problemas de nuestros compatriotas olvidados y que en su mayoría habitan sectores rurales ó alejados; lo cual no los convierte en colombianos de segunda categoría.
Llegó el momento de que los ciudadanos del común nos unamos y hagamos uso de las herramientas que nos otorga la Constitución Nacional y que hacen parte de la democracia participativa, con el objeto de influir de una forma más directa y contundente en las decisiones públicas. Si la actual democracia representativa no ha sido efectiva, entonces tenemos el derecho de "hacer democracia con mano propia", es decir, convocar más consultas, asambleas ciudadanas y otras alternativas que hacen parte de la democracia participativa para hacer valer nuestras voces masivamente, ya que la ciudadanía ha sido ignorada históricamente. Ya existen precedentes positivos como las consultas hechas recientemente en pequeñas poblaciones (Piedras, Tolima y Villa de Leyva, Boyacá) en donde por medio de consultas ciudadanas lograron impedir proyectos mineros. ¿Por qué no podríamos exigir más asambleas y consultas para que de forma colectiva podamos expresarnos sobre temas que nos afectan directamente y que hasta ahora no han sido bien atendidos por nuestros "representantes"? Por medio de esas herramientas participativas podríamos opinar por ejemplo, si aceptamos que se siga cargando carbón en Santa Marta ó sobre la conveniencia de algunos tratados de libre comercio ó el manejo de la crisis en San Andrés (la cual no fue consultada con los raizales) ó nuestras prioridades sociales, políticas, económicas y hasta presupuestales.
Ya me imagino a algunos "demócratas" molestos con esta propuesta que "atenta contra la democracia representativa", pero en ese caso podríamos preguntarles: ¿con qué derecho ó con qué resultados de peso pueden ellos criticar ó cuestionar la justa exigencia ciudadana de mayores espacios de participación directa? Ya no hay más excusas, la democracia participativa es una opción viable y muy poderosa.