Se escucha el pito y con él, los gritos de los demás compañeros de juego. El sol está en su máximo esplendor, gambeta viene y va.
De esa manera, la barra del América se hacía sentir en cualquier lugar, y el miedo que infundían era justificado, pues si alguien dejaba algún lugar expuesto, generalmente era objeto de saqueos por parte de los muchachos.
Steven lo bloquea con su cuerpo y Juan cae. Tiempo atrás, por esa acción, además de una tarjeta roja, se habría llevado un golpe por parte de su adversario. Pero las situaciones cambian cuando los jóvenes están recluidos en la institución.
“Acá uno aprende, esto no es como en la calle que uno peleaba por una camiseta, eso ha cambiado”, enfatiza Steven. Antes, en la calle, no se podían ni ver. Ambos forman parte de una estadística según la cual, el crecimiento anual de las pandillas en Cali es del 20 %, generando sensación de inseguridad en la sociedad. Así lo aseguró el magistrado Wilson Ruiz de la Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura, durante una asamblea de convivencia que se desarrolló hace un año en Cali.
Se reanima el partido, ambos se miran y sonríen.
El orgullo es lo primero que deben dejar los jóvenes en el Buen Pastor. Antes y ahora, cuando su equipo pierde, ambos son marcados por la depresión. “Cuando uno ve caer el equipo, uno se siente en el piso, cuando ellos pierden uno pierde, uno también pierde la alegría de verlos ganar, la plata que uno invirtió para ir a verlos, los viajes y los sacrificios”, explica Juan.
El balón rueda y a su vez Yeye, sentado en las bancas detrás de uno de los arcos, empieza a rapear:
“Reprochan a los presos porque cometemos errores
O nos tiran porque queremos ser uno de los mejores
En la música, en el canto o en la cancha
Cuando jugamos, o cuando alentamos”.
Todos lo aplauden, es el líder indudable de su casa.
Dentro de la institución, los jóvenes tratan de calmar su actitud frente a los otros barristas, pero no se olvidan del amor desenfrenado por su equipo hasta el punto de llegar a generar violencia. Estas disputas entre bandas de diferentes equipos son permanentes, antes y después de algún partido.
“Cuando uno pilla perder su equipo, uno siente la presión, se siente humillado; ¿cómo vamos a perder? y el otro equipo alentando y sacándole canciones a uno, uno se estresa, ¡vamos a enfrentarnos contra ellos!, a ver qué es lo que tanto hablan, uno lo hace para subirse el ánimo y el orgullo”, explica Steven.
En el Buen Pastor se desarrollan a diario talleres y pactos de convivencia para aprender a respetarse entre sí, la mayoría de estos jóvenes se encuentran con su enemigo recluido en el mismo lugar. En la ‘Casa Honestidad’ existe un pacto de convivencia, Juan y Steven hace parte de él gracias al acompañamiento de Yeye; entre los tres han desarrollado una buena amistad.
“La actitud les favorece mucho, el trabajo en equipo con compañeros en común, con la familia, es clave en el proceso; además, los jóvenes como Steven y Juan son muy calmados y se prestan para trabajar con ellos”, cuenta Deisy Pinto, psicóloga de la institución.
Suena el pito final y los jóvenes se desplazan de regreso a su casa. Yeye camina despacio, delante de él Steven y Juan hablan sobre su gran desempeño en la cancha, una conversación que hace unos meses no había podido ser realidad.
El “ojo por ojo” es predominante en estos jóvenes barristas, pero algunos de ellos aprenden a cambiar su forma de pensar gracias a las ayudas que encuentran mientras están recluidos, aprenden a convivir con otros jóvenes de diferentes barras dentro del Buen Pastor.
“Uno habla para que haya convivencia, entre más convivencia, es mucho mejor, así uno no tiene que estar peleando sino que también aprende a hacer amigos acá”, expresa Juan mientras seca el sudor de su frente.
“Los mejores amigos se hacen acá, porque son los que saben cuáles son las malas compañías, porque en la calle más de uno dice ser amigo y nunca se reporta, así sea una pequeña nota, pero no, ni siquiera eso, cuando uno quiere saber de un amigo hace algo, pero no. En cambio acá uno aprende quiénes son los socios, si uno tiene problemas con otros, ahí se sabe quiénes son los socios”. agrega Steven, mientras le da un golpecito a Juan.
Entre risas ambos cuentan que Yeye fue pieza clave para que ambos se calmaran y empezaran a dialogar, incluso reconocen que el trabajo de las psicólogas y trabajadoras sociales de la institución reafirman el proceso de amistad con aquellos a quienes anteriormente llamaban enemigos.
“Al principio se trata de preguntarles a los jóvenes con quién se lleva bien y con quién no, es una forma para que ellos se calmen y reflexionen, que no sea una reacción ante quienes ellos piensan que son los enemigos”: Lorena Gutiérrez, trabajadora social, ONG Crecer en familia (entidad operadora del Buen Pastor).
“Dentro del Buenpa tengo varios socios que son del Cali, están Steven, Carlos, José, en la buena con ellos, con ellos no pasa nada, no hay problema”, aclara Juan. Sin embargo Steven agrega que no con todos se pueden hacer las paces: “Hay veces uno sigue con la rivalidad porque uno de pronto se lo va a encontrar y el man lo tropelea y uno también va a responder; pero con otros la rivalidad no existe aunque uno sabe que él cumple con el pacto y al final uno es consciente que él es americano y yo caleño, igual seguiremos siendo amigos.”
En el Buen Pastor se trabaja con el marco teórico del ICBF que establece un protocolo: acogida, afianzamiento, encausamiento y robustecimiento -que es cuando el adolescente egresa-. Sin embargo, el proceso es relativo, y en el lugar hay jóvenes que lo logran y otros que no, unos reinciden, otro no. Frente al barrismo es un proceso complejo y lleno de sensibilización, con el objetivo de cambiar una cultura, más hacia lo deportivo que hacia la confrontación.
La psicóloga Marcela Ángel explica que el problema en las calles es que “en vista de que los jóvenes no han encontrado una posibilidad por la cual luchar en la vida, estar en estos grupos los hace sentirse parte de algo”, es cuando busca refugiarse en un grupo social. En la ciudad se conforman barras bravas con la intención de alentar a su equipo y muchas veces estos grupos delinquen. Según la Personería Municipal, hay 137 pandillas y por lo menos 2.200 jóvenes las integran.
La resocialización busca que los jóvenes aprovechen el cambio y aprendan a convivir en paz, modificando sus hábitos y construyendo un futuro mejor, pero desafortunadamente, un alto porcentaje reincide en hechos de violencia.
Al acercarse el día de su libertad, Juan aseguró: “Yo no voy a salir a pelear contra los del Cali, son etapas que uno quema y yo no me voy a hacerme matar por eso, uno aprende que hay que convivir, y cuando me encuentre a mis amigos de acá no voy a pelear. Si yo no hubiera estado aquí interno, habría seguido en lo mismo”.
Mientras tanto, Steven comenta: “Por un lado las barras son buenas para quien las sabe llevar, el que sólo va a ver el equipo y no roba, está en la buena, pero el que la lleva por la mala, robando y apuñaleando a los de otros equipos, pierde; todo depende de la persona”.
Yeye se siente contento de haber ayudado a estos jóvenes dentro de la ‘Casa’ para que se reconciliaran y afirma que mientras pueda, seguirá en el proceso de que otros amigos se unan y cambien.
*Crónica seleccionada como resultado del taller ‘Jóvenes que cuentan la paz’, realizado en la ciudad de Popayán, por parte de Consejo de Redacción.
Johana Castillo
Comunicadora Social
Universidad Santiago de Cali