La enigmática esposa que acompañó a Fidel Castro hasta su final

La enigmática esposa que acompañó a Fidel Castro hasta su final

Dalia Soto, quien estuvo él 55 años pero solo salió a la luz en 1999, cuando enfermó, nunca lo desamparó

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noviembre 26, 2016
La enigmática esposa que acompañó a Fidel Castro hasta su final

Cuando su robusto cuerpo de cemento le cobró los cuarenta años de dictadura, el comandante no tuvo de otra que dejar conocerle al mundo a la única mujer a la que le ha hecho caso en su vida, Dalia Soto del Valle, su esposa. Justamente se cumplían cuatro décadas desde que Fidel Castro se tomó el poder en Cuba, pero el rígido militar ya necesitaba de un bastón de apoyo y a pesar de que no confiaba ni en su propia sombra, supo que ya era hora que Dalita le hiciera la segunda. Era 1999 y se llevaba a cabo un juego de béisbol entre Cuba y Venezuela. De los pocos fotógrafos que dejaron ingresar al estadio de La Habana, solo uno pudo capturar una foto de aquel mito de ojos verdes que acompañó a su esposo hasta donde estaba Hugo Chávez, mientras sigilosamente ella, como siempre, se hizo dos filas atrás para estar pendiente de uno de los hombres más poderosos del mundo.

Dalita, quien aunque ha aparecido poco, desde hace 16 años no desampara al dictador ni en los momentos más íntimos como las horas de sus lavabos. Cuando la salud del comandante comenzó a decaer en el año 2001, que fue su momento más crítico, a Dalia se le vio en cinco actos oficiales. Jamás de la mano de su esposo, pero sí muy cerca por si el hombre fuerte necesitaba una mano delicada y confiable en quien ampararse.

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Tuvieron que pasar 40 años (1999) para que Fidel saliera en público con su esposa Dalia Soto del Valle

La bautizaron como Dalia Soto del Valle, hija de Fernando Soto un hacendado de la provincia de Trinidad en Cienfuegos. La rubia se dedicó desde jovencita a la docencia y fue en ese momento que se le atravesó en el camino aquel hombre al que todos le tenían respeto y que le hacían caravanas de bienvenidas después que en 1959 derrocara con un ejército pobre el imperio de Fulgencio Batista. Fidel Castro Ruz llegó a Cienfuegos a dar uno de sus primeros discursos de la campaña de alfabetización que llevaba como consigna su gobierno de ni un solo analfabeta en la isla. Después de descansar en el aplauso, él de 36 años pudo ver entre la muchedumbre a una niña de 17 años, que sobresalía sobre la pueblada. Ella deslumbrada con la elocuencia de aquel hípster vestido de militar, no pudo dejar de mirarlo. Se gustaron de inmediato.

El comandante llamó a uno de sus súbditos llamado José Alberto “Pepín” Naranjo Morales y le ordenó que hiciera lo que fuera para que la jovencita estuviera en la cena y la velada de aquella noche en la escuela de Trinidad. Allí los presentaron, los dejaron solos y desde hace 54 años no se han separado. No pasó un mes y Dalita ya había quedado en embarazo de su primer varón, al que llamaron Alexis Castro Soto del Valle. Desconfiado como lo será hasta su muerte, Fidel no se casó de inmediato con la joven profesora ni la llevó al impenetrable Palacio Presidencial, pero si ordenó que ella se fuera de inmediato a vivir a La Habana, en el mismo barrio de Punta Brava, a solo 200 metros de la casa civil. Él la visitaba a escondidas en las noches y ella lo amaba en silencio durante el día. Dalita comenzó a vivir en una de las casonas españolas con chofer incluido quien hacía las veces de escolta y espía por si a ella le daba por voltear los ojos hacia algún aparecido. Pero el viejo Llanes, además de manejar el carruaje, nunca dio quejas de la cándida mujer.

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Reinado en los años sesenta. Fidel asediado por las mujeres que querían estar siempre al lado del poder.

Todo lo contrario sucedía con aquel hombre que apenas sin hablar seducía, pero que  cuando hablaba hacía desmayar. Diez años antes Fidel se había casado con Mirta Díaz-Balart, una burguesa de la que se dejó encantar por los consejos de sus aduladores para “mejorar la raza”. Finalizando los cincuenta nació Fidelito Castro Diaz-Balart. Pero ese amor voló como cortina sin ventanas y Mirta y Fidelito terminaron viviendo con los “gusanos”, los opositores al régimen en Miami. Otro amor furtivo pasaría por las sabanas de la cama presidencial; Natalia Revuelta quedaría en embarazo de una niña a la que llamaron Alina Castro, pero que rebelde como su papá se fue en contra de su propia sangre, huyó a Miami, se cambió el nombre y hoy Alina Fernández es una de las mayores opositoras del régimen de la familia Castro.

Tuvo que haber un muerto para que se produjera el matrimonio. La mano derecha de Fidel Castro se llamaba Celia Sánchez Manduley, quien había estado en la guerra contra Fulgencio Batista y fue quien lideró como un hombre la red de campesinos. Era cinco años mayor que Fidel, pero por sus acciones se ganó el derecho a ser la secretaria ejecutiva del Consejo de Ministros y miembro especial del Partido Comunista Cubano. Sin embargo, en 1979 un cáncer de pulmón la tiró a la cama donde murió al cabo de seis meses.

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Dalia siempre en segunda o tercera fila cuidando, a lo lejos, a Fidel, con quien se casó en 1980

Desamparado de voces femeninas el dictador decidió en los años 80 formalizar su relación con  Dalia Soto del Valle y se casaron por lo civil en presencia de los cinco hijos varones de aquella relación. Sin embargo, tácitamente ella sabía que no podía salir junto al comandante ni en las fotos de balcón. Todo tenía que estar bajo la más hermética reserva por seguridad ante la amenaza de los “perros de la CIA que me quieren matar y matar a todo mi legado”.

Los cinco hijos fueron bautizados con nombres que inician por la letra A: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. El mayor tiene 54 años y el último 42. La leyenda dice que el comandante siempre quiso que sus hijos llevaran la letra A por su admiración a la vida del Alejandro Magno. Fue así como Dalita no se dedicó a ser la primera dama de Cuba, sino una consagrada ama de casa de la que se admira su paciencia y su poquísimo afán de figurar. La esposa perfecta para un dictador que tenía que hacer ver que hasta en el baño de su casa mandaba él.

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Antonio Castro Soto, cuarto hijo de Fidel y Dalia

Dando el ejemplo en Cuba ninguno de sus dirigentes han hecho de sus esposas a mujeres destacadas de la vida política del país. En los actos públicos ni generales, diputados, cónsules o dirigentes se dejan ver acompañados de sus esposas. Incluso, ni Raúl Castro, sucesor de la comandancia y Presidencia se le vio en actos de gran envergadura con su difunta esposa Vilma Espín. “Fidel es como como un jesuita que no puede prescindir de las mujeres, pero que no las quiere cerca de la parroquia”, cuenta uno de sus biógrafos.

Pero la edad no llega sola y la soledad es la peor de las condenas. Fidel un día amaneció con tanto desgano y tanta necesidad de ayuda que llamó a Dalita y le dijo que tenía que comenzar a hacer frente. Empezaron porque ella se hacia dos o tres filas atrás de dónde estaba el comandante; como sucedió en la marcha del 26 de julio del 2003, donde los fotógrafos la descubrieron y ella no tuvo otra que sonreírle a las cámaras. Le siguió la tarea de estar presente en cada té, recibimiento o cita de los mandatarios de todo el mundo que se quieren tomar la foto con el mítico Fidel, desde el expresidente francés Hollande hasta el propio Papa Francisco. “Dalita muéstrales el corredor, Dalita muéstrales el  jardín, Dalita llama a la empleada para que sirva las bebidas, Dalita dónde está mi chaqueta, Dalita…”. Fueron cincuenta años de no mezclar a la esposa en los asuntos políticos pero a todos los comandantes se les acaba la pólvora y tienen que acudir a la inspiración de aquellas damas como Dalita, hasta para hablar con el Papa.

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