Usted no es uribista
Opinión

Usted no es uribista

El uribismo no es una reflexión política, ni la membrecía a un partido, ni una comunión con su líder Álvaro Uribe. Es algo distinto…

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enero 02, 2016
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Posiblemente usted crea que es uribista, pero no lo es. Aún más, posiblemente usted crea que se encuentra lejos de serlo y lo es. Es su mejor exponente. El uribismo no es lo que se piensa. Es otra cosa distinta. Otra realidad. Una forma hepática y salvaje de convivir, de concebir al otro. De negarlo y de paso, de negarse.

El uribismo no es una reflexión política, ni una corriente de pensamiento. Tampoco una membrecía a determinado partido, y mucho menos, una comunión con el líder Álvaro Uribe Vélez. Es algo distinto. No se puede confundir. Usted puede ser liberal, conservador, hincha, macho, o como se quiera llamar y aún así, ser uribista.

El uribismo es el último —no el primero de los nombres— con que se ha bautizado un histórico malestar ético colombiano, si se quiere, humano. Una enfermedad guiada por emociones y sentires en contra del prójimo. Un resultado de la desesperación, del hastío. Una parálisis como sociedad. De morirse, o agonizar, por quietud. De no poder hallar respuestas. De ya no poder hacer preguntas. Es todo eso y aún peor. Un ejercicio del odio por el otro y del miedo por uno mismo. Una pasión de izquierdas y derechas. Una enajenación. Una ausencia de pensamiento.

Cuando Jean Paul Sartre en 1944 reflexionaba sobre ciertos rasgos del antisemitismo —el discurso de odio más antiguo de la humanidad— decía que el agente del odio sabe lo que hace, sabe lo frívolo de su posición, pero sobre todo sabe la dificultad que representa la contradicción de su punto de vista para un interlocutor racional. El odio no acepta razones y plantea una desventaja inicial porque no requiere en sus argumentos, del uso responsable de las palabras, balbucea, babea. Acusa, señala, hiere con bajeza. Su deleite está en la amenaza, en provocar temor. Odio puro. Decía.

El odio divide y simplifica al mundo en dos, los buenos y los malos. Sin pausa o retraso, siempre puntual, señala su objetivo y lo persigue. Uno de los dos debe prevalecer, el otro, perecer. Sin excepción. Sartre los definía como “asesinos simbólicos”, no empuñan el arma, ni atraviesan con el puñal, no encienden hogueras de opiniones ajenas y divergentes, pero si las alientan, si claman por ellas.

Desde la tribuna, desde el anonimato y con la ferocidad de la turba, piden guerra, linchamiento, venganza. Faceboook, Twitter. Facebook, Twitter. Desconfían y etiquetan. Escriben mal porque la víscera no conoce de ortografías, solo de bilis. Y lo peor, creen estar haciendo el bien, duermen tranquilos, son de los buenos. Se justifican en la sangre ajena. Sólo tiemblan de placer y miedo. Ya se acostumbraron.

Por eso usted no es uribista.

Basta verse. Dar un paseo cuidadoso y delicado en las noches por el cuarto de sus hijos o sentir la risa inquieta del amor cuando se ve de lejos. Basta saludar a su vecino, estrecharle la mano mirarlo a los ojos y reconocer las arrugas que deja la esperanza. Basta agradecer el despertar de las mañanas y contemplar las tardes que se caen sin caerse. Permitirse ver al otro, como un igual. Eso tan simple que impide el odio, esa obstrucción humana que sistematiza la guerra.

Dejemos de llamarlo uribismo, no juguemos con fuego, llamémosle odio. Usted no es uribista.

@CamiloFidel

*Columna publicada originalmente el 12 de septiembre de 2015

 

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