El 11 de septiembre se cumplen 40 años del Golpe de Estado en Chile. El reportero en Latinoamérica, Dick Emanuelsson, entrevistó a César Bunster Ariztia, segundo hombre de logística de la denominada “Operación Siglo XX”, llevada a cabo el 7 de septiembre de 1986. Este es el relato de cómo se planeó y ejecutó la emboscada contra el general Pinochet que casi le cuesta la vida al tirano.
Un preludio a la lucha armada. . .
Se sentía en el aire el frío y la humedad del invierno chileno. Corrían los días del mes de septiembre de 1986. En Chile se sentía que algo estaba pasando. La pregunta era: ¿Qué?
El tono en las transmisiones de las emisoras como Radio Moscú o Radio Habana se escuchaba cada noche con más optimismo. Esos canales radiales, manejados por chilenos en exilio, eran invalorables para informar sobre lo que pasaba en el país ya que los medios chilenos actuaban bajo control del régimen. No sólo informaban, en realidad fueron organizadores colectivos para la lucha antifascista contra la dictadura que había derrocado el gobierno de Unidad Popular y al presidente Salvador Allende, en un Golpe de Estado sangriento el 11 septiembre de 1973.
Diez años más tarde (1983), el pueblo chileno perdió su miedo ante la dictadura. Yo había llegado en el mes de julio para estar presente en la Protesta Nacional que se realizaba cada mes. Desde marzo de aquel año se habían adherido más sectores a la lucha frontal contra el régimen militar.
Durante una década la dictadura había controlado a Chile con una mano de hierro. Habían sucedido protestas públicas pero esporádicas. Mas, a partir del 8 de marzo de 1983, el pueblo comenzó a levantarse. El 18 de agosto, ante la amplitud y la beligerancia de las protestas, Pinochet mandó al Ejército a tomar las calles para derrotar la resistencia en las poblaciones, los asentamientos populosos y nidos de la lucha clandestina y antifascista. Sólo en Santiago fueron asesinadas 28 personas en las noches del 18 y 19 de agosto, cuando los pobres apenas empezaban se a reconquistar el poder en sus barrios proletarios. Sólo las balas asesinas pudieron frenar el levantamiento.
Antes de arribar a Chile aquel julio de 1983, yo había hecho una gira y reportes periodísticos en la Nicaragua liberada para el diario de Suecia donde trabajaba. La última noche antes de partir hacia Chile, me topé con Sergio Buschmann. Él había ingresado a las Juventudes Comunistas de Chile (JJCC) en el año 1962. El 11 de septiembre de 1973 fue detenido y llevado al Estadio de Santiago donde se encontraba también el legendario cantautor Víctor Jara. Buschmann fue liberado unos días después, pero en 1975 fue detenido nuevamente. La iglesia Católica lo salvó de nuevo y lo ayudó a salir del país, llegando a Suecia a principios de 1976.
Allá vivía en un barrio que se llama Fittja, mayoritariamente poblado por turcos, árabes, curdos e inmigrantes. Pero la vida tranquila del “Svensson” no era algo para Buschmann. Después de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, Buschmann dirigió el compás hacía Centroamérica donde peleó como combatiente en el Ejército Popular Sandinista. La tarea era impedir la contrarrevolución y la invasión organizada por los gringos a través de los “Contras”. También organizó un grupo de teatro junto con salvadoreños exiliados y algunos nicaragüenses. Llevó el grupo a Suecia en donde presentó una obra de teatro sobre la suerte del revolucionario salvadoreño Roque Dalton.
Pertenecía al Partido Comunista de Chile que tenía un agitado trabajo político y financiero en el exilio. No se quedó sin tarea en Nicaragua porque recibió la misión del Comité Central de su partido para iniciar la construcción de la Milicia Rodriguísta, Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), llamado así en tributo al abogado que se convirtió en guerrillero y lideró la lucha armada contra el colonialismo español.
Durante esa noche en Managua, era julio de 1983, entre cervezas y enchiladas, Buschmann me contó de los preparativos finales sobre “la Vuelta a Chile”. “Fíjate a final de este año, habrá noticias en Chile y en el mundo”.
Los pueblos latinoamericanos respiraban un nuevo aire después del triunfo sandinista y la intensificación de las luchas guerrilleras en El Salvador y Guatemala. Gran parte de los países del continente estaban gobernados por regímenes militares y la esperanza era grande en cuanto a que los años de horror fascista en países como Chile, Argentina, Uruguay, Brasil o Bolivia irían a su final.
El derecho a la “Rebelión Popular”
Pero las dictaduras no se caen por si mismas. Buschmann y otros chilenos que habían combatido junto con los sandinistas, planeaban el regreso a Chile para allí retomar la lucha contra la dictadura militar.
El secretario del Partido Comunista, Luis Corvalán, había llegado a Estocolmo ya el 16 de noviembre de 1980. Habló en un acto semiclandestino en el colegio de Erik Dahlbergskolan en la capital sueca a donde fui invitado por la organización partidaria en Suecia. Corvalán lanzó públicamente la consigna “Con la Razón y la Fuerza” y el derecho a “la Rebelión Popular”.
“Se hacen humo las ilusiones respecto de una presunta liberalización del régimen. Se cierran los caminos para la evolución gradual con que algunos han soñado. En estas circunstancias, no tenemos dudas de que el pueblo de Chile sabrá encontrar el modo de sacudirse el yugo de la tiranía. Las masas irrumpirán de una u otra manera hasta echar abajo al fascismo. Pinochet no podrá mantenerse en el poder por el tiempo que pretende. El derecho a la rebelión pasa a ser cada vez más indiscutible”.
“El derecho a la rebelión es, por así decirlo, un derecho sagrado. No es un invento de los comunistas. Hace ya dos siglos que fue incorporado a la declaración de independencia de los Estados Unidos. Lo reconoce la encíclica Populorum Progressio frente a las dictaduras” .
Los centenares de chilenos del exilio presentes en el acto estallaban en júbilo. La consigna que dio el pueblo chileno fue el derecho a levantarse con “Todas las Formas de Lucha” contra la tiranía. Eso fue como un catalizador de la lucha antifascista.
Muchos de los exiliados comenzaron a concretizar lo que habían soñado durante los años en el exilio; el retorno para participar en la pelea frontal contra la dictadura. Varios de los presentes en ese acto de 1980 en Estocolmo darían posteriormente sus vidas por la causa revolucionaria.
Lo que no había mencionado el líder comunista fue público el 14 diciembre de 1983; FPMR, un movimiento creado por el Partido Comunista nació y su tarea combinada era político-militar. Ya había una herramienta para tumbar al régimen militar. El hecho confirmó las palabras de Buschmann del mes de julio 1983.
La noticia cayó como bomba. El Pentágono dio la orden a la embajada estadounidense en Santiago de iniciar sus intrigas para dividir la Resistencia y aislar a la izquierda. El frente en Chile contra la dictadura era bastante amplio y en ello había democratacristianos hasta militantes del MIR. Pero el núcleo de la lucha era de la izquierda, principalmente comunista-socialista y partes del MIR que habían logrado sobrevivir a las desapariciones y asesinatos en los primeros años después del Golpe de Estado. La CIA maniobraba habilidosamente con la meta de aislar la izquierda revolucionaria y, principalmente, el Partido Comunista.
La Casa Blanca sabía que la dictadura caería más temprano que tarde. Por lo cual se trataba de reemplazar al Dictador con un régimen que respondiera a los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos.
Pero el Dictador no quería escuchar y no estaba dispuesto a participar en unos “experimentos democráticos”. Por lo cual fue necesario tratar de tumbarlo con otros métodos.
A las 18:35 horas el 7 de septiembre de 1986, un comando especial del FPMR emboscó al Dictador en la cuesta “Las Achupallas”, camino al Cajón del Maipo, a 40 kilómetros de Santiago, cuando éste regresaba de su residencia gigantesca de verano.
Las primeras granadas de los lanzacohetes M72 LAW tocaron sus objetivos de los cinco carros blindados que hacían parte de la comitiva dictatorial. Varios carros fueron blancos con éxito mientras las granadas que fueron disparados contra el carro del tirano, no explotaron. Cinco de los 25 escoltas de las Fuerzas Especiales del Ejército chileno fueron dados de baja mientras 12 fueron gravemente heridos en la emboscada.
Con la certeza que el Dictador había sido eliminado, los 30 guerrilleros del FPMR regresaron hacia el centro de Santiago en carros alquilados. La noticia de que Pinochet había sido muerto en la emboscada comenzó a regarse en Chile. Los pobres en las poblaciones salieron a las calles para celebrar la muerte. Pero demasiado temprano.
¿Cómo se hizo la selección de los combatientes para la emboscada?
César Bunster: El FPMR ya tenía una experiencia que quizás no era tan largo en términos de años. Pero sí muy rica en términos de del accionar que había ido desarrollando y el vínculo que tenía con el resto del movimiento social. A nosotros en el Frente, yo creo que es verdad decir que nunca nos faltaban combatientes, nos sobraban. Y no quiero exagerar. Pero debido a la extracción que tenían nuestros combatientes, y me acuerdo que era difícil encontrar compañeros o compañeras que tenían licencia para conducir por que eran “cabros” (muchachos en Chile) muy jóvenes que venían de las poblaciones de extracción muy popular. Por eso te digo que combatientes no nos faltaba.
Para responderte concretamente la pregunta; la selección de los fusileros eran compañeros con muchísima experiencia del enfrentamiento directamente con la dictadura. Nadie fue aprendiendo a combatir a la dictadura o a la lucha armada en esa acción. Sería ilógico. Seleccionaron compañeras y compañeros con experiencia. Los que encabezaron la emboscada en términos militares, fueron efectivamente oficiales graduados en Bulgaria, como el caso del José Valenzuela Levi (Comandante Ernesto), que en el 1987 fue asesinado en la “Operación Albania”. Era un cuadro formado en Bulgaria como oficial formal pero que tuvo su gran experiencia (político-militar) en Chile. Los combatientes eran otra “cantera”.
Jose Valenzuela Levi, máximo jefe en la emboscada contra Pinochet e Ignacio Valenzuela Pohorecky, ambos con pasado en Suecia y asesinados en en la “Operación Albania”.
José Valenzuela Levi había crecido en Suecia donde su madre era profesora en la Universidad de Estocolmo. Cuando llegó la noticia que José Valenzuela había sido asesinado por un comando del CNI (policía política secreta) en Santiago el 15 de junio de 1987, entrevisté al padre que entonces vivía en la ciudad universitaria de Uppsala.
También el Rodriguista Ignacio Valenzuela Pohorecky (no pariente de José), que fue asesinado en la misma operación, había vivido en Suecia y retornó a Chile para incorporarse en la lucha miliciana contra la dictadura.
Se acercaba el “Día D” y la Comandante Tamara reunía a los seleccionados para la acción en donde informaba que era pocas posibilidades de sobrevivir. No tenía mandato de informar sobre el contenido pero agregó que la acción cambiaría la historia y el rumbo de Chile. Hizo la pregunta a cada uno de los 30 combatientes si quería retirarse. Ninguno rechazó su participación.
El primer intento de ajusticiar al Tirano el 30 de agosto de 1986 tuvo que ser cancelado por que el general cambió la rutina por la muerte del ex presidente Jorge Alessandri y bajó antes del domingo. La acción fue postergada una semana.
Era peligroso quedarse en la casa que Bunster había alquilado con los 30 guerrilleros, además había un cuidador que vivía en la casa. La decisión fue llevarlos más arriba de la cordillera e instalarlos como internados religiosos.
– Además había compañeros que había estudiado para ser sacerdotes, dice Bunster y se ríe, por lo cual sabía los cantos y las charlas que había que dar, o los ritos a seguir.
El 7 se septiembre de 1986, a las 18:35 horas los guerrilleros, bajo el mando de José Valenzuela, Comandante Ernesto, ya habían tomado sus posiciones en las trincheras y esperaban la comitiva de Pinochet. Todos ya sabían cuál era la misión. Se había hecho una formación militar primero en la casa donde se escuchaba el último discurso de Salvador Allende. La adrenalina fluía en las venas de los 30.
– Fue un momento de mucho solemnidad.
Todos tenían sus tareas específicas. La intercepción en la carretera con la casa rodante de la caravana se hizo como se había planificado. Lo único que no resultó fue la neutralización de los dos motoristas que encabezaban la comitiva. La idea, dice Bunster, era dejarlos pasar y ahí interferir con la casa rodante y en el otro momento darlos de baja. Uno logró salir ileso y siguió la carretera y su rumbo a una estación de policía que existía más delante donde avisó sobre la emboscada. Lo demás funcionó; detener la caravana y abrir fuego.
Para eso se habían destinado diez lanzacohetes norteamericanos modelo M72 LAW, dos para cada carro blindado y polarizado.
– Lo que no resultó fue el armamento de lanzacohetes, no estalló la granada que tocó el auto de Pinochet, golpeó el vidrio. Y por lo tanto se salvó.
Cinco de los 25 escoltas del general habían muerto en la emboscada, doce más estaban heridos gravemente. “Los demás se escaparon como ratas”, dice César Quiroz, que en esa época también era del Frente y que había sido graduado como oficial militar en Bulgaria.
El comando del FPMR creía que el dictador había sido eliminado y manejaban en carros que César Bunster había alquilado, parecidos a los de la comitiva de Pinochet, en dirección hacia Santiago. Las pipas de los fusiles M-16 los tenían afuera las ventanas de los carros. Éstos tenían luces de la policía en los techos y con sirenas para dar una imagen que era la caravana del general que venía.
César Bunster: La salida de esa zona era como la más riesgosa. Por algo se llama “Cajón del Maipú”. Hay una sola salida donde se hizo la emboscada y había que bajar directo e inevitablemente cruzarse por un cuartel policial donde, además, tenía una barrera que bajaban normalmente. Sabíamos que habría mucha confusión después de la emboscada.
Y efectivamente así funcionó. Los policías que estaban advertidos por ese motociclista que logró escapar, habían bajado la barrera en el cuartel policial. Pero cuando vieron acercarse esta columna, donde se veía que venía con mucha gente armada con los fusiles asomados por las ventanas, y con balizas luminosas en los techos más las sirenas, se confundieron y levantaron la barrera, se cuadraron y lograron pasar todos los compañeros y compañeras.
Así que todo funcionó, menos lo más importante, resume Bunster y casi sonroja ante el hecho que el Dictador se salvó con una mano herida.
Cuando los 30 milicianos del Frente llegaron a la entrada de Santiago se disolvieron en parejas y subieron a los “micros”, los autobuses del transporte público hacia en dirección al centro de Santiago donde desaparecieron a diferentes casas de seguridad que ya estaban asignados de antemano. Para el Frente era lo más seguro, sostiene Bunster por que “ahí se diluye”.
En caso de heridos había una clínica clandestina con personal adecuado por cualquier emergencia. Pero todos estaban ilesos.
En la noche apareció el general Pinochet en cadena nacional, sacudido y nervioso, acusando, como siempre, al “terrorismo internacional, Moscú y a los comunistas”. Comenzó una impactante cacería de bruja contra toda oposición política en un estado ya muy militarizado.
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La imagen de Pinochet como intocable había sido rota con la emboscada. Me acuerdo las impresiones y los relatos de la gente de varias giras en Chile durante el régimen militar, desde Arica en el norte hasta Chiloé en el sur, cuando los chilenos en común comentaban la acción armada contra el general. Los ojos se transformaron en expresiones de sueños o de nostalgia cuando comentaron la pregunta “¿Qué pensó usted cuando supo sobre la emboscada contra el general Pinochet?”
En una de las más combativas poblaciones en Santiago, La Victoria, se desfilaron muchachitos desde los 10 años hasta arriba, varios con fusiles de madera que soñaban con ser milicianos Rodriguistas e incorporarse en la lucha frontal contra el Dictador. Las paredes estaban pintadas con murales en homenaje al FPMR y la lucha antifascista.
Pero La Victoria no era una excepción, sino reflejaba el ánimo y espíritu de combatir con la combinación de “Todas las Formas de Lucha de Masas”.
– Un elemento principal era eliminar a Pinochet para darle curso a la sublevación. Si se hubiese ajusticiado a Pinochet se habrían dado las orientaciones que estaban planificadas de antemano de pasar a la ofensiva y tratar de terminar ese mismo día con la Dictadura. Era como el inicio de la ofensiva final. Pero era un elemento clave de deshacerse de Pinochet por lo que se iba a producir adentro de las FF.AA., el ánimo de la gente, es decir, había muchos factores.
– Aunque no se cumplió el motivo, fue acertado políticamente de hacerlo. Rompió el mito que era intocable la Dictadura. Creo que entregó algo al pueblo de Chile que es histórico y que va a estudiarse en generaciones más, es el hecho que éste pueblo, al igual que todos los pueblos del mundo, estaba dispuesto de arriesgar la vida para recuperar la democracia, para no permitir una dictadura eterna que con sangre y fuego había llegado al poder en éste país, que había chilenas y chilenos que estaban dispuestos de tomar las armas, como hicieron los que lucharon por nuestra independencia en este continente, para hacer prevalecer la democracia y la justicia. Es un valor que tuvo esa acción y creo que va a estar escrito.
– Yo creo, además, que se prendió las luces de alerta en Casa Blanca. Recordamos que Centroamérica estaba en llamas. Por lo tanto fue una aportación al término de la dictadura. Los norteamericanos después de esa acción, se dieron cuenta que Chile podría irse de las manos y encenderse como ocurrió en Guatemala, El Salvador y como había ocurrido un poco antes en Nicaragua. “Había que sacar al Dictador”, resume Cesar Bunster lo que fue políticamente la “Operación Siglo X