Particularmente desde la irrupción de la Ilustración en el siglo XVIII, la época contemporánea en Occidente ha sido el campo de batalla de dos maneras distintas de ver el mundo, de un lado está un modo premoderno, tradicional y religioso en clave cristiana, y del otro el pensamiento científico como epítome de la racionalidad moderna. En medio de este debate, en especial desde el siglo XIX irrumpe una suerte de tercera vía que se consolidará en los siglos XX y XXI, es una suerte de espiritualidad de tinte esotérico que rechaza tanto a la premodernidad cristiana como al proyecto científico, que ha tenido diversas manifestaciones, y que en las últimas décadas se ha dado en llamar New Age o Nueva Era. Esta corriente es muy ecléctica y mezcla elementos provenientes de fuentes diversas, pero entre ellos son evidentes unos mínimos rasgos comunes. Citemos algunos. La Nueva Era enfatiza mucho en la capacidad del yo para autorrecrearse a partir de ciertas epifanías místicas, insiste en la autoespiritualidad, en la sanación mediante terapias alternativas, en la psicología de autoayuda, en esoterismos y gnosticismos, en entreverar ideas occidentales y de distintos lugares de Oriente. Los adeptos a la Nueva Era (o “Nuevas Eras”) insisten en que pueden comunicarse con entidades sobrenaturales sean estas Dios, difuntos, ángeles, o extraterrestres; mezclan por igual prácticas como el yoga, el chamanismo, la homeopatía o meditaciones diversas, con tal de alcanzar los famosos “estados alterados de conciencia” que tanto los obsesionan. Asimismo, están fascinados por esos fenómenos de los cuales se ocupa la parapsicología y que se han etiquetado como “paranormales”. En cualquier caso, los seguidores de la New Age dejan claro que rechazan por igual tanto a las religiones tradicionales como a la mirada proveniente del método científico.
Pues bien, el libro Paranormal Colombia de Mario Mendoza (2014) se encuadra en esta línea que a falta de un mejor nombre, podemos llamar Nueva Era o que, como alguna vez anotó Harold Bloom, no es sino un neognosticismo para consumo de masas. En sus diez capítulos, Mendoza entrevista a diez sujetos sumidos en el coctel de ideas que ya hemos referido y, además, él mismo se encarga de lanzar una serie de homilías que revelan (para sorpresa del lector) que él mismo también se siente y se percibe como un “sacerdotiso” New Age o neognóstico. En concreto, por el texto desfilan un periodista que hipnotiza personas, que cura imponiendo las manos y que se siente telépata (lo que después de todo, no es raro conociendo el nivel de tantos comunicadores que circulan en los medios), un presidiario charlatán que asegura comunicarse con extraterrestres y prever el futuro, un individuo que vive solo en un apartamento y declara que allí se sienten extrañas presencias y músicas sobrehumanas. También tenemos una mujer que ve espíritus de muertos, una exazafata que ha llegado a la irrefutable conclusión de que ella en vidas pasadas fue Manuelita Sáenz y a quien por alguna peregrina razón el mismísimo San Juan Bautista de La Biblia se le aparece en los baños (¿?), un ermitaño que vive en Arauca a la espera de ser contactado por seres de otros mundos, una pintora que presiente el futuro de la gente al ver las palmas de sus manos (lo que tampoco asombra, dado el tipo de pintores que hoy tenemos en Colombia). Para terminar, el libro nos muestra otro pintor que habla de sus estados alterados de conciencia, una tarotista paisa que presume de sus hondos conocimientos esotéricos así como de sus incontables predicciones, y un psiquiatra que alguna vez llevó a cabo prácticas terapéuticas heterodoxas.
En todos los casos que hemos mencionado, hay varios aspectos que llaman la atención. En primer lugar ¿por qué no hay pruebas del 99 % de los hechos “paranormales” que los entrevistados relatan? ¿por qué Mario Mendoza se traga todas las historias que le cuentan y jamás se le ocurre solicitar algunas confirmaciones externas y verificables distintas a la del respectivo santo que está promocionando su propio milagro? ¿por qué el texto no adjunta documentos de alguna clase que permitan constatar lo que se narra desde una perspectiva distinta a la de aquel que está parloteando alegremente acerca de sus inverosímiles hazañas? Si, por poner un ejemplo, yo aseguro que Jesús de Nazaret se aparece en el clóset de mi dormitorio, lo menos que debo aportar es alguna evidencia concreta, algún estudio, algún examen, algún análisis distinto a mi mero declarar a grito herido que Jesús me ha elegido a mí para transmitirle un mensaje crucial al planeta. No obstante, Mendoza nunca hace algo tan elemental y se contenta con creer lo que le cuentan con una ingenuidad que asusta e incluso da para pensar mal. En segundo lugar ¿por qué a pesar de que uno siente que la mayoría de los personajes entrevistados sufren diversos trastornos de personalidad, a Mendoza jamás se le ocurre darnos a conocer alguna evaluación psiquiátrica del sujeto, ya que pedir una síntesis de la historia clínica del mismo, tal vez sería demasiado? (aunque lo cierto es, que en varios casos, uno como lector quisiera que antes de la entrevista, Mendoza nos permitiera conocer un perfil del entrevistado elaborado de modo independiente por algún experto en salud mental). En tercer lugar, asombra que en un escritor tan promocionado y pirateado como Mendoza, no exista un mínimo de información respecto a eventos elementales como, por ejemplo, el “Efecto Placebo” ¿Ignora él que la ciencia ha demostrado hasta la saciedad en los últimos años que en muchas oportunidades un paciente se puede curar de una enfermedad simplemente haciéndole creer que está siendo medicado, aunque en realidad no sea así? ¿Ignora que a veces la capacidad de autosugestión de un paciente puede resolver ciertos síntomas? ¿Ignora que a veces los médicos recetan pastillas de azúcar sin decírselo al paciente y que el paciente, creyéndose objeto de un tratamiento, puede curarse? ¿Ignora que en las medicinas o terapias alternativas que, por desdicha, hoy están tan de moda entre la población, el principio activo es el efecto placebo y que de hecho lo que esas medicinas o terapias pueden ofrecer se basa puramente en la autosugestión? ¿Ignora que muchos de los supuestos efectos de estos “sanadores” se deben a las personalidades lábiles y sugestionables de aquellos que acuden a tales consultas? ¿Ignora también principios elementales de la terapéutica psicológica como ese tan polémico, pero tan revelador, de Hans Eysenck de que el cincuenta por ciento (o algo así) de los problemas psicológicos suelen resolverse solos y sin ayuda de psiquiatras o psicólogos? En cuarto lugar –para seguir con la enumeración de aspectos objetables del texto- ¿de verdad cree Mendoza que para darse cuenta de que el mundo se encuentra ante una crisis ambiental o ecológica gravísima y de proporciones inimaginables, uno necesita alcanzar los estados alterados de conciencia de los cuales se jactan a menudo sus envanecidos entrevistados? Sin ninguna visita de seres sobrenaturales o sin consumir ciertas sustancias, salta a la vista que la especie humana ha conseguido convertir al planeta en un basurero y que perfectamente puede suceder que esta civilización termine su ciclo vital ahogada en su propia contaminación e inmundicia. Los signos de los tiempos son claros incluso para aquellos a quienes nunca se nos aparece San Juan Bautista en el baño.
La verdad es que el libro de Mendoza es muy irresponsable. Colombia es un país donde, por desgracia, cunden la charlatanería y los culebreros por todas partes (en la política, en los medios de comunicación, en el mundillo cultural, en el clero y en los distintos ámbitos de la vida cotidiana). Todos sabemos que estamos en un país donde desde la gente más humilde hasta la más encopetada consulta brujos, videntes, pitonisos, parapsicólogos, augures, magos, curanderos, médicos alternativos, santeros y alucinados diversos. Como tantas veces se ha dicho, Colombia es un país en donde la racionalidad occidental y la mirada científica, nunca cuajó del todo. Más bien lo que ha sucedido es que en los últimos años –tal como alguna vez lo previó Carl Gustav Jung, paradójicamente tan citado por los New Age- la religión predominante y tradicional que es la católica, no sólo viene perdiendo muchos adeptos, sino que gran parte de ellos acaban recalando en supersticiones variadas. Tenemos así un país con una religión tradicional que recula (el catolicismo), cualquier cantidad de grupos fundamentalistas (los denominados “cristianos”), mucha gente sumida en neognosticismos de moda al estilo New Age y, me temo, una fracción minoritaria cuyo porcentaje desconozco que le apuesta al método científico. En Colombia lo verdaderamente contracultural y antisistema es apostarle a esa razón crítica de la que tan fácilmente se mofa Mendoza, esa razón moderna que posibilita la democracia, el antiautoritarismo, el libre examen de cualquier idea, el sano escepticismo, la tolerancia y la convivencia con aquellos que no piensan como nosotros. Es cierto que esa racionalidad occidental se ha equivocado muchísimas veces, pero precisamente allí radica su fortaleza: es capaz de darse cuenta de que se equivoca, acepta que puede fallar y que es menester estar en un proceso de autocorrección permanente. Un mundo dominado por el sancocho New Age sería una pesadilla: un presidente debería esperar un contacto sobrenatural para tomar cualquier decisión, el ministro de salud debería ser homeópata, en las escuelas se enseñaría a alcanzar estados alterados de conciencia que nos iluminen ante cualquier problema en vez de hacer algo tan sencillo como analizar pros y contras, dejaríamos que ángeles y extraterrestres guíen nuestras vidas en vez de asumir nuestros propios compromisos, sanaríamos imponiendo las manos en vez de inventar la aspirina, la gente vería fantasmas y apariciones por doquier y a todas horas, se multiplicarían aún más los consultorios de videntes que a su vez ya no darían abasto para atender los millones de citas imploradas (es obvio que estoy caricaturizando, pero a menudo una caricatura permite transmitir más eficazmente una noción). Colombia no necesita más superstición, sino menos superstición, no necesita más charlatanería, sino menos charlatanería. Lo más inmoral de Paranormal Colombia es que precisamente Mendoza no sólo muestra que está contagiado del estado de charlatanería ambiental que hoy padecemos, sino que su libro la promueve. El libro de Mendoza publicita la seudociencia y la palabrería, acolita a tantos avivatos que se lucran de la ingenuidad y la falta de sentido crítico de la gente, promueve el aceptar ideas sin su demostración, fomenta que la gente busque soluciones a sus problemas en ideaciones mágicas, aleja a las personas de métodos y procedimientos empíricamente demostrados que la Modernidad hoy nos ofrece, le hace eco a alucinados y seudoprofetas de diversa laya. El problema de Colombia – a diferencia de otros lugares del mundo- no es el de evadirse de la Modernidad, sino el de acabar de construirla; el problema no es abrirse a lógicas distintas a la científica, como pregona Mendoza, sino conseguir que la mayoría de la población adquiera una mínima visión científica de la realidad (así sea para que después de ello, se dé el lujo de rechazarla). Es por lo menos ridículo intentar dejar atrás la visión científica y la racionalidad occidental cuando la mayoría de colombianos ni siquiera ha llegado a esa fase (Mendoza semeja así alguien promoviendo el divorcio, cuando la pareja ni siquiera se ha casado). Sujetos como los que entrevista y ensalza Mendoza son un lastre para nuestra cultura, no los emancipadores de ella. Ellos sólo repiten como loritos esa sinrazón popular que no es cristiana ni científica, pero infortunadamente es epidemia.
Para terminar, quisiera dejar unas cuantas preguntas en el aire que yo mismo no soy capaz de resolver. ¿Mendoza ansía convertirse en una mezcla de Paulo Coelho y J. J. Benítez para el caso colombiano? ¿Es consciente de la charlatanería que protege y estimula? Si no es consciente ¿ es válido pensar que está delirando? ¿Qué ventajas obtiene al convertirse en cómplice de paradigmas seudocientíficos? ¿Está haciendo todo esto por plata?
Bogotá, enero de 2015