Desde que te vi hace unos días por primera vez en ese mundo infame e inmediato del Twitter, allí boca abajo sobre la arena del mar, mi corazón se partió en mil pedazos y difícilmente se podrá volver a unir.
Tuvo que ser una decisión difícil la tomada por tu papá y tu mamá, salir temerosos en la noche sin nada más que sus ropas y ustedes, su más preciado tesoro, sus hijos, para abordar una de esas lanchas inflables a las que los locales llaman gomon y que parten de Bodrum, en Turquía, plétoras de refugiados que buscan huir del terror de la guerra.
No puedo siquiera imaginar la oscuridad voraz de esa noche, el movimiento raudo y veloz de la lancha plena, desbordada de gente hacinada tratando de coger algo a lo que aferrarse para no caer y lograr su sueño de llegar a la isla de Kos en Grecia.
Vislumbro como en una película de horror el momento en el que, aterrorizado, sueltas la mano de tu padre y caes por la borda de esa lancha miserable que transportaba contigo a muchos otros más; ese momento horrible en que tu cuerpo cae y es arrastrado por las olas del mar Egeo, ese mar que inspiró las letras de Homero y que baña alguna de las más hermosas playas del mundo; ese mar de horrores que se llevó a tu hermano Galip, 2 años mayor que tú, a tu madre Rehan de solo 35, y a 10 inmigrantes más que encontraron la muerte junto a ti en las heladas aguas apenas 30 minutos luego de partir.
Imagino tu angustia, tu desespero, ese pánico irracional y mortal que nos inunda cuando nos vemos rodeados de agua sin poder sentir la seguridad de hacer pie. Dicen que el agua estaba calma, pero tú no, ¿qué calma podías sentir cuando tu pequeño cuerpo se hundía una y otra vez en medio del oleaje? Al final debiste renunciar y lentamente dejar de luchar para finalmente sucumbir.
Tu imagen no se borra de mi mente, veo tus pantalones azules cortos, tus zapatos mínimos de color negro, tu camisa roja, y tu carita hundida en la arena como si estuvieras durmiendo y todo ese cuento de horror de la migración a causa de la guerra desde tu país de origen, Siria, no fuera más que una pesadilla de la que esperas despertar para correr al único refugio que conoces en el que te sientes totalmente a salvo, los brazos de tu madre.
Pero no es así, no vas a despertar, al menos no en este mundo que te echo a las fauces del lobo de la guerra, es más, hoy sabemos que difícilmente podías dormir en medio del sonido infernal de las bombas y los proyectiles, tu despertar será otro, en otra dimensión, en otro universo donde tal vez puedas ser lo que te fue negado en este, un niño.
Tu historia, como la de miles más de niños sirios inicia hace tres años en medio de las bombas y las balas en la ciudad de Kobane al norte de Siria, un país asolado por una guerra civil y religiosa que inicia con la primavera árabe, pero que para ti terminó en el invierno crudo y frío de la muerte.
Hace apenas unas horas tu padre, Abdullah te llevó de nuevo junto a a tu hermano y tu mamá de nuevo a Kobane, allí fuiste enterrado junto con ellos con honores, vaya paradoja e ironía de la vida, fuiste un héroe de una guerra que no comprendías y descansaras eternamente bajo al tierra de la que te desprendieron para buscarte un mejor lugar.
Descansa en paz, Aylan, ya eres un héroe universal, ya tu nombre será recordado en todo el mundo, tu cuerpo hundido en la arena se ha convertido en el símbolo que desnuda la indiferencia de Europa ante la tragedia de la guerra en medio oriente, ya eres la imagen del horror de la guerra y sus desplazados, de los refugiados, de los miles, tal vez millones, sin nombre, hombres, mujeres, niños y ancianos anónimos a quienes nadie conoce y nadie auxilia mientras huyen de la trampa mortal de la guerra para caer en la trampa irracional de la xenofobia.
Nosotros, pobres idiotas que nos creíamos lejos de semejante barbarie, hoy sentimos vibrar ese sonido infame del insulto, del rechazo. Hoy un gobierno irracional, como el que tuviste en tu país, se ensaña contra nuestros anónimos en otra frontera de la que jamás oíste hablar, en la que no hay guerra, pero si miseria, hambre y falta de oportunidades para sobrevivir, y miles como tú, partieron con la diferencia de que pudieron llegar afortunadamente con vida, no al otro lado del mar, sino al otro lado del río.
Paz en tu tumba y que tu imagen nos traiga la humildad y la tolerancia a nuestros corazones para que podamos aprender que las diferencias raciales, religiosas, políticas, económicas, sociales y de toda índole que nos separan no son entre nosotros sino propiciadas por gobiernos torpes e irracionales que juegan con la vida de sus pueblos.