Hay que entender al movimiento hípster como aquellos burgueses que fuman marihuana sintética, consumen diminutos papelitos con LSD que compran en 50 dólares, visten prendas vintage de marcas fancys, utilizan mochilas de medio millón de pesos donde guardan sus tarjetas de crédito, con bolsillos incluidos para sus Iphone o Samsung Galaxy de última generación, aparatos que han llenado con las canciones underground que un ‘experto’ en la materia les recomendó, aunque no tengan idea del artista, del género o de la propia música. Incluso les cae como tijera a sus barbas aquella frase tan vieja que se escribió en La Eneida: “Lo importante no es ser, sino parecer”.
Los hípster niegan ser hípster por antonomasia. Pero cuando hablan, destacan que lo de ellos es la música alternativa, comer saludable, jamás ver noticieros, leer a Murakami y andar en bicicleta, si es de titanio, mejor. Todo indica que en esta versión del Rock al Parque un hípster se coló en la dirección y le dará gusto a este nicho que huele a sándalo de Dior. Esta vez traerán a Celso Piña para exhibirlo como a un trofeo, como a una especie en vía de extinción, como al hombre que salvó a la cumbia colombiana de morir ahogada en el río por donde andaba la piragua a la que le cantó José Barros.
Deseo advertir que esto no es una diatriba contra el maestro Celso Piña, al contrario es una oda a su obra. Pero sí me gustaría que se interpretara como una levantada de voz a la gente que organiza tal vez el festival de música más importante para los jóvenes de todo el país. De tal suerte que empecemos por las preguntas que siempre recibirán respuestas ambiguas y quizá puteadas de alta alcurnia.
¿Por qué apenas ahora en Rock Al Parque vienen a invitar al mexicano Celso Piña? (un dato: este año el festival cumple dos décadas). Me atrevo a decir que no lo traen para homenajearlo sino por simple y física moda. Piña lleva 35 años haciendo música, haciendo cumbia colombiana, tanto así que su banda, curiosamente, lleva como nombre Celso Piña y su ronda Bogotá. ¿Para los organizadores dónde estuvo Celso en todo este tiempo?
¿Si tanto saben de cumbia o quieren homenajear el género, por qué no han invitado a los artistas seminales que ha dado el país? De hecho, en todas las entrevistas que ha concedido Celso Piña le recuerda a los periodistas y a sus seguidores que su ídolo se llama Alfredo Gutiérrez. Sí, el mismo colombiano que es capaz de tocar el acordeón con los pies. También les cuenta que en sus cajas de discos no tenía The Rolling Stones, sino las obras de Aníbal Velásquez, Los Corraleros del Majuagual y los vallenatos de Alejandro Durán. Para no ir más lejos, la primera canción que grabó éste músico nacido en Monterey fue Cumbia para bailadores escrita por Gutiérrez; sí, el nuestro. Quisiera informar a los hípster que subirán sus selfies en Instagram durante el concierto de Celso, que quienes hicieron su documental cuentan que el artista fue quien patentó la Cumbia Callera, le pregunté a un verdadero experto qué quería decir esto y me dijo que era la inserción de diferentes instrumentos por allá en los años ochenta como el sonido de un sintetizador.
Ese fue el gran éxito de este maestro del acordeón. Dejar que entraran a su estudio los rockeros que querían ‘ser diferentes’ y estar bajo la sombra de un estudioso de la música. La idea no fue de Celso sino de El Moco, un artista mexicano que en el año 2001 le propuso grabar con otros cantantes algunas cumbias. Al parche se le pegó Café Tacuba y los de Control Machete, quienes necesitaban llenar sus conciertos. Las rolas, como dicen los mexicanos, les salieron buenas. La música fusión trepó alto y Piña por fin tuvo el valor que merecía: el del gran jerarca de la cumbia moderna. Lo de fusión me recuerda a un amigo que nunca estudió cocina pero para sobrevivir en su caminata por Centroamérica comenzó a cocinarles a gringos, asiáticos y europeos. Un día me llamó y le pregunté sobre el plato que en ese momento preparaba en el hostal, entonces me dio el siguiente menú: arroz, lechuga, frijol, atún, zanahoria, pimentón y aceite de oliva. Le pregunté que qué era ese revuelto, entonces sentenció algo que jamás se me olvidará: “Mera fusión, pá. Cocina fusión”. Paradójicamente al fondo sonaba Celso Piña. Mi amigo no pudo con lo de la fusión pero a Celso le ha dado para viajar por el mundo entero. A algunos les cuela, a otros no.
Piña se jacta, ¿y quién no?, de haber sido amigo personal de García Márquez. Lo conoció en sus últimos días cuando lo llevaron a tocar a la Casa de la Cultura del D.F. Allí Gabo lo vio, se quitó el saco, la corbata, se remangó el dril y comenzó a bailar con desenfreno. Recuerda Celso que en el resto de parrandas que compartieron, Gabo jamás le pidió alguna fusión de esas que habían rencauchado a los rockeros mexicanos, sino las canciones que le sonaban a su Macondo. “Siempre me pedía que le tocara la Cumbia Sampuesana, porque aseguraba que esa era la madre de todas las cumbias”, reconocería el cantautor. No por menos Celso grabó en honor al escritor colombiano Alicia adorada, obra de Juancho Polo Valencia y que la conocieron los hípster no por Alejo Durán, mucho menos por Celso sino por Carlos Vives.
A propósito, si tanto se llenan la boca las directivas de Rock Al Parque de querer preservar la música de nuestras raíces ¿Por qué no han invitado a Vives?; claro, ese que tiene justo un disco que se titula El rock de mi pueblo. Si de homenajear nuestra cultura se trata hubiesen contratado al propio Alfredo Gutiérrez o si ya no hay más bandas de rock que valgan la pena y la fusión es lo que pega hubieran montado un show con los Corraleros de Majagual, El Burro Mocho y Kraken. Pero no, lo hípster ahora manda la parada. En varias charlas con amigos ha salido el tema de las fiestas que están organizando los niños y niñas ‘divinamente’ de Bogotá, donde los corridos norteños que elogian los cargamentos de cocaína y los asesinatos en bandada se cantan a voz en cuello para que vean “que yo soy cool”. Su ‘coherencia’ es idolatrar la paz pero consumen canciones que incitan a la guerra.
Un par de meses atrás estuve en una fiesta auspiciada por una fina marca de whisky donde trajeron a la peruana Wendy Sulca. Fui porque pensé que el show y el montaje iban a traer algo nuevo, pero lo que vi fue apabullante. Chicos y chicas hípster pidiendo que no cantara su nuevo repertorio sino La tética, ella de tanta insistencia lo hizo, entonces empezó el orgasmo, frente a la cara de la pobre artista se burlaban como si estuvieran en un circo que abusa de los animales. Ah, verdad, los hípster odian los circos y son animalistas.
Si todo sigue como va, no nos sorprendamos que en el próximo festival a un hípster se le ocurra traer al Chapo de Sinaloa para que cante su éxito Le hace falta un beso a dúo con Café Tacuba, grupo que ya va para el cuarto show en este festival ¿Es que no hay más bandas? Por lo pronto, ojalá y con sinceridad los asistentes a la presentación de Celso Piña, disfruten de su música porque éste al contrario de los hípster si ha sido el Rebelde del Acordeón. Un mexicano que ahora quiere grabar E camino de la vida para que los colombianos no olvidemos a un juglar llamado Héctor Ochoa.
Twitter autor: @PachoEscobar