La poeta, narradora, periodista y editora Beatriz Vanegas Athías, acaba de publicar bajo el sello editorial Corazón de mango una interesante colección de cuentos de su autoría titulada Todos se amaban a escondidas, historias que yo me he permitido subtitular como el placer doloroso del amor imposible.
Me ha tocado en suerte leer estos textos antes de su publicación porque he respondido positivamente a la amable solicitud de su autora de escribir un prólogo para esta edición, y esa experiencia me ha permitido estrechar un poco más mi labor de lector con el desempeño de una pluma que es para tener en cuenta en el contexto de la literatura del Caribe colombiano de hoy.
No recuerdo con exactitud cuándo fue la primera vez que leí un texto de lo que es ya una amplia y diversa producción de Beatriz Vanegas Athías, nacida en Majagual (Sucre), y radicada en Floridablanca (Santander).
Lo que sí puedo decir desde ya es que hace por lo menos quince años siempre me han llegado, de una u otra manera, las notas de prensa, las columnas, los poemas, los relatos, las crónicas, las entrevistas, o los artículos académicos que escribe esta mujer dueña de una manera de escribir muy propia, que sabe decir muy bien lo que tiene que decir.
Y esa capacidad para mirar libremente hasta donde la vista le alcance en el complejo horizonte de la palabra creativa, es lo que le permite asomarse y asumir las complejas realidades de su entorno. Entender los imaginarios y los sentimientos de la gente; leer en la cultura hecha de anodinas cotidianidades o de elevadas elaboraciones míticas. Por eso ella conoce, escucha y baila la música que suena en la vida de estos pueblos del Caribe colombiano; que sabe cómo son las costumbres de nuestros campos y ciudades; que ha probado y conoce la magia de sus comidas; los caprichos de sus luces; sus diluviales aguaceros y la indecible sofocación de sus calores. Que ha sabido entender la cálida poesía de la pobreza de estos lares del Caribe; pero que, ante todo, es de esos seres humanos que pueden ser escritores porque saben qué diablos pasa en el alma humana y en el alma de las cosas que llenan tantos rincones de la vida en estas alucinadas y tristes geografías.
Precisamente, ella es la autora de estas historias bellamente tituladas Todos se amaban a escondidas, y que ahora nos presenta recogidas en este sello editorial que ella misma anima, precisamente titulado Corazón de mango, para seguir homenajeando a unos de nuestros más grandes trágicos colombianos: el poeta Raúl Gómez Jattin.
Las doce historias que hacen este libro de Beatriz Vanegas Athías están colocadas en un estante que tiene simplemente dos pequeños entrepaños. Arriba, o a un lado, pero yo creo que arriba, están los ocho cuentos contenidos en Aquí; y en el otro lado, pero yo creo que abajo, los otros cuatro textos contenidos en Allá.
Y es fuertemente sensible para el lector lo sabiamente conocido y sentido que esta autora nuestra tiene de ese universo en el que se mueve el mundo de la existencia Caribe: las zonas iluminadas y obscuras de sus hombres, mujeres y niños y su implacable naturaleza y del lenguaje con el que acertadamente lo nombra y lo define en estos textos que aparecen en el AQUÍ de este libro; en el que Beatriz pinta en ese telón rural de fondo que tiene nuestra provincia Caribe el retrato de un ser humano adolorido y alegre al mismo tiempo, luchando contra la vida, la muerte y el amor mismo.
Por otro lado, las historias colocadas en el ALLÁ de este libro, nos entregan textos determinados por otro entorno; son ambientes abiertamente urbanos, oficinescos, pero la materia de que están hechos sus personajes, su mundo interior y su verdad, están de alguna manera unificados por esas “tripas retorcidas” que son las mismas luces y tinieblas universales que el amor y el sexo hacen proyectar sobre la humanidad de los hombres y mujeres que viven finalmente en cualquier rincón de este planeta.
Son las pulsiones que empujan a estos hombres a saciar a escondidas las ganas del amor; a practicar el placer doloroso del amor imposible. O del amor, que es, de todas formas, doloroso.
Estamos ante una manera interesante de contar. Pródiga en los detalles que ayudan a dibujar la escena, nunca a ornamentar; pero al mismo tiempo económica hasta el laconismo, en algunos casos, especialmente cuando sabe que una o más palabras pueden alterar la percepción del dibujo. Este rasgo, me atrevo a arriesgar, pareciera ser el resultado de quien trajina también con la poesía y la escritura del poema le ayudara a ejercer la difícil contención de las palabras desatadas que piden camino libre en el relato.