Para aquellos que ven en el ejercicio de la verdadera oposición un elemento fundamental de la democracia, el daño que está haciendo el expresidente Uribe a la política colombiana, es inmenso. Y lo peor es que su estilo pendenciero ha contaminado todo el debate político y más grave aún, le ha quitado la compostura que había tenido el presidente Santos durante sus tres primeros años de gobierno.
Para ser justos, Colombia no ha sido históricamente el mejor ejemplo del manejo de lo que debe ser la verdadera oposición política. Lleno de normas como siempre, su aplicación para lograr que exista la posibilidad de un debate justo que se aparte de las actuaciones de un gobierno, que se vislumbre claramente como una alternativa de poder, no solo no se ha dado, sino que permanentemente ha recibido varios golpes mortales.
Como lo reconoce un interesante trabajo del PNUD, el golpe más fuerte lo recibió del Frente Nacional, acuerdo que eliminó la posibilidad, dentro del establecimiento, de hacer oposición en su verdadero sentido. Si el poder ya estaba de antemano definido, una vez los liberales y otra los conservadores, a los demás solo les quedó la posibilidad de la clandestinidad, con las consecuencias que todos hemos vivido. Entre las muchas cosas positivas que no se le han reconocido al presidente Barco, está su esfuerzo de hacer un esquema de gobierno y oposición. De ahí en adelante la historia de la oposición en Colombia es una especie de comedia trágica.
Pero ahora entre la Unidad Nacional y el estilo de crítica del expresidente Uribe, se acabó por sepultar este elemento para que exista democracia, de manera que siempre se vislumbre la posibilidad de tener alternativas de poder. Pero además, lo más grave es que si se evalúa la actitud del expresidente, surge lo mas demoledor para lograr una verdadera oposición. No es el bien del país lo que está en la mente de sus ataques al gobierno, lo cual siempre debe ser bienvenido porque no estamos en una Administración perfecta, ni mucho menos. Muchos reconocemos sus grandes fallas pero también su acuerdo de comprometerse con iniciar el paso para lograr algún día la paz. Es el odio visceral y absolutamente personal lo que motiva y guía al expresidente Uribe y lo peor, lo que le transmite al país.
Colombia, una sociedad donde su historia demuestra que el odio se convierte en guerra, no puede admitir que sus líderes con gran reconocimiento especialmente en sectores históricamente vinculados al poder económico, en vez de contribuir a que se inicie una nueva etapa en este país lleno de sangre, esté sembrando la semilla de otro capítulo de confrontación entre hermanos. Imperdonable para alguien que como Uribe tuvo más oportunidades que nadie para terminar este conflicto. De hecho, así para muchos su estilo sea inaceptable, gracias al debilitamiento de las guerrillas durante sus gobiernos y que de hecho continúa, las Farc siguen sentadas en la mesa de La Habana y el ELN está buscado espacio similar.
Por el bien de esta sociedad, especialmente de las nuevas generaciones en formación que recibirán un país bastante descuadernado, para el presidente Santos, con todo el respeto que se merecer ser el mandatario de esta Nación una recomendación: Concéntrese en acabar su período lo mejor posible y haga caso omiso de la guerra verbal que sin duda ha iniciado el expresidente Uribe. No se desgaste que aún los uribistas sensatos están desilusionados con las actuaciones de quien fuera su ídolo. Para el expresiente Uribe, de nuevo con mucho respeto porque en este país los expresidentes no son muebles viejos, como decía el expresidente López, recuerde que el odio mata el alma mientras la verdadera oposición que busca el bien del país, fortalece la democracia.
E-mail [email protected]
www.cecilialopezcree.com
www.cecilialopez.com
