Los médicos se hacen daño
Opinión

Los médicos se hacen daño

No se aprecian la ansiedad, el dolor, la preocupación del médico que sospecha un posible error personal.

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agosto 07, 2015
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En muchos cursos de bioética y distintas universidades se discute largamente el principio cardinal de la ética médica: Non nocere, no hacer daño. Pero la mayoría de las personas no han estado al otro lado de la frontera del acto médico cuando se toman difíciles decisiones diagnósticas y terapéuticas junto al paciente que sufre. Al lado del médico que también sufre. No se trata de comparar sufrimientos, el del paciente gravemente enfermo siempre será mayor. Pero no se aprecian la ansiedad, el dolor, la preocupación del médico que sospecha un posible error personal. Quizás un diagnóstico discutible, una cirugía complicada o un descuido administrativo en estos tiempos de persecución judicial. Créanme, los médicos se hacen daño.

Hablamos a la ligera de médicos malos olvidando que no hay diagnóstico inerrable ni médico infalible a lo largo de su carrera. Ni profesional de la salud que no haya conocido el peso de la incertidumbre. Por eso es bueno que en los cursos de ética y derecho participen médicos que compartan momentos y decisiones dolorosas de su oficio. No todo es fácil ni blanco o negro en la medicina. En los medios de comunicación y libros no académicos es importante que se discuta el error médico desde el punto de vista del médico. Entonces se aplaude la publicación de libros como “No hagas daño” (“Do no harm”, Weidenfeld & Nicolson, 2014) del reconocido neurocirujano inglés Henry Marsh.

Este médico es uno de esos en cuyas manos pondría uno confiadamente su vida. No solo por su gran habilidad técnica pues es un especialista en operar el cerebro bajo anestesia superficial. La ventaja de hacer esto es evitar, no estando el paciente en anestesia profunda, tocar o comprometer durante la cirugía las zonas “elocuentes” del cerebro, aquellas más importantes en nuestros movimientos y expresión. En otras palabras nuestro cerebro está parcialmente despierto durante la cirugía, aunque no sintamos dolor, y quien opera puede limitar un daño más serio en nuestra consciencia y motilidad posquirúrgica. Misterios del cerebro, la anestesia y la neurocirugía que nosotros, legos en la materia, no entendemos del todo. Ahora bien, a pesar de todos los adelantos técnicos y la experiencia del cirujano pueden ocurrir complicaciones y errores. Marsh cuenta en este libro más de veinticinco eventos serios en su larga carrera de unos cuarenta años.

Pero como digo, yo me pondría en sus manos. Porque es un médico culto de amplia mirada sobre el mundo. “Leyó” (read) como se dice en aquellas envidiables viejas universidades medievales Política, Filosofía y Economía en Oxford. Luego asistió a la facultad de medicina y acabó siendo neurocirujano. Siempre se dice que quien solo sabe medicina ni medicina sabe y nada más peligroso que un doctor que solo sepa algo de clínica y ciertas técnicas. La medicina compromete la vida humana, del lado del paciente y del lado del médico, y se necesita una amplia perspectiva de las cosas humanas fundamentales para ejercerla con responsabilidad. Lo demás es artesanía decía un amigo mío con respeto.

El libro de Marsh es admirable literariamente. Las descripciones del cerebro desde dentro son bellas y precisas: su tersura, la blancura de los ventrículos, el latido en las arterias, la oscuridad de las venas, su consistencia de jalea, el punteado de algunos tumores, etc. La narración de las historias personales es siempre sorprendente. Cuenta por ejemplo que cuando decidió ser “cirujano cerebral” (brain surgeon) corrió a decírselo a su esposa y no sabía que su “obsesión con la neurocirugía, las largas horas de trabajo y la soberbia que eso me produciría llevaría al fin de nuestro matrimonio veinticinco años después”. Eso se llama honestidad autobiográfica y al leer pensé en varios de mis compañeros, compañeras y sus divorcios. Porque los médicos, queridos lectores, nos hacemos daño con la medicina.

Los errores en la vida del profesional de la salud son siempre posibles. Unos inexcusables, otros excusables. Unos explicables y otros inexplicables. Dice el autor en el primer caso que narra, el del pineocitoma y no se dejen asustar por los títulos muy técnicos de los capítulos: “Consideremos la suerte, buena o mala, pues a mí ahora con más y más experiencia me parece que ha llegado a ser muy importante en mi práctica”. A veces nos negamos a tener en cuenta el peso del azar en las enfermedades y actos médicos y es bien significativo. Acaba de publicarse en el prestigioso New England Journal of Medicine un artículo titulado “Casualidad y azar en el desarrollo del cáncer”. Marsh, quien opera tumores cerebrales reconoce el papel de la suerte en su práctica quirúrgica. Pero su libro no se ocupa tanto de la prevención de errores como en registrar su dolorosa reacción emocional ante ellos. Seguiremos hablando de esto la próxima semana.

 

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