“En medio de delirios se oye un grito: ¡mataron a Gaitán!”. Mientras un locutor con la voz agónica de dolor pronuncia: “Ha muerto el padre de Colombia”.
9 de abril de 1948. Aquel niño de pueblo observa el paisaje; se le hace tan desconocido pues en vez de flores y campos que brillan del verdadero oro chibcha, ve edificios junto a tranvías en los que cargaban sus gentes como adornos de aquella carcasa de metal…
Rompe la monótona vista de los trajes de corbata por el de las ruanas de sus montañas. Por un momento siente gritos acercándose a los oídos sin entender que es lo que sucede.
Aquella mañana, antes de partir, el cielo de su campo que siempre se acentuaba con un dorado fresco y caliente al cuerpo se presentaba frío y sin gracia… mientras se preparaba su conciencia para entender que en su tierra la historia desde aquel día se empañaría de gritos que no olvidaría…
La historia nos tocó a la puerta ofreciéndonos un futuro con tranvías en más ciudades, con un campo que no fuera causa de exilio por la lucha de la tierra… y lo que sucedió aquel día fue que la historia nos tocó 4 veces en la espalda de un caudillo denominado ‘jefe’ por su pueblo.
El padre agarra de su mano a su hijo. El tranvía frena en medio del humo y se oye un grito por parte de la gente:
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!
El niño no entiende y junto a su padre ve el desastre, la tienda donde se tomarían la gaseosa a las 3:00 p.m. recibe un ladrillazo que rompe los vidrios, la gente en su emoción roba y arrastra a Roa por aquellas calles. El padre caminó junto a su niño con prisa, a lo que un señor se acerca y viendo en el pequeño aquel rostro de inocencia le dice:
“Mijo, no sea bobo, agarre lo que quiera”.
El niño ve en el piso algo que llama su atención, algo que en medio de dolor es lo suficientemente único para atrapar su mente y perder la mano de su padre que le gritaba en medio de sus gentes; levanta el objeto, la emoción en sus ojos al sostenerlo hace que estos brillen como el fresco suspiro de su campo, ve a su padre mirarlo, voltea su cuerpo sin dejarle ver el objeto. Siente un golpe sostenido a lo que su padre se acerca. El niño deja caer de sus manos aquel objeto envuelto de vientos de sangre mientras sus cabellos seguían igual de mestizos y su piel yacía igual que su vista en un mundo distinto, en la nada.
Retumban los gritos y el padre ve al piso por unos segundos… la muerte de su hijo a causa de un disparo, esto causa su delirio. Resultó ser una peinilla, la misma capaz de hacer remolinos en los cabellos de su niño, capaz de hacer asomar la vista a lo lejos a Fidel Castro que tenía aquel lunes una cita con Gaitán como lo apuntó la secretaria del caudillo.
El padre llora. Siguen los gritos recurrentes:
¡Mataron a Gaitán! ¡Mataron a Gaitán!
Mientras algunos pronuncian al creer que el ejército se les unió:
¡Al palacio!
A lo que el padre en un sostenido grito de pie con su niño con la peinilla resbalada al frente de ellos y los militares que se acercaban apuntando sus armas hacia él y su rostro desfallecido… el mismo hombre solo identificado con su campo se llena de lágrimas corridas como caudales con piedras. Él mismo grita una interrogante que pareciera siempre tener una respuesta por todos, pero en realidad es desconocida:
¿Quién es Gaitán?
En medio de la encendida ciudad ondeaban banderas rojas. Se tornaba en ellos un viento distinto que aun respiramos, que aun tocamos, vientos de sangre…