Colombia es un país que fácilmente le echa tierra a sus escándalos: recuerden Ferrovías, Chambacú, Dragacol, Foncolpuertos, Farcpolítica, La Catedral, el Desfalco de Soto, el Banco de los Curas, por poner solo unos ejemplos.
Es también un país que, por genética, engaveta expedientes judiciales con efectividad pasmosa: el crimen a hachuelazos, hace ya remotos años, de Rafael Uribe Uribe; el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. O piensen en el magnicidio del estadista conservador Álvaro Gómez Hurtado, que tras más de 18 años, sigue sin esclarecerse. Lo mismo puede decirse del magnicidio de Luis Carlos Galán, de Jaime Garzón, de los candidatos presidenciales de la Unión Patriótica. En fin, son una cantidad casi interminable de etcéteras.
Pero también hay cadáveres sin dueño, muertos que nadie quiere enterrar: La semana pasada sorprendió con la publicación del libro Memorias olvidadas, del expresidente Andrés Pastrana, en momentos en que se creía inhumado el escándalo del llamado proceso 8.000. El exmandatario resolvió desempolvar el más bochornoso episodio de la historia reciente del país, referido a los muy discutibles resultados de las elecciones presidenciales de 1994, y por cuya causa subieron a la picota pública y entraron a la cárcel una larga lista de congresistas, candidatos, ministros, deportistas y personajes de la farándula.
“Si entró dinero del narcotráfico en mi campaña presidencial, en todo caso fue a mis espaldas", dijo el electo presidente Samper, a lo que ripostó el entonces cardenal Pedro Rubiano con la muy gráfica frase según la cual “Si a uno se le mete un elefante a la casa, pues tiene que verlo”.
De las conversaciones telefónicas interceptadas en aquel entonces se desprende que, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales de aquel año, el periodista Alberto Giraldo acordó con los jefes del cartel de Cali, Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, un oportuno aporte de miles de millones de pesos. Todo eso se supo en aquel entonces, si bien la Cámara de Representantes, 111 votos contra 43, propuso precluír el caso (ni culpable ni inocente), siguiendo el criterio del famoso congresista Heyne Mogollón, una leyenda de la justicia parlamentaria.
Lo que no se sabía hasta ahora, según Pastrana y su libro, es que el entonces presidente César Gaviria tenía conocimiento de tales conversaciones interceptadas al periodista y a los Rodríguez.
Como a Pastrana le dio por revelar el nombre del entonces oficial de la Policía que le entregó los “narcocasetes”, es evidente que las chuzadas las hicieron funcionarios del Estado y, en consecuencia, no parece descabellado inferir que Gaviria y algunos de sus colaboradores pudieron tener conocimiento de las grabaciones.
Es más, según Pastrana, el entonces ministro de Defensa, Rafael Pardo, le sugirió guardar silencio. Grave señalamiento para un hombre del trajín y la talla política de Pardo, que ha buscado incluso ser presidente de Colombia, que ha entrado y salido, apoyado y atacado a todos los gobiernos desde la época de Gaviria. El presidente Gaviria, en su favor, ha dicho repetidamente que remitió los famosos casetes al entonces Fiscal General de la Nación Gustavo de Greiff, quien se abstuvo de abrir investigación por razones aún ocultas, que desde las dos orillas seguimos esperando.
Desde luego que la reacción del expresidente Gaviria no se hizo esperar y dijo que Pastrana “estaba loco de atar”. Eso fue el viernes de la semana pasada, porque el sábado le concedió una entrevista a RCN Televisión en la que era evidente su ira y malestar con Pastrana, a quien de nuevo calificó de chiflado.
Pero tal vez lo más revelador del libro de Pastrana es una carta que le habrían enviado desde la cárcel los Rodríguez Orejuela en el año 2000. En uno de sus apartes, los narcos —según el libro-— sostienen que “si bien es cierto que en algún momento de nuestras vidas cometimos el error de contribuirle al señor doctor ERNESTO SAMPER PIZANO y a sus más inmediatos colaboradores, con el dinero para su campaña presidencial, NO fue a sus espaldas ni mucho menos a espaldas de los directivos de sus campaña como lo pregonan en la plazas públicas. Solo lo hicimos con el deseo de que un gobierno liberal, en cabeza de los doctores Ernesto Samper y Horacio Serpa, llevara al país a mejores rumbos”.
Durante años, durante casi dos décadas, el país había estado buscando (al margen de las confesiones de Fernando Botero) una prueba reina que permitiera probar que Samper “sí sabía” del ingreso de dineros calientes a su campaña. No sabemos si esa carta sea la prueba reina, pero evidentemente es un documento relevante.
La pregunta es obligada: ¿por qué Pastrana se guardó semejante bomba durante 13 años? Es más, al momento de recibir la misiva, Pastrana era el jefe de Estado colombiano y, creo yo, como primer magistrado de la Nación, estaba en la obligación de hacer pública la carta, y desde luego ponerla en conocimiento de las autoridades. Como Pastrana no seguramente no va a dar explicaciones por ese silencio, dejo que los lectores traten de imaginar una respuesta.
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Salomónica decisión de El Espectador de elegir a dos destacados colombianos como el Deportista del Año 2013. El ciclista boyacense Nairo Quintana por su flamante segundo puesto en el Tour de Francia y la atleta antioqueña Caterine Ibarguen por su oro en los mundiales de Moscú en la prueba de salto triple. Felicitaciones a ambos.