72 horas de zozobra en Norte de Santander, donde el ELN sigue mandando

72 horas de zozobra en Norte de Santander, donde el ELN sigue mandando

La periodista Deisy Rodríguez fue testigo del paro armado con el que esta guerrilla conmemoró 50 años de su fundación. Ni el Ejército ni autoridades aparecieron en una zona rodeada de batallones.

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julio 14, 2014
72 horas de zozobra en Norte de Santander, donde el ELN sigue mandando

“Bajo su propio riesgo puede ir, pero nosotros no estamos de acuerdo con que salga del campamento porque cualquier cosa puede pasarle, y cómo la pagamos”. Fue la respuesta de Carmito, Yonny, Juan y Mimi, líderes de la Asociación Campesina del Catatumbo cuando les expresé mi intención de viajar al pueblo de Hacarí para poder informar del paro armado decretado por el ELN y que nos impidió movilizarnos durante 72 horas, con lo cual el plan de regresar pronto a Cúcuta quedó estropeado. Era el 3 de julio y había comenzado desde las 6 de la mañana un paro armado de aquella guerrilla, con el que buscaban reafirmar su presencia en la zona y conmemorar los 50 años de haber nacido con la toma de Simacota en Santander del sur.

El día anterior, un grupo de seis personas habíamos salido de Cúcuta con rumbo al corregimiento Mesitas en Hacarí, hacia el suroccidente de Norte de Santander, con el propósito de conocer la realidad de los 150 campesinos de las veredas La Estación, La Esperanza, Guaimaral, El Brillante, La Loma, Limoncitos, Lagunetas, entre otras, quienes llevaban más de una semana soportando los bombardeos de la Fuerza Aérea y que los había forzado a abandonar con sus familias, sus humildes viviendas de hoja lata para instalarse en un campamento provisional en la Escuela Mesitas.

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Para mi trabajo periodístico igual que para el de Carlos García, reportero de Prensa Rural, era fundamental poder enviar, fotos, reportes escritos o mensajería instantánea por internet, con lo cual era indispensable movilizarnos hacia un casco urbano. El más cercano era Hacarí, a un ahora en moto. Contrariando las indicaciones de los líderes de Asociación, conseguí que don Javier, un campesino de la vereda Las Mercedes, quien junto a su esposa y su bebe de un año estaban en el campamento, me transportara.

Carlos había llegado a Mesitas unos días atrás. Le pregunté sobre el rumor que corría en el campamento y que me inquietaba. ¿Qué sabes sobre el paro armado del ELN, qué es lo peor qué puede pasar? Me anticipó lo que efectivamente sucedió: cero transporte público y solo los campesinos podían usar motos para moverse entre veredas cercanas. Y eso, mientras no hubiera enfrentamientos entre la guerrilla y el Ejército con la cual la gente correría riesgos. En sus palabras, “que se prendieran” en algún lugar cercano al que nos encontrábamos. Quedé informada y también a la expectativa.

Para los campesinos un paro armado no era novedad. Lo habían vivido en otras ocasiones acompañados de balaceras y bombardeos en pleno campo, sobre ríos, canchas de futbol y cultivos. Todos tienen presente el horror que estos significan sobre todo para sus hijos, para quienes el solo sobrevuelo de los aviones y helicópteros les genera tanto miedo, que corren llorando y gritando en busca de protección.

Acordamos con Carlos que intentaríamos llegar a Hacarí al día siguiente para encontrar señal y poder conectarnos a través de internet.

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En general en el campamento se percibe un ambiente de tranquilidad a pesar de las explosiones que se escuchan todo el tiempo.

En la mañana, me dijo que ni él, ni yo, ni nadie iba a poder salir del campamento. El ELN había repartido entre los campesino del corregimiento un comunicado firmado por el Frente de Guerra Oriental Manuel Vásquez Castaño, con presencia hasta Arauca, en el que confirmaba el rumor y sostenía que el paro armado duraría 72 horas y cubría zonas rurales de Arauca, Boyacá, Casanare, Santander y Norte de Santander.

El comunicado de cuartilla y media era claro y la gente lo recibió sin aspavientos, acostumbrados a recibir mensajes de la guerrilla: “El paro armado tiene como efecto parálisis total de actividades comerciales, transporte y movilidad; en general de las actividades cotidianas, para que la población pueda hacer un alistamiento y no sea tomada por sorpresa. (…) Así como entendemos que el paro genera afección a la población en su dinámica normal, esperamos que se acate la orden de paro, para que no haya hechos que lamentar, y que el tiempo del paro sea utilizado en actividades familiares en parcelas y vecindario, mientras este suspenda la movilidad en carreteras y campos urbanos. (…) Durante el paro armado los casos de urgencia en salud, pueden tramitares normalmente, previa verificación de nuestra fuerza. Todo desacato y agresión a unidades del control militar de nuestro ejército revolucionario, como es obvio, traerá unas consecuencias que serán responsabilidad de quien las genere”.

Con el plan de regreso cambiado emprendí el viaje hacia Hacarí para enviar algún material periodístico. En el camino noté que don Javier estaba tranquilo, y yo estuve al tanto de ver entre los árboles a cualquier persona vestida con uniforme camuflado. La carretera polvorienta que nunca ha sido pavimentada nos llevó y nos trajo, y por esta, no encontramos más que tierra y piedras. Ni un alma.

Esas 72 horas me permitieron pasar más tiempo en el campamento con los campesinos y campesinas de Mesitas. Recorrer la escuela salón a salón, sorprender a los niños con la tecnología y compartir con ellos fotografías familiares, y hacer con ellos barquitos de papel. Ver las tardes caer en el rancho donde se preparan los alimentos, escuchar de los abuelos la historia que los primeros pobladores de las veredas de esta parte de Hacarí fueron escribiendo, las veces que han tenido que vender de un momento a otro y a precios muy bajos sus pocos muebles, animales y lotes de tierra cuando los vecinos advierten que los paramilitares están por llegar. Les temen porque saben de las masacres que fueron una dolorosa realidad en municipios de su departamento como La Gabarra y Tibú. Viven atrapados por los recuerdos y el miedo. Horrorizados de que los paramilitares puedan regresar con su crueldad y su muerte. También pude charlar sin prisa con Carmelo Abril, fundador de la Asociación, Gilma Téllez su presidenta, Yonny Abril, líder de la misma y otros de sus voceros, campesinos que están dispuestos a dar las peleas que resulten necesarias por defender a las gentes del Catatumbo. Una gente con un compromiso y capacidad de aguante que sorprende visto desde los cómodos lugares de vivienda en las ciudades.

Pero yo no fui la única que tuvo que postergar cosas. Carlos tenía que subir el último video que había editado. Iñaqui y Joan, dos españoles cooperantes que acompañan a los campesinos refugiados en el campamento y sobre quienes recae la tarea de mediar con quienes porten armas e intenten ingresar la escuela, estaban pendientes de reportarse en su oficina; tenderos de Mesitas debían ir a Ocaña por víveres; y como jugaba Colombia contra Brasil, algunos jóvenes comerciantes estaban comprometidos con la venta de licores en bares de El Tarra. Todo quedó suspendido por el paro. No había nada que hacer.

La tarde del sábado fue para recorrer los alrededores. Me mostraron cultivos de coca, cacao, plátano, aguacate, café y orégano, escuchamos un par de explosiones, por fortuna demasiado lejos para preocuparnos. Aunque nunca sentí el miedo, tal vez por la compañía y la familiaridad de la gente, las noches no eran tranquilas, amenazadas por el sobrevuelo de los aviones del Ejército. El ambiente es de zozobra y por más acostumbrados que estén no dejan de sorprender los huecos en las casas y los animales muertos que dejan las balas de metralla que arrojan los helicópteros y que los campesinos reconocen con facilidad.

Para la gente del campo la guerrilla no le es extraña. En Mesitas los campesinos dicen con sinceridad que no tienen la culpa de que existan guerrillas, y que los militares deberían saber que las ‘montañas, selvas y sabanas de Colombia’ –frase con la que el ELN firmó el comunicado del paro armado- por donde caminan elenos, farianos y epelos, siempre han sido su hogar. Y que por eso, esta vez ya no van a abandonarlo. Desde el campamento, abrigados por la compañía de vecinos, esperan que el Gobierno miré hacia Hacarí, hacia San Calixto, hacia el Catatumbo y se haga presente en otra forma que no sea con armas. Hastiados y fatigados por décadas de guerra, todos votaron por la paz.

El domingo 6 de julio, al volver a Hacarí para continuar el viaje a Cúcuta y luego a Bogotá, me quedó claro que el ELN es una guerrilla que está viva y que sus combatientes caminan por más de un pueblo en Colombia. Las paredes blancas de las casas quedaron con su huella escrita en grafitis rojos y negros: “50 años junto al pueblo”. Aunque el pueblo no los quiera tener demasiado cerca.

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