Hace un mes, con el anuncio del presidente Juan Manuel Santos de celebrar la “Batalla de Boyacá” en Medellín, casi se arma la segunda Batalla de Boyacá. Después del rechazo Nacional, el Presidente revaluó su decisión. Más sin embargo, días después, en la cumbre del Partido de la U realizado en Paipa, el presidente “prometió” que estaría presente el 7 de agosto en el Puente de Boyacá.
Hace 194 años con 218 días (aproximadamente), horas después, unas tropas empezaban a pisar el valle del río teatinos. Esa vaguada donde se plasmaría el testimonio de un proceso de emancipación. La tierra de mejor riqueza histórica social, cultural y política. La mejor comarca que pudo haber engendrado la naturaleza sin duda alguna. Alrededor de 2.920 guerreros lucharon, motivados por un sentimiento de libertad. Fue en esos imponentes paisajes de tierras Boyacenses, que dio final a una campaña. Ese lugar tan a veces (en el limbo) olvidado por sus hijos colombianos, pero tan conmemorado por su patria. Se concedió un 7 de agosto de 1919 la “independencia” de Colombia. “Adelante a la cima que guarda la memoria de tanto inmortal, dulce tierra que extiende sus brazos de occidente a la pampa solar” (Medina Avendaño, Pedro. 1967; Himno de Boyacá).
Después de tener éxito la campaña libertadora al mando de Simón Bolivar, fueron puestos como prisioneros un buen número de soldados y altos dirigentes del ejército realista, entre ellos el General Barreiro y el Coronel Jiménez. Se le consideró una batalla definitiva y trascendental debido a que el enemigo enfrentado era experimentado. La grandeza de la batalla de Boyacá aquel 7 de agosto de 1819 no sólo significó la libertad de la Nueva Granada sino la de todo un continente. Por eso de ahí se sustrae la importancia de uno de los hechos más relevantes de la historia latinoamericana.
La inconmensurable riqueza de ese suceso que inspira la libertad del Continente Americano es innegable. No se trata de un simple evento de jolgorio. Es una celebración seria que le hace honor a la historia en un espacio geográfico específico. El reconocer esta conmemoración en un escenario distinto al de su origen, deslegitima automáticamente el altar de la patria. La historia no se puede cambiar ni mucho menos desconocer en tiempo y espacio. Estos componentes justifican que no se le debe restar importancia a un suceso patrio.
Esperemos que el Presidente Santos cumpla y le dé el lugar que Boyacá y la Historia se merecen. Y ojalá, no sea una de esas promesas que quedan en el aire.
