La presentación del grupo Cantos de velorio en La Noche del Río 2020 fue un ritual para homenajear a los ancestros que han partido de este mundo. Un trabajo musical creativo, original, que se construyó desde la investigación sobre los rituales de velorio en la extensa y poblada zona afro de los Montes de María.
En un velorio confluyen tradiciones y prácticas cuyos referentes geográficos y temporales resultan tan brumosos como indescifrables. Vivencias particulares; herencias místicas, hacen del velorio un acontecimiento trascendental que ocurre en la casa donde se honra al finado.
El velorio es el fin de la biografía terrenal. Quizá la última historia posible de contar en torno a ese cuerpo presente. Un ser que será recordado por su vida; su entierro y por sus nueve noches de velorio.
Velar al difunto en casa es una práctica que se preserva en los pueblos que comencé a recorrer en octubre de 2019. Evitar, Gamero, Mahates, Malagana, María la Baja y algunas de sus veredas. Allí dialogué con rezanderas y rezanderos de velorio sobre esas prácticas que conjugan rituales profanos, rezos católicos en latín y español, cantos de diversa índole y visiones que intentan conectar lo terrenal con un mundo espiritual desconocido.
“El velorio es el momento en que se cuida el alma del muerto, es protegerla para que no siga por malos caminos, no se pierda, por eso se le reza, se le llama por su nombre, se le pide su descanso eterno, se le indica su camino hacia el más allá, para que vuelva al lugar de sus ancestros y more allí eternamente”, me explicó el rezandero y cantador Jaiber Pérez Cassiani, nacido en María la Baja, quien aprendió de Fermina Fernández Herrera, su bisabuela, el arte de rezar y guiar a las almas desorientadas.
África es la tierra ancestral, enfatiza Jaiber Pérez Cassiani. Allí, en la parte baja de los Montes de María se concentra y disemina el mayor número de afrodescendientes de la región. Un extenso territorio de fronteras abiertas que sigue las riberas del canal del Dique y penetra hasta territorios insulares en el Caribe. Hay una presencia que abre ruta en San Cayetano, recorre San Antero, San Onofre, Libertad, San Antonio, Boca Cerrada y La Barcé. Hay trazos que bordean la ciénaga de Capote y suben hasta los altos de Ñanguma. Están los sones de los cortadores de caña de azúcar que atraviesan Sincerín, Malagana, Gamero, Mahates; abren camino hacia San Joaquín, hasta los bordes de Higueretal. Una línea se eleva sobre el puente de Gambote y baja en las costas del Caribe en La Boquilla y se extiende hasta el palenque de Punta Canoa.
En ese recorrido, entrevisté a Concepción Simarra en Malagana, rezandera desde su juventud, nacida el 8 de diciembre de 1938. Al preguntarle sobre su oficio, dice: “Le he rezado a más de 200 almas en mi vida. Donde estaba un muerto, ahí estaba yo. Todas las oraciones las aprendí de una señora que podía ser mi abuela tres veces, se llamaba Aleja Julio, ella aprendió de su papá. Todo de memoria, jamás escribí una oración. No sé ni leer ni escribir, pero a mí nada se me olvida”.
El aprendizaje de memoria de las oraciones y cantos fue una constante. Incluso en aquellas rezanderas o rezanderos que tuvieron algún acercamiento al mundo letrado. Saber las oraciones sin leerlas, me aseguró la señora Felicia Navarro, da respeto, porque una oración que se lee no es lo mismo, porque la gente no siente que el rezandero está hablándole al muerto: “Los rezos que uno haga, sea en latín, en español tienen que ser de memoria porque eso da tranquilidad a los familiares del difunto, imagínese en estos pueblos de por aquí que antes no había luz, entonces uno no puede decir una oración “cancaneá (con duda, pausas y repeticiones), debe salir clarita de la boca de la rezandera, para que el alma del muerto se sienta acompañada, todo tiene que ser bien dicho”.
Para el tamborero Janer Amarís, "Cantos de velorio" es un homenaje a su abuelo Marceliano Orozco
En todas las entrevistas que realicé, tuve la compañía del tamborero Janer Amarís, quien estuvo 15 años al lado de la cantadora Petrona Martínez. Hoy toca el tambor currulao en la agrupación de la maestra Martina Camargo.
Durante la primera semana de diciembre de 2019, al revisar las entrevistas que había hecho, recordé, al lado de Janer Amarís, los velorios que él o yo habíamos compartido. Francio Martínez, hermano de la cantadora Petrona Martínez. Luis Martínez, bailador de son de negro, hijo de Petrona Martínez. Cecilio Cañate, compositor y verseador. Graciela Salgado, cantadora. Joaquín García Moreno, tamborero y compositor. Jesús María Sallas, último gaitero negro de los Montes de María. Paulino Salgado Batata, tamborero. Etelvina Maldonado, cantadora. Catalino Parra, cantador y bombo de Los gaiteros de San Jacinto, entre otros.
Nos detuvimos en los recuerdos del velorio de Marceliano Orozco Herrera, quien fue cacique mayor de la danza de son de Negro de Malagana. Abuelo de Janer Amarís, a quien él llama “Papi”. Con él aprendió a tocar el tambor y todos los aires negros. Recordé entonces que había fotografiado ese velorio, noche tras noche y que tenía un buen grupo de fotos de su abuelo en vida a quien comencé a visitar desde 1999.
Aquel día, Janer Amarís tocó entonces La muerte de la mujer de coroncoro, de la autoría de Marceliano Orozco. Luego un son de negro sentao y sentido que acompañó a su abuelo camino al cementerio, la última noche de velorio. Un canto que recuerdo arrancó a las cuatro de la mañana, frente a su casa en la Calle Grande de Malagana, luego de que su hermana Catalina Orozco, rezandera, hiciera el levantamiento de la mesa de su hermano, ritual en el que con rezos y plegarias cantadas se levantan los cuadros de Jesús crucificado, el del Sagrado Corazón y la Virgen María y se le pide al alma del muerto que se vaya y no regrese jamás.
Los cantos de tambor siguieron en el cementerio hasta las primeras luces del día.
En junio de 2020, luego de organizar las imágenes del velorio de Marceliano Orozco Herrera y de otros maestros y maestras que habían partido, llamé a Janer Amarís para proponerle grabar esas músicas que habíamos escuchado en el velorio de su abuelo, bajo el título de Cantos de velorio. Un título único, original, cómo lo calificó el mismo Janer, dado que no existe en la tradición ritmo alguno que se reconozca un canto o cantos de velorios.
Con la posibilidad, eso sí, de incluir algunos juegos de velorio que aparecieron, muy fragmentados, en las voces de las rezanderas entrevistadas. Quizá el más difundido de esos juegos es el llamado La perra, grabado por el grupo Los auténticos de Gamero en los años 80, para el sello Tropical. Se le cambió su ritmo y velocidad. El tema fue interpretado por Filiberto Arrieta, a quien apodan Montezuma. Un verdadero éxito comercial.
Felicia Navarro, rezandera
En el velorio, explica la rezandera Felicia Navarro: “Se hacía una ronda, unos adelantes y otros atrás, en la mitad de la calle, frente a la casa del difunto. Entonces un grupo decía ¡Chimbililí!, y el otro grupo le daba la contesta: ¡chimbililonga! Y se repetía, se iban alternando, luego venían otros versos… No hay caracol/ que no tenga su comba/ ¡Ay! la muerte del hombre/ no hay quien la sienta/ Solo la siente/ la mujer del hombre/ Si no hay panelita, / en ese verso, se echaban las nalgas para atrás, y luego se decía: Si no hay chocolate/ Aquí se echa la cadera para adelante… y luego todos decían: Toda la noche /hay un bate que bate… Ahí se movía la cintura, el cuerpo como si se estuviera bailando… enseguida se preguntaba ¿Quién está aquí? y la gente contestaba: La perra y entonces levantaban la pierna, como si fueran una perra orinado… Eso se hacía varias veces en la noche para no dormir y acompañar al difunto”, resalta Felicia Navarro.
En octubre de 2020, se hicieron los primeros ensayos. Se invitó a la espléndida y sentida voz de Jaiber Pérez Cassiani, cantador y rezandero. Janer Amarís, como tamborero y director musical, poseedor de una habilidad excepcional para tocar su instrumento. De niño, Janer Amarís se relacionó con maestros como Paulino Salgado Batata, Ascanio Pimentel, Ramón Pío, Encarnación Tovar “El Diablo”, Pedro Alcázar, que llegaban a Malagana a visitar a su abuelo Marceliano. Se unieron a la agrupación, Carlos Cabarcas, músico, tambor alegre y bongoes. Daniela Morales en el llamador, poseedora de una voz de temple fino y ancestral; María Madrid en los coros y lamentos, y Gilberto Verdugo, nacido en las tierras de Sincerín, tambora y campana ritual. Así quedó conformado el grupo bajo el nombre Cantos de Velorio.
Cantos de velorio comenzará la grabación de su primer álbum el próximo mes de mayo. Presentará temas originales de Marceliano Orozco y Celedonio María Cañate, tales como La muerte de la mujer de coroncoro, La hamaca colgá, Dolor de volver, Calentillo con panela y Caldero de arró. Además la invocación a Marceliano Orozco Herrera, que a manera de intro, abrió la puesta en escena en La Noche del Río, 2021, autoría de Celedonio María Cañate, quien acompañó a Marceliano Orozco en la Danza de Negros de Malagana.
Para el tamborero Janer Amarís, Cantos de velorio es un homenaje a su abuelo Marceliano Orozco, es volver a recordar sus cantos y lo que él representó para la danza de Son de negro de Malagana: “Marceliano fue grande, fue el cacique mayor, me enseñó todo lo que sé, su danza iba todos los años a Cartagena, abría El bando, el jueves de fiesta. Mi abuelo, lo habíamos olvidado, murió en septiembre de 2007 y no volvimos a hablar de él. Con Cantos de velorio lo resucitamos para la cultura y para la tradición, eso es lo más importante de este proyecto, que evoca a todos esos cantadores, cantadoras de esta inmensa región afro de los Montes de María”.
Cuando Fermina Herrera murió, bisabuela de Jaiber Pérez Cassiani, él comenzó a preguntarse por los orígenes y antecedentes de los ritos y cantos que su bisabuela hacía en los velorios. Se dedicó a conocer a fondo ese arte de rezar que hoy práctica, un arte por el que es reconocido en su pueblo. Para Jaiber Pérez Cassiani, Cantos de velorio es emoción, alegría, evocación de sus ancestros: “Es un proyecto que une los cantos con los rezos, a mí me gusta cantar mis bullerengues, mis chalupas; también me gusta acompañar con mis rezos a esas almas que están desorientadas y uno las protege para que no se vayan por el mal camino, por eso se reza: Requiem æternam dona eis, Domine. Et lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen”, cierra Jaiber con un rezó en latín.
Jaiber Pérez Cassiani hizo coros en el grupo Juventud bullerenguera, por invitación del cantador Wil Pantoja. Fue invitado a hacer parte del proyecto Anónimas y resilientes, nominado a los Grammy Latinos en 2019. Se destaca por su registro agudo, excepcional, que imprime mística y sentimiento a todo lo que canta.
La versión 2021 de La Noche del Rio será recordada por la presencia mística y sentida de los Cantos de velorio: “Además de una puesta en escena de altura, se rindió tributo a las almas que se adelantaron en el viaje hacia las estrellas. La atmósfera que se generó fue de respeto profundo, de tributo, de gratitud. Estos artistas dejaron en alto la bandera de las tradiciones de Bolívar. Hicieron gala de la herencia recibida por sus ancestros. Son cantos con los que agradecen la vida y despiden a quienes amaron. Por la extraordinaria calidad de sus interpretaciones y la pulcritud de su concepto, Cantos de velorio tiene asegurado un espacio en la escena musical regional, con enorme proyección nacional e internacional”, comentó la periodista Martha Herrera, conocedora de la tradición musical afro y quién ha guiado la escena La Noche del Río, en los últimos años.
Cantos de velorio será también un proyecto de investigación permanente en torno a los rituales del velorio, en torno a esas aficiones sepulcrales que fueron olvidadas con el tiempo.
Cantos de velorio es un clamor contra el olvido, un agradecimiento eterno por la vida de maestros y maestras que entregaron con generosidad sus saberes y formaron una tradición de la que hoy nos sentimos orgullosos. Cantos de velorio los evocará, los llamará por sus nombres en una letanía ancestral de tambores. Eso traerá mayor descanso a sus almas, la eternidad de su memoria.
Fotos: David Lara Ramos