Hace 50 años, el 23 de septiembre de 1973, murió en Santiago de Chile, envenenado por agentes de la recién instalada dictadura de Augusto Pinochet, el gran poeta de América Pablo Neruda, cuya obra portentosa y rotunda, desigual y abarcadora, alteraría para siempre la expresión lírica del idioma español.
Pez de las profundidades, extraño cetáceo, monstruo de la literatura del siglo XX, Neruda llegó a la casa de la poesía, echando la puerta abajo y torciéndole el cuello al cisne del formalismo reinante, artificioso y atosigador, desde que en plena adolescencia emergió con un libro singular, Crepusculario (1923), al cual siguió el muy célebre Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), con el que sorprendió los sentidos de miles de lectores con sus ritmos inusuales, metros inesperados y fantasmas inusitados en su fresca dicción.
En sus casi 70 años de residencia en la tierra, Neruda escribió 45 libros originales, de cuyos contenidos han brotado innumerables apartados bibliográficos, de donde a su vez se han desprendido nuevos cuadernos, plaquettes y hojas volantes tanto en lengua española como en los restantes idiomas del planeta.
Por ejemplo: su libro Tercera residencia (1947) contiene organismos independientes como el largo poema de estirpe quevediana Las furias y las penas, el ciclo épico España en el corazón, los legendarios Cantos a Stalingrado y el mil veces repetido Canto para Bolívar. Lo mismo ocurre con textos contenidos en las distintas secciones del Canto general (1950), su "opus magnum", que incluso se dieron a conocer en forma de libros antes de la inclusión definitiva en el gran volumen, como es el caso de Alturas de Macchu Picchu, Que despierte el leñador, Canto general de Chile, América no invoco tu nombre en vano y, sobre todo, esa fascinante narración autobiográfica en verso que se titula El fugitivo, donde canta y cuenta las peripecias de su personaje poético "Pablo Neruda" para evadir la persecución del presidente González Videla hasta su salida al exilio. Textos esenciales de este libro capital han sido musicalizados por legiones de compositores en América y el mundo, siendo su más célebre versión la ópera del griego Mikis Theodorakis.
Las gentes sencillas de Nuestra América han repetido versos de sus Veinte poemas de amor durante varias generaciones, como también lo han hecho con las Rimas de Bécquer o el Romancero gitano de García Lorca. Los lectores y críticos más exigentes se sorprenden a cada nueva lectura con la portentosa alucinación verbal de Residencia en la tierra, tal y como ocurre con la sumersión en La tierra baldía de Eliot o en el Anábasis de Saint-John Perse.
Y todos aman, recitan y cantan las estrofas de amor otoñal de Los versos del capitán y los Cien sonetos de amor, la alegría de vivir en las Odas elementales, Estravagario y La barcarola, como también amamos, recitamos y cantamos los más hermosos poemas de Pavese, Kavafis, Pessoa, Eluard, Aragon o Machado.
En tiempos de guerra, y también en los de paz, los corazones combatientes se estremecen con la poesía de "amor armado" de Tercera residencia, Canto general, Canción de gesta (el primer libro poético escrito en el mundo en homenaje a la Revolución Cubana) o de la Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. No hay que olvidar que cuando el Che Guevara cayó en combate en las montañas de Bolivia, guardaba devotamente en su mochila un ejemplar del Canto general.
El bardo de Parral presentó a lo largo de su vida la más diversa gama de escuelas, estructuras, temáticas y cosmos particulares, como si fuera una veintena de poetas metidos dentro de un cuerpo literario llamado Pablo Neruda: el neorromántico de los Veinte poemas de amor, el surrealista de la Tentativa del hombre infinito, el narrativo de El habitante y su esperanza, el erótico irreverente de El hondero entusiasta, el desolado y hermético de las Residencias, el metafísico de los Tres cantos materiales, el combatiente del Canto a las madres de los milicianos muertos, el épico americano de La tierra se llama Juan, el viajero comunista de Las uvas y el viento, el cantor jubiloso de la Oda al día feliz, el niño travieso de Estravagario, el antiimperialista de Canción de gesta, el litófago de Las piedras de Chile, el cronista teatral de Joaquín Murieta, el neoclásico de La barcarola, el artista culinario de Comiendo en Hungría, el pacifista de La espada encendida y el memorialista de Confieso que he vivido.
Cuando se celebró el primer centenario de su natalicio, el mundo se vistió de gala. En julio de 2004, le dedicaron a Neruda innumerables ferias del libro en ciudades de tres continentes; su obra poética se reeditó en varios idiomas. Igualmente su vida se recordó una vez más a través de libros, revistas, películas, programas de radio y televisión, escenificaciones de sus múltiples poemas y representaciones teatrales, especialmente de El cartero, basadas en la novela del chileno Antonio Skármeta. Y todavía, su voz monocorde, inconfundible imitación de la monótona llovizna de Temuco, se repite día y noche a través de grabaciones fonográficas en diversos escenarios de América Latina.
Además, innumerables poemas suyos se reprodujeron en gigantescas vallas en las estaciones del Metro de varias ciudades del continente, al igual que en los envoltorios de caramelos y chocolatinas.
Tal vez ningún poeta en ningún idioma o geografía, ha recibido una apoteósis de fervor semejante. Y seguramente Neruda nos estará haciendo a todos un guiño de picardía desde la transparencia a donde saltó como un nadador del cielo ese lúgubre 23 de septiembre de 1973.
La resonancia de la conmemoración del 50 aniversario de su inmortalidad lo alcanzará hasta allá, hasta "la otra orilla del mar que no tiene otra orilla...".