El 23 de febrero del 2019 uno de los conciertos más racistas, clasistas e intrascendentes de la historia se realizó en Cúcuta. Frente a la tarima, en el VIP, se ubicaban toda la clase política colombiana y la cucuteña. Ellos podían ver de cerca a Miguel Bosé, Juan Luis Guerra, Carlos Vives y Juanes quienes dijeron presente en el Live Aid organizado por Richard Branson que tenía como objetivo derrocar al gobierno de Nicolás Maduro. El pueblo, el mismo que había llegado a pie a la zona de frontera desafiando el hambre, el calor, los 10 kilómetros que había desde Cúcuta a la Parada, estaban casi a 200 metros del escenario. No veían nada. El viento a veces arrastraba alguna música, algún ruido. Igual se sentían en la gloria. Cúcuta era el centro del mundo libre.
Iván Duque, quien llevaba apenas unos meses en la presidencia, se veía pletórico de alegría. En esa tarde ardiente estaba convencido de lograr lo que cientos de miles de venezolanos habían esperado con ansias: ver rodar por las calles de Caracas la cabeza de Maduro. Además, se lo había prometido a Trump en su viaje a Washington. El concierto sería la puntalada final a un régimen moribundo.
Sus fans más optimistas incluso hablaban de una posible candidatura al Premio Nobel de Paz. Si Juan Manuel Santos lo había conseguido, ¿por qué no lo podía lograr el discípulo más aventajado de Álvaro Uribe desde los días de Andrés Felipe Arias? Duque dijo que era solo cuestión de horas la caída de Maduro. Lo reemplazaría Guaidó, el muchacho que se había autoproclamado presidente de Venezuela en enero del 2019 aprovechando su condición de Jefe de la Asamblea Nacional.
El gobierno colombiano se jugaba el prestigio internacional en ese evento. Una cachetada que esperaba darle al régimen de Maduro era poder conseguir que Guaidó cruzara la frontera. Lo hizo, por supuesto, con ayuda de los Rastrojos como se daría a conocer meses después. La ayuda humanitaria recogida durante el concierto fue usada en un patético intento para entrar a la brava a Venezuela por el puente internacional Simón Bolívar. Los víveres se quemaron. El gobierno Duque intentó hacer creer que había sido la guardia chavista la que encendió el fuego, después se comprobó que este lo habían provocado los propios colombianos. Una vergüenza.
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Según el libro de Bolton, a Trump le bastaron 30 horas para comprobar que “Guaidó pareciera débil, un 'niño' en comparación con el 'duro' de Maduro y consideró cambiar de rumbo"
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Desde Estados Unidos Trump, como un gran ojo, lo veía todo. Le habían prometido que serían cientos los generales venezolanos que se alzarían contra el régimen. Apenas una docena de oficiales se reveló y cruzó la frontera. Duque le había asegurado que Guaidó sería un tipo confiable pero bastaron unas cuantas semanas después del concierto para darse cuenta de la verdad. Según el libro que acaba de publicar el exasesor de seguridad John Bolton titulado The Room Where It Happened: A White House Memoir, al presidente de los Estados Unidos le bastaron 30 horas para comprobar que “Guaidó pareciera débil, un 'niño' en comparación con el 'duro' de Maduro y consideró cambiar de rumbo".
En ese momento de la historia Trump estaba dispuesto, según lo afirma Bolton en su libro, 5.000 hombres para meter en Venezuela y sacar a la brava a Maduro. Pero el concierto de Cúcuta, el fracaso del ingreso de la ayuda humanitaria y la irresponsabilidad de cruzar la frontera por parte de Guaidó convencieron a Trump que lo que le había prometido Duque no era más que una inmensa mentira.
Hoy en día Duque es el único en el mundo que se come el cuento de que Guaidó tiene algún poder político en Venezuela. Y con esa idea morirá. En el fondo fue un gran alivio que llegara el coronavirus al país. No solo se terminaron de un solo tacazo las grandes manifestaciones en las calles que pedían su renuncia, sino que le cambiaron toda su agenda. Ya no está obligado a hablar de Guaidó. Ahora tiene otras vergüenzas que mostrar, como su fabulosa idea del día sin IVA en plena pandemia o las tarjeticas que le copió a Mockus 25 años después. Estúpido refrito de la patética cultura ciudadana. Mientras tanto, debe estar pensando cómo salir de Guaidó quien pasó de ser Simón Bolívar a un encarte difícil de quitarse de encima.