Cumplo con el deber de lo “políticamente correcto” de advertir que quienes no sean creyentes no lean este artículo.
No quiero, ni por un segundo, acercarme a la posibilidad de vulnerar su libre desarrollo de la personalidad.
Por favor, cambien de página y no me lean.
Ya, libre de controversias innecesarias, paso a escribirles a los creyentes que, como yo, tenemos un universo distinto y una interpretación distinta de la vida.
He observado en estos días que, a la sombra de la pandemia, comienza a prosperar una epidemia: la de la depresión, ese sentimiento de impotencia que se despeña en la tristeza, en la desesperanza, y vulnera el fundamento de nuestra Fe.
Y lo entiendo. Todos hablamos de crisis, de incertidumbre, de pérdida.
Y pienso que, en alguna medida, esto también se debe a que estamos mirando al pasado.
Pareciera que todos estamos esperando que, superada la crisis, regresaremos a la “normalidad”.
¿De qué normalidad estamos hablando?
¿Qué tan normal era nuestro antes?
A veces pienso que todos estamos esperando regresar a la esclavitud que nos daba qué comer. Como si solo de pan viviera el hombre.
Dios acaba de sacarnos de Egipto al desierto para que intentemos caminar hacia la Tierra Prometida.
Todo desierto es duro, pero siempre será más duro si intentamos recorrerlo en clave de pasado, intentado “volver”.
Por mi parte, como cristiano, yo no regresaré. No tengo claro hacia donde voy, pero sé que mi vida de antes no era libre.
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No tengo claro hacia donde voy, pero sé que mi vida de antes no era libre
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Intento comprender que el libre albedrío, al final, consiste en gastárnoslo en optar por la libertad o por la resignación engañosa de la esclavitud.
Hay que volver a leer el libro del Éxodo del Antiguo Testamento. Es la historia de un pueblo que emprende su camino hacia la libertad en medio de todas las contradicciones humanas que ello implica.
Muchos le armaron una revuelta a Moisés porque querían que los devolviera a Egipto, adonde tenían comida y cotidianidad. Sin embargo, otros percibieron que podían andar nuevos caminos.
Inciertos, sí. Imprevisibles, sí. Pero nunca peores que la esclavitud disfrazada de normalidad.
Por duro que parezca, los que perdieron el empleo, intenten caminos distintos de volver a ser empleados. Los que perdieron su empresa, intenten caminos distintos de volver a ser empresarios. Los que estudiaban al borde de su cuerpo intenten liberar la búsqueda de conocimientos en otros horizontes.
La depresión es una de las herencias del miedo.
Contra el miedo creemos que tenemos la terapia de la valentía. No somos tanto. No hay valentía sin Fe.
Hermanos, yo no sé por dónde es. Lo que sí sé es que se trata de echar pa ´lante y no de mirar pa ´trás.
Después de la pandemia llegaremos a un mundo distinto.
Ojalá, lo más parecido a lo que creamos justo, y eso depende de cuánto intentemos cambiar y de cuánto intentemos nacer de nuevo.
Solo recuerdo con palpitar constante ese llamado de siempre que nos hizo Jesús: “Déjalo todo y sígueme”.
Por lo pronto, dejemos que el verbo “volver” siga siendo parte de las narrativas del tango y de Gardel.
Nosotros los creyentes, pese a las inclemencias del desierto, seguimos echando pa ´lante.
Sabemos que al frente tenemos Tierra Prometida.