40 años de Los Bermúdez, embajadores de típicos y artesanías en el tradicional Pasaje Rivas

40 años de Los Bermúdez, embajadores de típicos y artesanías en el tradicional Pasaje Rivas

En esta variopinta galería de Bogotá se consiguen desde manillas de $500 hasta copas de maderoterapia para devastar celulitis y moldear cintura

Por: Ricardo Rondón Chamorro
agosto 23, 2022
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40 años de Los Bermúdez, embajadores de típicos y artesanías en el tradicional Pasaje Rivas

Cuando Ivaldo Bermúdez Peña conoció el Pasaje Rivas tenía nueve años y llegó a trabajar. Era la primera vez que visitaba el centro de la ciudad. Nunca había salido del barrio San Blas, al suroriente de Bogotá.

"Llegó a trabajar" es mucho decir a tan temprana edad, en una época en que no era prohibido que los menores "ganaran el pan con el sudor de la frente, como Dios manda", y qué más razón que ayudar a suplir las necesidades de una familia de siete hermanos.
"Más que trabajar, a aprender, a iniciar el curso de comerciante, porque nadie nace aprendido", aclara Ivaldo con acento de los puros rolos, amplia sonrisa y ojos vivarachos, detrás del mostrador de la espaciosa galería de típicos y artesanías Los Bermúdez, referente de la mano de obra y la identidad nacional, que por estas fechas celebra cuarenta años de actividades en el tradicional Pasaje Rivas, uno de los centros comerciales más antiguos de Bogotá, que el 19 de marzo de 2023, completará 130 años.
De vieja data 
Bermúdez arribó a ese variopinto complejo de mercancía rústica y artesanal cuando las parejas de provincianos y campesinos que llegaban a la capital en busca de un futuro prometedor, adquirían a precio justo o con rebaja el  mobiliario básico: cama de madera o de hierro, colchón cosido relleno de mota de algodón en bruto, cuna de vara de caña para el crío de brazos, y el reverbero de alcohol para preparar teteros.
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La talla y pintura en madera, uno de los atractivos de la galería.

"Todavía se venden esos enseres -argumenta Ivaldo-, y no solo a campesinos sino a gente de aquí de Bogotá, que prefiere lo auténtico y barato".
Que lo diga él que comenzó de cero cuando todavía no alcanzaba los diez años, y que en la actualidad, a sus 48, sobresale en el clan Bermúdez por su habilidad para los negocios, gracias a don Víctor Bermúdez, su primo, que lo acogió 'chinche', a él y a sus hermanos, les enseñó el tejemaneje del negocio, y les despertó el ojo de águila para diferenciar entre "los miranda y los robayo", como el gremio señala -con el debido respeto por los apellidos-, a los que se asoman a un establecimiento solo a mirar y a preguntar; o a los avivatos y 'manitorcidos', que al menor descuido, se esfuman con la mercancía sin pagar.
"Mi primo Víctor tenía su local en el Pasaje Colonial, vecino del Pasaje Rivas, por la décima. Ahí yo ayudaba medio día y el otro medio estudiaba. Así terminé el bachillerato. Con lo que él me recompensaba, dejaba una platica para ahorrar y ayudar en la casa, y lo que me sobraba, para comprarme una pinta bien bacana en almacenes como El Totazo, de San Victorino, o para darme gusto con un buen balón de fútbol por mi afición a nuestro amado Millonarios, porque todos los Bermúdez somos embajadores de hueso y corazón", refiere orgulloso Ivaldo".
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Bellas obras artesanales de los rincones más apartados de Colombia.

La Pepita 
"Cuando mi primo Víctor se enteró de que aquí en el Pasaje Rivas estaban arrendando este local, se llenó de fe y se adelantó a tomarlo por lo grande y por su ubicación, pero en ese tiempo, donde estamos ahora, funcionaba el popular restaurante La Pepita. Yo ya estaba más crecido, y como teníamos un fondo de ahorro familiar, nos animamos a aportar lo disponible para conformar la sociedad".
Quien escribe estos párrafos recuerda como si fuera ayer el citado restaurante La Pepita, ubicado en el local 1065, en ese entonces propiedad de doña Uva y de don Jeremías. Desde medio día no daban abasto a despachar las ricuras de la cocina criolla: el cordero al horno, la pepitoria, la chanfaina, el mondongo, los pescuezos de gallina rellenos, y para los vaciados del bolsillo, el misericordioso 'mecato', que consistía en un par de papas, un pedazo de carne y un pocillo tintero de arroz por $500, apenas para calmar el suplicante tripaje.
Luego del agite de cocina, el mobiliario rústico de mesas sin manteles y bancas largas se llenaba de parroquianos ávidos de lúpulo y aguardiente, y de musiqueros de arrastre de dos pesos por tonada o tres por cinco pesos. En las bancas, como en pura y llana demostración democrática, coincidían artesanos, comerciantes de bolsillo pulpo, estafetas del Congreso de la República con sus respectivas 'corbatas', rebuscadores, culebreros, desempleados, y hasta damitas en trámite de cualquier 'dotor' de turno para sopesar afugias económicas.
Cuando caía el velo de la noche, La Pepita quedaba presa de una nata fétida de vahos y putrefactos bombardeos flatulentos, producto del consumo sin treguas de vísceras y pelangas, y de la ingesta desaforada de cerveza repollera de bajo precio que bajaba sin piedad por los guargueros. Al filo de las ocho, hora del cierre, doña Uva, la matrona, presionaba por las cuentas abriéndose paso entre cajones de 'amarga', y con una ordenanza marcial cortaba de tajo la algarabía de los serenateros. A los beodos, sumidos en el sueño o en el atolondramiento etílico, les frotaba limón en las sienes y quedaban automáticamente despiertos. "A dormir donde la moza que lo trasnocho", sentenciaba.
Pabellón de la artesanía 
"Venga le muestro aquí atrás", interpela Ivaldo, y me conduce al nicho donde hace más de cincuenta años estuvo empotrada la estufa de carbón del restaurante La Pepita, ícono culinario del Pasaje Rivas, como también lo fue el restaurante Maracaibo, justo al frente, que después de las cinco de la tarde era el punto de encuentro de propietarios y artesanos en su cuadre de cuentas, que remataban con animadas partidas de dominó.
Luego de una ardua labor de remodelación del local que fue el restaurante La Pepita, Los Bermúdez instalaron la afamada  galería de típicos y artesanías, que a la fecha tiene un inventario de más de 500 productos de distintas regiones del país, visitada por criollos y extranjeros, que en estas cuatro décadas, al ritmo acelerado de trabajo y prosperidad, ha impulsado a los integrantes de la familia a abrir locales propios en el Pasaje Rivas. Ivaldo continúa al frente de la sede principal de este complejo de la mercancía popular y artesanal, que tiene acceso al público por la carrera décima y por la calle décima, en el ombligo de la capital.
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Más de 500 productos del ingenio artesanal de Colombia.

La mercancía, de todas las texturas, tamaños y colores, se propaga como enredadera silvestre por techos y paredes, y da cuenta de la virtud y el ingenio del artesano criollo, que redunda con sabiduría y creatividad en la riqueza natural y cultural de la geografía colombiana, en sus artes, mitos, leyendas y saberes, y que abarca los cuatro puntos cardinales.
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El variado espectáculo multicolor se observa en pisos, techos y paredes.

Esa mano de obra reconocida en el mundo, en ferias y eventos de importancia, y que en Los Bermúdez se ve plasmada en una gran variedad de hamacas ancestrales, sombreros de diferentes materiales y procedencias como el 'vueltiao', de Tuchín, Córdoba, mochilas de manufactura indígena, bolsos de iraca, cristalería, llaveros, manillas, camándulas, ponchos, ruanas, alpargatas, relojes decorativos, portavasos, servilleteros, instrumentos ancestrales, juegos de parqués, ajedrez, damas chinas, rana y tejo, tapetes, individuales, morteros y pilones de guayacán, y copas y rodillos masajeadores de maderoterapia para devastar estrías, celulitis, moldear cintura y desvanecer turupes musculares en hombros y espalda, derivados del estrés y del trajín diario. La lista es innumerable.
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La máquina láser donde Bermúdez fabrica relojes decorativos y servilleteros.

Galería de la fama 
"Aquí han venido a comprar los duros de la política, la cultura y la farándula: doña Tutina, esposa del expresidente Santos, lo mismo que que doña María Juliana, la señora de Duque, Carlos Vives, los hijos del expresidente Álvaro Uribe, César Rincón, Andrea Echeverri, actores y actrices, cualquier cantidad. En esta galería se filmaron escenas de la película 'El baúl rosado', también grabaron 'Los reencauchados', viene mucho extranjero, gringos, europeos, asiáticos, turcos, mexicanos, centroamericanos, peruanos, argentinos'".
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Un turista peruano exhibiendo parte de las artesanías que llevará a su país.

-¿Y cuáles de todos los nombrados son los mejores clientes?
"Los colombianos, porque además de conocer y apreciar la mano de obra nacional, llevan nuestros productos por gusto propio, y para regalar a sus parientes en cualquier parte de Colombia, o cuando salen del país, sobre todo en temporada de vacaciones y de fin de año".
-¿Qué es lo que más llevan los extranjeros?
"Las hamacas, que tenemos en su variedad. Las más cotizadas, las wayuú, igual que mochilas, ruanas y precolombinos".
-Fuera de diciembre, ¿cuál es la mejor época del año para ustedes?
"No es diciembre. Es enero, que es un mes relajado. El cliente se toma su tiempo para mirar, preguntar, regatear, porque la gente sabe que aquí los precios son mucho más baratos que en almacenes de marca. Ni se diga en el aeropuerto. Allá, sí, como el cuento: todo por las nubes".
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Un turista peruano exhibiendo parte de las artesanías que llevará a su país.

¿Cuál es la venta más grande que ha hecho en estos cuarenta años de labores?
"Uffff, eso hace ya como quince años que vino don Jean Claude Bessudo a encargar 35.000 palos de agua de treinta centímetros. Me dio ocho meses de plazo para entregarlos. El negocio salió por $120.000.000, pero se me iba complicando el asunto por los requisitos, entre ellos el pago de la cláusula de tiempo y cumplimiento. Pero al fin lo sacamos adelante".
-Está trabajando desde los 9 años. ¿Añora no haber podido disfrutar de una infancia como otros niños?
"Yo disfruté mi infancia con los juegos y los sueños de los niños, solo que nos tocó trabajar, y eso nos enseñó desde pequeños a asumir responsabilidades, disciplina y amor por el trabajo. Tengo un hogar bendecido del que me siento orgulloso. Mi esposa, Olga Téllez, también es comerciante y tiene su propia galería: Artesanías Gerald. Tenemos tres hijos: la mayor, de veintidós, que estudia Fisioterapia, y dos varones de quince y de ocho. A ellos les hemos enseñado todo lo que hemos aprendido en la escuela de la vida: respeto, valores y principios. Gracias a Dios gozamos de un hogar muy bonito".
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En el umbral de su galería, Ivaldo rasga su guitarra en ritmo de carranga.

-¿Todo el tiempo trabajando?
"Aquí solo se cierra el 25 de diciembre, el 1° de enero, y el jueves y el viernes santo. En febrero, que baja un poco el movimiento, nos damos unos días de descanso. Elegimos un lugar de esta Colombia bella que tiene una geografía prodigiosa que uno no se cansa de descubrir y admirar".
-¿Cómo hace para distinguir entre un buen cliente y un posible ladrón?
"Imagínese en todos estos años la experiencia y la psicología que se adquiere. De primerazo, a la entrada, uno ya sabe de quién se trata. La pinta es lo de menos. Eso se conoce por la forma de mirar, de hablar, de los nervios que los delata, de cualquier musaraña, y si llegan en grupo, pues hay que estar abeja para multiplicar miradas. Que se cae uno a veces, pues si se cayó nuestro Señor Jesucristo, porque no se va a caer un humilde siervo".
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Ivaldo tiene el ojo afinado para alertar al buen cliente y al sospechoso.

En el remate de la sesión fotográfica, Ivaldo Bermúdez Peña se chanta un sombrero y sale al portón de su galería rasgando La cucharita del maestro Jorge Velosa en las cuerdas de su guitarra. Son las once de una espléndida mañana veraniega de agosto, y alguien en la vecindad, exclama:
-¡Hey, Ivaldo!, ¿ya se prendió? Que espera pa pedir una tanda.
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