Se especula sobre las llamadas disidencias, esos grupos armados que se fueron desprendiendo del cumplimiento de los Acuerdos de La Habana y dieron en llamarse a sí mismos como las FARC-EP. Alguna vez, con notable mala intención, la revista Semana escandalizó con lo que llamó la refundación de las Farc, como si Gentil Duarte tuviera la dimensión personal e histórica de Manuel Marulanda, algo absurdo.
Quizás qué pretendía la revista con tal publicación, notablemente desfasada y errática. Si se tratara de sumar hombres en armas creo que nadie tiene una cifra cercana a la realidad. En nuestros tiempos de guerrilla era muy habitual que el número de nuestros combatientes siempre se exagerara, algo que nos llenaba de ánimos y además nos favorecía.
Cumplí mi ingreso en la Sierra Nevada de Santa Marta, por los lados de la serranía de Mariangola, en el Cesar. Creía que arriba me esperaban centenares de guerrilleros. Me desconcerté cuando me incorporaron a la compañía comandada por Mario Beltrán, éramos trece, entre hombres y mujeres. Salíamos a operar en grupos de a tres, armados con pistolas y revólveres. Decíamos a la gente que el resto de los nuestros estaba oculto en la montaña.
Igual pasaba con los campesinos. Si el Ejército preguntaba a alguno si había visto guerrilla, siempre le respondían que sí, que eso era lo que andaba por esos montes y caminos. A la pregunta de cuántos había visto, solían responder muchos, como cuatrocientos. Y a la de qué armas portaban, respondían que unas grandes, mucho más nuevas que las de los soldados. Los militares se miraban nerviosos a los ojos y en muchos casos desistían de avanzar.
En la guerra, y más aún en la irregular, el engaño hace parte de la lucha. Lo importante no es la realidad, sino lo que el adversario crea. Así que los primeros interesados en inflar sus cifras son los llamados disidentes. Y mucho mejor si los grandes medios se las replican. Del mismo modo hay que inflar lo que piensan, dar la idea de un discurso consecuente y serio, así se carezca de él. De nuevo lo importante es lo que logren hacer creer, que de verdad son rebeldes, que son revolucionarios.
Algo que no deja de convencer a uno que otro incauto. En la sociedad, sobre todo la urbana, suelen encontrarse grupos de soñadores, de gente ingenua que, si bien nunca ha estado en la montaña en una larga guerra, juran saber más que nadie de la insurrección armada. Ojalá que alguna vez hayan subido a la cordillera a llevar una carta o cumplir un mandado. El Che Guevara o el mismísimo Lenin les quedará pequeño. Su propensión a Trotsky suele ser desbordada.
Son los primeros en creer y en defender a los llamados disidentes. Se ofenden de inmediato con quien exprese alguna idea negativa sobre ellos. Entre sus grandes hazañas está el haber salido en la noche con unos tarros de pintura a escribir consignas en las paredes. Desde luego su mayor satisfacción es convencer a otros más cándidos que ellos, de que la revolución está a la vuelta de la esquina, y que la conseguirán esos, los que se quedaron luchando en el monte.
Por los lados de Arauca hay uno que muchos quieren convertir en héroe.
Se llama a sí mismo Jerónimo, desertó de las Farc en el 2004,
cuando fracasó por completo en la conducción del Frente 56 en el Casanare
Ignoran, no quieren saber, que sus grandes ídolos son en realidad algo muy distinto a lo que dicen. Personajes grises que lo que menos tienen es sentido del altruismo. Por los lados de Arauca hay uno que muchos quieren convertir en héroe. Se llama a sí mismo Jerónimo. Un tipo que desertó de las Farc en el año 2004, cuando fracasó por completo en la conducción del Frente 56 en el Casanare. Y que poco después fue a parar a la cárcel donde pasó muchos años.
Sus propios compañeros de prisión lo describen como un hombre descompuesto, que se relacionó de inmediato con paramilitares y mafiosos presos, de los que se hizo rápidamente aliado. Estaba claro que su propósito era fundar una banda paramilitar que trabajara para los narcos en la Orinoquía. Los Acuerdos de La Habana lo favorecieron con la libertad. De inmediato pasó a desempeñarse como lo que planeaba. Sólo que se colgó el título de disidente.
Algo que aplauden los incautos de que hablaba. Mientras los principales dirigentes del partido Farc se vieron obligados a salir de Arauca por cuenta de las hostilidades y amenazas, el departamento vuelve a hundirse en un mar de violencia y zozobra por obra de diversos actores, entre los cuales destaca la banda de Jerónimo. Igual, en otros departamentos y regiones, algunos insisten en calificar de héroes a individuos y grupos que se confunden con el bajo crimen.
No es correcto. Desde nuestro partido Farc rechazamos y condenamos la llamada disidencia, que nada tiene de eso y en cambio sirve más a los intereses de la ultraderecha, que los necesita ahora.