Un país con una administración pública impuesta por una figura sombría y desgastada, luego de 20 años bajo su dedo, está llegando a sus límites.
El año 2019 se caracterizó por protestas en el mundo entero que amenazaban con continuar en el 2020 agudizando de esta forma un más la crisis institucional en los diferentes países.
Colombia para el último trimestre del año convoca a la histórica protesta conocida como #21N que termina en el sonado cacerolazo nocturno.
Iniciado el 2020, después del receso decembrino, cuando apenas estaban calentándose las protestas para continuar su marcha, la pandemia lanza un salvavidas a Duque, pero si hacemos memoria, esto fue algo parecido en tiempos de Belisario, cuando la tragedia de Armero le sirvió de salvavidas para mitigar el escándalo y responsabilidad política en la retoma del Palacio de Justicia. A la administración Duque no le pudo caer más oportunamente la pandemia, con la que pudo contener las manifestaciones, al igual que las contuvieron en el mundo.
Sin embargo, a un año de la pandemia, la presión en la ciudadanía no desciende, muy a pesar del gasto en imagen y la alocución diaria por televisión. Esto no obtuvo ningún efecto más que cansar a la ciudadanía. Además, cometió muchos errores de cálculo: promesas incumplidas, servicios públicos más caros, Ingreso Solidario para la elite de Familias en Acción, fracaso en la economía, el festín del sector financiero con los dineros que debieron llegar a la pequeña y mediana industria, etcétera.
A todo esto se sumó encierro, hambre, desempleo, mayor pobreza y quiebra de comerciantes formales y del rebusque. Cansados de la farandulera presentación diaria, la incongruencia de cifras, el fracaso en el manejo de la salud pública, la corrupción rampante y la caída en picada de su mentor y jefe, el anuncio de una reforma tributaria lesiva para la golpeada economía de los colombianos y ante la sombra de la enfermedad y muerte, el pueblo resolvió por encima de cualquier mandato o ley, e incluso del COVID 19, volcarse a las calles nuevamente para continuar lo que quedó pendiente en el 21N.
No es ningún secreto el fracaso de esta administración en manos de un improvisador que obedece a un libreto, pero que obedece mal, pues de la misma forma como Pastrana hijo sepultó el Partido Conservador, Samper, al liberal, Duque terminará por sepultar el otrora floreciente partido de Uribe. Y de la misma forma como después del 8.000 y del Caguán, ni el PL ni el PC volvieron a poner presidente al menos en nombre de sus partidos, el CD no volverá a poner presidente.
Esta será una época de oportunidades y de oportunismos, pues difícilmente Duque tendrá otro salvavidas como el COVID-19 para contener la protesta pública que irá en aumento. Entre tanto, nos queda esperar que Colombia tome rumbo, que la franja abstencionista decida tomar acción en las urnas y que, diferente de quien sea el presidente del 2022, el Congreso se refresque con personas comprometidas y que el partido de gobierno que lo suceda, sea honorable.
Colombia necesita una reforma política y judicial estructural y de fondo, pero no será posible si no suma mayorías entre quienes puedan proponerla y sacarla adelante. Entre tanto y por los meses que le quedan de farándula al presidente, no esperemos nada positivo, solo aguantar la imposición de los nuevos tributos, porque la reforma pasará en las justas proporciones que desde un comienzo ha tenido, es decir, el viejo truco de pujar alto para conseguir el propósito final.