El 27 de junio se celebra uno de los hechos históricos y humanos más relevantes en Colombia y el continente para nuestra generación, la decisión de las FARC-EP de dejar definitivamente las armas como uno de los puntos más importantes dentro de lo pactado. Esa decisión mayúscula es el adiós definitivo a la guerra con las FARC-EP.
Los integrantes de la guerrilla más antigua del mundo merecen la más amplia y afectiva acogida y bienvenida a la lucha política legal que en adelante, tal y como lo vienen haciendo durante el proceso de implementación, se dará desde la palabra y los argumentos. Es la hora de la batalla de las ideas.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el proceso de implementación de lo acordado sobre Reforma rural integral, Participación política, derechos de las Víctimas, Drogas y cultivos ilícitos enfrenta la etapa tal vez más compleja y difícil de lo acordado. Por la permanente amenaza y ataques de los enemigos del proceso que se han propuesto “hacerlos trizas” e impedir el derecho a la paz de Colombia y del continente.
Ya lo han venido demostrando con la perorata y sistemática propaganda ideológica sobre el “castro-chavismo”, la “entrega del país a las FARC” apelando al miedo y la ignorancia de una amplia franja de la población colombiana, y por supuesto, desde matrices de opinión que entran en lo más absurdo y ridículo señalando que vamos para una “dictadura” como en Venezuela.
El respaldo de la comunidad internacional, de los países garantes como Cuba, Venezuela, Noruega y Chile, así como de Ecuador en el caso de la mesa de diálogos entre el ELN y el gobierno; el papel de la ONU en la recepción del armamento, acompañamiento y verificación ha sido igualmente fundamental para darle garantía y seguridad, en la medida de lo posible y a pesar de los obstáculos, al acuerdo de paz.
El fin definitivo del enfrentamiento armado en Colombia enfrenta graves peligros que debemos sortear y ayudar a vencer, procurando que cada día sean más los ciudadanos y ciudadanas que hagan suyo los acuerdos, se apropien social y políticamente de ellos y le restemos fuerza a los que se empeñan en destruirlos y retrocedernos a épocas aciagas de la guerra, la muerte y la destrucción.
A pesar de los incumplimientos del gobierno en la etapa inicial de implementación de lo acordado, y de las fuerzas que se oponen a la paz de modificarlos y poner obstáculos en el Congreso, desde las instituciones del Estado y las Altas Cortes, el respaldo y acogida al acuerdo de paz es más firme y sólido de lo que creyeron las fuerzas guerreristas, y cada día crece entre la población más joven.
La actitud y compromiso de las FARC con la palabra ha dejado sin argumentos la falacia de la extrema derecha que ha tenido que tragarse una a una las mentiras que propagaron sobre la dejación total de las armas y caletas con armamento y municiones, sobre los tesoros, sobre el “cartel de drogas más grande del mundo” y se alistan a repetir dichas mentiras para volver al poder en el 2018, año en que se elegirá el nuevo gobierno que debe continuar la implementación de los acuerdos, tanto con las FARC como los que se pacten con el ELN.
Tal vez con lo que no contaba la extrema derecha y las fuerzas que se oponen a su llegada a la vida pública, es la firme convicción y voluntad de no volver atrás y estar dispuestos a seguir la lucha por la paz, la justicia social, la profundización de la democracia, y la conformación de la más amplia convergencia y unidad entre demócratas, progresistas y revolucionarios para disputar el poder político en el 2018, a pesar de la incertidumbre, asesinatos, inseguridad jurídica y amenazas contra sus vidas.
El 27 de junio quedará en la memoria del pueblo colombiano como un día histórico porque dejarán de existir las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, para transitar hacia un partido político legal. Sin embargo, la lucha sigue, se dejan las armas y se retoma la batalla de ideas.