26A: la batalla democrática del 2018

26A: la batalla democrática del 2018

Aunque faltó un centavo para el peso, en menos de seis meses el pueblo colombiano ha dado muestras reales de voluntad de cambio

Por: Kevin Siza Iglesias
agosto 28, 2018
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26A: la batalla democrática del 2018
Foto: Leonel Cordero / Las2orillas

La consulta anticorrupción del 26 de agosto marcó un hito en la historia política reciente de Colombia. Las fuerzas de centro, de izquierda y una ciudadanía plural, movilizadas alrededor de una iniciativa que transitó variados y dificultosos momentos, dieron impulso a una gran batalla democrática con las clases dirigentes del país, en los inicios del nuevo gobierno de las fuerzas de la ultraderecha uribista, encabezado por el estudiante “más avezado”, Iván Duque. Los resultados y sus efectos para el país demarcan parte de las tareas urgentes de las fuerzas motrices de la campaña por el 7 veces sí, en el marco de la nueva etapa política que inicia y coloca al orden del día la tan esquiva, deseada y siempre difícil de conseguir unidad.

El resultado fue una sorpresa para todos, incluso para los promotores iniciales, Claudia López y los verdes, porque todo el desarrollo de la campaña estuvo lleno de dificultades para desplegar a la par de la campaña al Congreso y la presidencia una fuerza incontenible de las gentes del común para derrotar un fenómeno epidérmico del régimen político colombiano: la corrupción.

La decisión de su aplazamiento hasta el presente mes estuvo presionada por el Centro Democrático para asegurarle a los verdes la mayoría absoluta durante su aprobación en el Congreso, asegurándose, a su vez, de no abrirle mayor terreno al crecimiento que en la etapa final de la campaña a la presidencia tuvo la fórmula de la CoCo. Desde entonces se puso en marcha un torrente diverso de fuerzas sociales, políticas y ciudadanas que asumieron el reto de impulsar el sí a los 7 puntos con limitados recursos, pero con un grado elevado de creatividad —espacios de pedagogía en calles, semáforos, barrios, centros comerciales, redes sociales, entre otros—. No contaron con la maquinaria de los grandes partidos y dirigentes políticos que, de forma oportunista, “habían dado su palabra” por unanimidad para impulsarla, logrando sumar una fuerza determinante con relación a la contienda electoral inmediatamente anterior, obteniendo de esa forma un nuevo avance en su posicionamiento e influencia.

Para el Centro Democrático, quienes no esperaban una participación tan abultada como la que se presentó el 26 de agosto, los resultados fueron un baldado de agua fría, significando un profundo revés a la negativa que al final de la campaña se empeñaron en impulsar Álvaro Uribe y Cía. desde el Congreso.

La reversión de sus apoyos iniciales a la consulta tiene sus orígenes en la consabida lógica amigo/enemigo (Schmitt), pues aquella, siendo impulsada por sus más enconados contradictores, no podía ser acompañada por sus toldas por cuanto amenazaba con desplazarlos en el protagonismo de la escena política nacional y daba impulso a liderazgos democráticos que vienen consolidándose con fuerza en la última etapa. Ningún espacio a concesiones habrá dicho “El patrón”.

Por eso, y para mantener la “coherencia” pública asumida por Duque, Uribe y su bancada asumieron el papel de opositores, mientras el presidente “era fiel” a su palabra. Una contradicción que en lo aparente intentó mostrar independencia e incluso atisbos de contradicción del uno hacia el otro, pero en esencia, sobre todo por la presentación del paquete legislativo que tramita 3 de los 7 puntos, da desarrollo a la táctica propia del bloque de poder.

Para liberales, conservadores, la U y Cambio Radical la campaña por el 7 veces sí no pasó de ser un voto positivo el 5 de junio en el Congreso y una declaración pública suscribiéndola, pues ninguna de sus estructuras, a excepción de uno que otro senador, se la jugaron por jalonar la campaña en las regiones. Una actuación “políticamente correcta”, dirían algunos.

Pero sin lugar a dudas los más sorprendidos con los resultados de la consulta son los sectores democráticos, la izquierda y la ciudadanía en general, quienes, pese al optimismo desbordado con el que se desarrolló el conjunto de la campaña, no esperaban una respuesta de las dimensiones como la que se dio el 26 de agosto. Esta desbordó cualquier cálculo prefabricado y se instaló como mensaje sonoro en todos los rincones del país.

Pese a no haber alcanzado el umbral requerido para su aprobación, la consulta anticorrupción logró colocar al centro del debate uno de los problemas que mayor repulsa causa en la ciudadanía colombiana. No obstante, también es demostrativo del signo que caracteriza la presente etapa política del país: un reforzamiento del descontento, de la creatividad y de la voluntad de cambio de las mayorías nacionales.

Lo anterior hace necesario ubicar tres reflexiones en clave de perspectiva, que posibiliten mayores márgenes para el debate en torno a la acción política en el tiempo que sigue.

La primera tiene que ver con la concepción misma con la que se encara la lucha contra la corrupción. En política no es posible solo señalar el efecto sin sacar a flote las causas. Aquella es producto de la crisis del régimen político, económico y cultural propio del orden neoliberal en Colombia y sus responsables tienen nombre propio: las burguesías, hoy realinderadas en un solo bloque de poder entorno al uribismo, quienes pretenden asegurar la continuidad del modelo de acumulación. No hay lucha contra la corrupción neutral o desidiologizada. Parafraseando a Borón, menos corrupción, implica, necesariamente, menos neoliberalismo.

La segunda está relacionada con una idea de la corrupción solo ligada a la esfera de la política, de lo estatal institucional y no concebida como un fenómeno que afecta la totalidad de la sociedad colombiana, requiriendo por tanto un combate que pueda atacar en el amplio espectro en el que ella se manifiesta. Lo anterior implica que pueda potenciarse desde lo político la confrontación contra la corrupción, hacer de cada uno de los escenarios de lucha y movilización del campo popular un espacio de batalla que privilegie la defensa de lo común, demarcando mejores y mayores niveles de acción política frente las formas fetichizadas de la misma, muy en boga en estos días, en un contexto en el que la tendencia deja entrever un incremento de la conflictividad social.

La tercera es lo que respecta a la unidad. El conjunto de fuerzas que se comprometieron y dieron impulso al 7 veces sí en la consulta anticorrupción hacen parte de lo que comúnmente se denominan sectores alternativos, dentro de los cuales se encuentran vertientes de centro, democráticos, de izquierda y los revolucionarios. Juntos lograron multiplicar las fuerzas que no estuvieron unidas ni en primera ni en segunda vuelta, obteniendo un resultado nunca antes visto por elección o iniciativa alguna en Colombia. El reto está en no solo concebir los 11. 671. 420 votos como la cifra con la que parten dichos sectores para las próximas justas electorales de 2019, sino, y fundamentalmente, como el terreno abonado para desplegar la más enérgica disputa por el poder en las movilizaciones sociales y territoriales que se avecinan.

No se alcanzó el umbral y no todo está perdido. Faltó un centavo para el peso. En menos de 6 meses el pueblo colombiano ha dado muestras reales de voluntad de cambio. Ha variado de forma decisiva la correlación de fuerzas políticas en el país y al contrario de la idea derrotista de muchos, aquella, tiende a inclinarse a favor de las mayorías nacionales. Es tarea nuestra acelerar dicho proceso y encausarlo hacia formas políticas y organizativas que estén a tono con las exigencias del momento histórico. ¡Se puede!

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