Cuando era niño me llevaban a cortar el pelo a una de esas barberías de antes con grandes sillones de metal, duros cojines blancos e innumerables espejos en las paredes. Yo me distraía siguiendo mi figura reflejada en los muros y columnas hasta que se hacía pequeñita y casi desaparecía. El suave ruido de las tijeras me iba como durmiendo. De repente el peluquero pasaba la peinilla por mi nuca y yo experimentaba una sensación enervante y placentera que se acompañaba de piel de gallina en los antebrazos. Eso se llama Respuesta Sensorial Meridiana Autónoma (RSMA en español o ASMR en inglés). Doy esas antipáticas abreviaturas para que lo busquen en YouTube donde hay varios videos que supuestamente la producen en quien los ve y escucha. A mí no me funcionaron. Pero como dijo la BBC sobre este fenómeno: “Si la gente dice que siente algo debe ser real… de alguna manera”.
En nuestra cultura esclava de modas, tendencias, murmullos sociales y “espiritualismos” se dice que ya hay comunidades virtuales de personas que sienten RSMA a voluntad y repetidamente. Algunos llaman a esta reacción “orgasmo cerebral”. No creo que sea para tanto y recordemos también que el último siglo desde Freud intentó clasificar los orgasmos: peniano, clitoridiano, vaginal, rectal, areolar, etc. Las 26 variedades de orgasmo en la literatura científica (Mah K, Binik YM (August 2001). The nature of human orgasm: a critical review of major trends. Clinical Psychology Review 21 (6): 823–56) no creo que sean muy importantes para quien los experimenta.
Ahora, algo hay de erótico en las RSMA. Volviendo a experiencias personales que pueden hacerse públicas a veces llamaba a la oficina de mi papá y me contestaba una secretaria en particular, quizás se llamaba Berta si mal no recuerdo. Su voz (“Ay, Pedrito, ya te comunico con tu papá”) me ponía extáticamente la piel de gallina. Años después la conocí y era una mujer soltera, algo mayor y no muy agraciada físicamente. No sé si volví a experimentar aquella RSMA pues curiosamente no llamé más a la oficina de mi padre aunque esa secretaria fuera, literalmente, una “cajita de música”. De todas maneras no hay que ir al sicoanalista por estas experiencias. Muchas personas las tienen al escuchar música (recomiendo personalmente a Ravel y Haydn) comer chocolate, oír murmullos o ruidos acompasados, hacer figuras con arena. O al ser asustados y esto explicaría el extraño encanto de las películas de terror.
Y hablando de experiencias nocturnas como las que los insomnes viven a altas horas de la noche buscando distracción en la televisión o el computador, las RSMA pueden ser útiles para quienes no pueden conciliar el sueño (The New York Times, 28 de julio, 2014). Según este diario hay 2,6 millones de hits en la red buscando esa vivencia neurológica. Aconsejo ver y comparar esos videos en vez de contar ovejas saltando cercas. Parece que la filmación del doblar cuidadosamente toallas (Relaxing towel folding tutorial en YouTube) es especialmente efectiva. Se duerme uno de aburrimiento o RSMA, no lo sé.
La mayoría de los neurocientíficos académicos evitan discutir el asunto pues lo consideran, dada su irrestricta popularidad en las redes sociales, seudociencia. Pero hay que reconocer que muchos investigadores serios han perdido hacerse buenas preguntas, el verdadero combustible de la ciencia, por considerarlas populares o mal formuladas. Los escasos estudios fisiológicos de la RSMA concluyen que está relacionada con los circuitos cerebrales de recompensa asociados a dopamina y serotonina. Este último, el más jovial de los neurotransmisores, produce sensaciones de placer y bonhomía: me siento bien, estoy satisfecho, quiero quedarme aquí, etc. La serotonina es como una “hormona de cheveridad”. Que eso se experimente doblando toallas, dando el seno al lactante, organizando figuritas de la Selección Colombia o haciendo rompecabezas fáciles poco importa.
Hay una forma más específica y aguda de RSMA: el frisson musical como dicen los franceses o éxtasis auditivo por picos de dopamina. El año pasado se publicó en el NYT un artículo sobre esto con bellísimo título: Why music make sour brain sing o “Por qué la música hace cantar nuestros cerebros” (junio 7, 2013). De las cosas curiosas investigadas sobre el éxtasis auditivo es que está asociado a la anticipación de la música que viene. Por ejemplo el inicio de la Quinta de Beethoven que todos conocemos: ta-ta-ta-taá… O las introducciones lentas de las sinfonías de Haydn. O esperar un crescendo rossiniano. Lo peligroso es que ese pico de dopamina se consigue también con cocaína y otros estimulantes no recomendados (La rumba que mató a Cerati en Las2orillas, septiembre 5, 2014). Son siempre preferibles las colinas de la serotonina a los picos artificiales de dopamina. Hay gran gusto en inesperadas, naturales RSMA. Sin despreciar los 26 orgasmos.