Qué año de sucesos y procesos tan contradictorios, en Colombia y en el mundo. Pandemia, economía, política y geopolítica, transición energética retrasada.
Hemos olvidado que hace algo más de un año llegamos a tener, en un día, más de 800 fallecidos por el covid en Colombia, una cifra espeluznante.
La lista de damnificados de la pandemia del 20 y el 21 es larga. Nadie sabe cuántas madres cabeza de familia fallecieron ni que pasó con sus hijos. Ni conocemos la magnitud del drama de los parientes de los 142 mil muertos por el virus. Ni cuántos negocios tuvieron que cerrar, ni de las angustias de cara a las necesidades de las familias cuando las empresas se quiebran o se acaban las fuentes de empleo.
Entre los 230 países acerca de los que la plataforma Worldometer ha reportado a diario sobre las cifras de la pandemia, Colombia aparece en el puesto 30 en el indicador de “muertes por cada millón de habitantes” por el covid, una posición nada halagüeña y que ha llevado a uno que otro comunicador olvidadizo a felicitar al anterior gobierno por la excelente gestión (para aclarar: 200 países registran menos muertos de acuerdo a su población que nosotros).
No sabemos cuál fue el grado de retraso académico de millones de niños y jóvenes que, sin acceso a internet o carentes de dispositivos, no pudieron acceder a la virtualidad.
La economía, al menos durante el 2022, se ha revitalizado. Pese a la alta dosis de informalidad, el desempleo se ha reducido, aunque la tasa en el segmento de los jóvenes (15 a 20 años) está en el 18 % y los datos en ciudades como Quibdó o Ibagué son escandalosos. Claro que el PIB en el 2021 creció como nunca (10,7 %)… después de una caída, como nunca, en el 2021 (-7 %). De manera que el del 2022 fue aceptable (7 % de crecimiento en el tercer trimestre).
También parece remoto el paro nacional del 2021, que se inició en abril, de una duración sin antecedentes y que movilizó millones de colombianos en protestas pacíficas y que también, se caracterizó por algunos actos de vandalismo (está fresca la condena de “19” por tortura y concierto para delinquir) y, también, de arbitrariedad policial, condenados por el CIDH. Todo proyecta su sombra: los organizadores se demoraron mucho en suspender el paro y muchos colombianos, en ciudades y campos, quedaron hastiados y perjudicados. Quizás eso ayude a entender, más allá de las objeciones de orden jurídico, por qué, en este momento, en 2022, hay gran oposición a la conversión en “gestores de paz” de los actores de primera línea en las ciudades.
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Ocampo, López y unos pocos ministros más son los que pasan el examen
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Sin duda, el triunfo de Gustavo Petro no tiene antecedentes. Algunos cambios (la elección de Francia Márquez en la Vicepresidencia, el giro en política ambiental, el propósito de paz total, la reforma tributaria) están a la vista, aunque las paradojas también. Mermelada suficiente, como antes, para empujar la reforma tributaria, embajadas en manos de políticos de los partidos tradicionales, ministerios dominados, como en cualquier gobierno anterior, por partidos como la U., apoderándose de las oficinas de contratos. Alta desarticulación entre funcionarios y bancada que hacen temer por la gestión de un gobierno del que se espera impulse grandes cambios. De ahí que sean Ocampo, López y unos pocos ministros más los que pasan el examen.
Hasta hace una semana podía hablarse del mapa casi rojo de América Latina. No obstante, la salida de Pedro Castillo, esa mezcla de torpeza, inexperiencia y autoritarismo, parece cambiarle el color al Perú. Lo que ocurrió con el plebiscito en Chile sobre la reforma constitucional así como, pese al triunfo de Lula, el poder aumentado de Bolsonaro en las elecciones parlamentarias y de gobernaciones, ese émulo ignorante del bárbaro Trump y depredador de la Amazonía, no hacen para nada fácil el gobierno en el Brasil.
Y los gobiernos de Venezuela y Nicaragua no pueden ser exhibidos como orgullo de gestiones de izquierda en América Latina, así que hay que mirar el “mapa rojo” con cuidado. Otro cuento es la necesidad del restablecimiento de relaciones comerciales y diplomáticas con el primero, después de la política absurda del anterior gobierno que solicitaba a Juan Guaidó proceder a extraditar a doña Aída Merlano y que pronosticó la caída inminente de Maduro.
A propósito de Nicaragua, resulta coincidencia que dos revoluciones ocurridas en 1979, la nicaragüense y la iraní, cuando se instalan los ayatolás y se expulsa al Sha, tirano prooccidental, muestren su lado más oscuro en el 2022. Ortega con su nepotismo y la persecución a sus rivales políticos, encarcelándolos, y los sectarios mulhas iraníes enfrentando una revolución liderada por las mujeres, que van acumplir tres meses de manifestaciones por el asesinato de una joven a la que la “policia de la moral” quizo corregir, asesinándola, por no llevar bien puesto el velo. Han comenzado en estos días las ejecuciones de algunos manifestantes…
Qué incertidumbre, para todos, la que trae consigo el año nuevo. Economía mundial (y colombiana) de muy bajo crecimiento, conflicto sin resolver en Ucrania y peligro de uso de armas nucleares, regimen chino emproblemado con la economía y las protestas por la política de covid cero, polarización en los Estados Unidos.
Incertidumbre en Colombia en donde siguen campeando los asesinatos de líderes sociales, la corrupción que viene de atrás del tipo Odebrecht, Reficar y de actores especialistas en el tema como Tapias. Incertidumbre alrededor de la capacidad de gestión de un gobierno que ha prometido cambios y que patina por su falta de articulación y dudas como las que despierta el manejo de entidades como el ICBF. Bienvenida la bandera de la paz que, por supuesto, requiere, también, de buena gestión.