El 2020 será recordado como el año de la pandemia por COVID-19 que puso en jaque al mundo y evidenció la crisis de los sistemas sanitarios en muchos países. La epidemia surgida en Asía parece ser un parteaguas para la historia reciente en la medida en que el miedo y la incertidumbre han crecido exponencialmente, transformando de raíz la praxis cotidiana, mientras el planeta hiperconectado y sometido a la infodemia enfrenta su peor crisis económica y humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.
Podría afirmarse que fue un año en que la historia se detuvo, más que todo durante los primeros meses del confinamiento. Por un lado, el organismo colectivo o cuerpo planetario, como lo llama Amadeo Berardi, se vio sometido a un cambio radical relacionado con el periodo de cuarentena. Es así, como después de décadas de hiperestimulación nerviosa, de pulsión consumista y frenesí tecnológico, los espacios de interacción humana se redujeron y la vida se ralentizó por obra y gracia de la peste. Por otro lado, la naturaleza experimentó un respiro, con cielos menos contaminados y con animales circulando libremente por las calles desiertas. Los hogares se convirtieron en el refugio más seguro, pero también en aula, oficina y lugar de trabajo, donde inicialmente proliferó la desorientación, el desconcierto y la inadaptación, así como la desaceleración corporal.
Ante la carencia de un sistema integral que hiciera frente a la pandemia, el mundo moderno ha visto tambalear su baluarte erigido sobre la base del pragmatismo y la racionalidad. En efecto, la era del capitalismo y del desarrollo tecnocrático experimenta hoy en día su mayor prueba de fuego, que sumado a problemáticas tales como la alteración global de ecosistemas, la crisis climática, la fragmentación de los hábitats, la urbanización descontrolada y la mercantilización de los sistemas de salud pública, empeora las dificultades del modelo civilizatorio de grandes poderes económicos transnacionales. Esta crisis del orden mundial también golpeó a las personas, quien en medio de la incertidumbre viven tiempos inciertos, a nivel individual, familiar y colectivo.
Con todo y eso, también es posible hablar de una aceleración de la historia, tal como plantea Richard Haass, en la medida en que la tecnología de punta científica, ha dispuesto todo su arsenal para el desarrollo de vacunas en contra del SARS-CoV-2. Esto ha permitido, como nunca antes, la producción masiva de vacunas en diferentes partes del globo que han sido autorizadas para ser inoculadas entre la población, lo que podría cambiar el rumbo de los acontecimientos durante el año 2021. “El tiempo es diabólico, pero la velocidad es divina” reza un mural de Silicon Valley. Amanecerá y veremos.