2018, año electoral en Colombia y México

2018, año electoral en Colombia y México

Ambos recorren un camino para decidir entre reafirmarse en la experiencia de su pasado reciente, tomar la decisión de dar un paso adelante o escoger cambios moderados

Por: Ángel Ramírez Pineda
marzo 20, 2018
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2018, año electoral en Colombia y México

Una característica del año electoral es que los políticos, en busca del voto popular se esmeran por decir lo que las mayorías quieren escuchar. Basta no más con analizar los discursos de todos los candidatos presidenciales en Colombia y en México, donde la coyuntura política hoy por hoy es muy similar. Sin embargo, los discursos que endulzan los oídos de los electores no corresponden siempre a la realidad de los gobiernos y, en algunos, casos, esa realidad resulta inesperadamente favorable.

Los candidatos punteros en ambos países, a la fecha, provienen de sectores que representan las antípodas del otro: En Colombia, Gustavo Petro, exalcalde de Bogotá y reconocido líder de izquierdas, tiene un 22% de la intención del voto según las encuestas, seguido, con una diferencia casi inexistente, por el candidato de la extrema derecha, Iván Duque; en México, Andrés Manuel López Obrador, exalcalde del DF y líder del partido de izquierda Movimiento de Regeneración Nacional - Morena, se consolida como el posible ganador con el 37% de la intención de voto, seguido, en las encuestas más fiables, por José Antonio Meade, candidato del partido en el poder que logra el 28%.

Ambos países tienen gobiernos ligados con graves escándalos de corrupción y violaciones a los derechos humanos, por supuesto, matizado por la particularidad colombiana ocasionada por el proceso de paz con las Farc, que contiene el escándalo que podría desatar el homicidio sistemático de líderes sociales y campesinos, ante un gobierno que se hace el de la vista gorda e incluso niega lo que está a la vista de todos. Ambos países buscan renovar un poder ejecutivo desprestigiado, con candidatos que están lejos de aportar prestigio a la institucionalidad o resultan insípidos para el electorado. No es extraño que muchos colombianos y mexicanos se sientan al borde de un abismo, donde, lo que queda por hacer, como lo dijera Fox en su discurso de posesión hace 18 años, es dar un paso adelante.

En México, a diferencia de Colombia, el resultado puede ser más impredecible: su sistema electoral permite que el que tenga la votación mayoritaria se haga con la presidencia de la Federación, mientras que nuestro sistema político obliga a una nueva elección con los dos candidatos más votados, si el ganador de la contienda no obtuvo más del 50% de los sufragios. Eso nos permite predecir que, mientras el candidato de la izquierda mexicana podría hacerse con el poder, en Colombia, aún cuando Petro ganara la primera vuelta, sería estruendosamente derrotado en la segunda elección por una coalición de fuerzas de derecha que frenaría su avance.

Sin embargo, ambas naciones tienen alternativas razonables, que podrían derrotar el poder tradicional sin generar resquemores en los sectores más conservadores, garantizando el orden público y la estabilidad política. Colombia tiene tiene a Sergio Fajardo, un candidato de una coalición de centro que plantea un programa alternativo de gobierno, lejano de los postulados de la derecha y apartado del planteamiento de la izquierda que fracasó en la capital del país, no por falta de pertinencia sino por corrupción, falta de capacidad de gobierno y ejecución. Igualmente Ricardo Anaya, un político mexicano relativamente joven, que relevó del liderazgo del PAN a Felipe Calderón y Vicente Fox —quienes terminaron fundando su propia colectividad y apoyando al gobierno de Enrique Peña Nieto—, con una coalición que involucra a sectores de la centro derecha y la izquierda socialdemócrata, le plantea otro camino al pueblo mexicano.

El problema de estos dos candidatos parece ser comunicativo. Aunque las encuestas les dan amplias posibilidades al situarlos de segundos o terceros en el certamen electoral, no logran superar el escollo de la polarización que causan los protagonistas del debate: El eterno candidato, crítico del sistema con discurso populista, ese que lanza uno que otro disparate en cada plaza que logra llenar —como sugerir una economía sin petroleo ni minería o prometer un plebiscito presidencial cada dos años para refrendar el gobierno—; enfrentado al heredero de todos los males del gobierno actual, del anterior y del anterior al anterior.

Ambos candidatos de centro han elegido como su consigna el “Se Puede”, que posicionan como un mantra ante el escepticismo del público decepcionado de la conducta de los políticos a diestra y siniestra;  pero la gente no deja de preguntarles ¿qué es lo que dicen que se puede? Los programas de reformas que ambos candidatos le plantean sus naciones parecen demasiado ligeros para algunos y, para otros, han sacrificado lo necesario para optar por lo realizable. Mientras tanto, en el debate que cada día se pone más intenso, pareciera que la gente huye a las razones y se decanta por el recital de consignas que más atiza su emoción, sea esta la indignación, la venganza, el odio o, el más popular de todos: el miedo.

El 2018 es un año en que dos países latinoamericanos que son economías importantes para la región, recorren un camino juntos para decidir entre reafirmarse en la experiencia de su pasado reciente, tomar la decisión de dar un paso adelante cuando te encuentras frente al abismo o escoger los cambios moderados. Vale la pena decir que seguir como vamos no es una opción, y que las caídas pueden resultar mortales.

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