Estamos en un mundo enfermo. Me atrevería a decir que estamos padeciendo una enfermedad terminal. No otra cosa están manifestando los síntomas que estamos viendo con estupor. En el 2016 ocurrieron tragedias indecibles y acontecimientos insólitos, en Colombia y en el mundo entero. Parece como si los truenos del apocalipsis estuvieran tocando sus trompetas a las puertas de la Tierra. Todos andan patas arriba confundidos como en la torre de Babel. Algo parecido a lo que le pasó a Gregorio Samsa cuando amaneció convertido en un escarabajo deforme. Estamos en plena “Metamorfosis”.
Primero fue el Brexit en Inglaterra anunciando la próxima desintegración de la Unión Europea; luego se vino el plebiscito con el No a los acuerdos de paz, y, posteriormente, como aparecido de un sombrero de mago, resultó electo Donald Trump como Presidente de los EEUU, contra todas las expectativas de las mayorías que aún no alcanzan a vislumbrar las implicaciones económicas, sociales y políticas de estos acontecimientos.
Parece como si el arranque del Siglo XXI estuviera signado con los carros de fuego del profeta Elías, anunciando el fin de las utopías, de los sueños y de los valores construidos con tanto esfuerzo por la civilización milenaria de la humanidad.
Un avión cae por falta de gasolina a cinco minutos del Aeropuerto José María Córdoba, en Rionegro Ant. , después de haber sobrevolado esperando pista de aterrizaje de la torre de control, dejando 71 muertos, y seis sobrevivientes que aún no salen del asombro.
Una niña indígena de 7 años de edad, Yuliana Samboní, desplazada del departamento del Cauca, es secuestrada en un barrio popular de Bogotá, y luego violada, torturada y asesinada en un lujoso apartamento de la capital, por un joven y bien apuesto arquitecto de familia rica y noble de este país.
Muere el comandante de la Revolución Cubana a los 90 años de edad, dejando en la incertidumbre los desarrollos políticos y económicos de la Isla, y en el laberinto del desconcierto, el modelo de socialismo para el Siglo 21.
En Venezuela, “la rica, la mil veces rica, la humeante de petróleo”, se profundiza la crisis económica, política y social por el bloqueo económico y por el cáncer de la corrupción que se incrustó en el poder.
En Brasil, la más grande y poderosa nación del continente latinoamericano, la crisis institucional, moral y política, sigue adelante sin perspectivas de solución, a tal punto que su Presidenta, Dilma Rouseff, fue destituida para remplazarla por el más corrupto representante del “Establecimiento”.
Y en Colombia, los sectores democráticos celebran el discurso del Presidente Juan Manuel Santos en Noruega, con motivo del recibimiento del premio Nobel de Paz, esperando ilusionados el Fast track para la implementación del Nuevo Acuerdo de Paz.
Sin embargo la guerra en Siria continúa con toda su barbaridad, y, mientras tanto, en Colombia, siguen asesinando líderes sociales y defensores de los Derechos Humanos que luchan por la paz.
Todo parece indicar que el “Siglo 20, cambalache, problemático y febril”, es un pálido reflejo de lo que será el Siglo 21.
“No hay tristeza comparable a la del hombre”, como decía el filósofo. Estamos en el corazón de las tinieblas.