20 de julio: ¿independencia de España? Sí. ¿Democracia? ¡Nada!

20 de julio: ¿independencia de España? Sí. ¿Democracia? ¡Nada!

"La independencia, conseguida hace dos siglos largos, está hoy en tela de juicio, por la intromisión de los Estados Unidos en todo el manejo de la política económica"

Por: Alvaro Francisco Morales
julio 21, 2017
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20 de julio: ¿independencia de España? Sí. ¿Democracia? ¡Nada!

La historia colombiana registra que el 20 de julio de 1810 se produjo lo que se conoce como “el grito de Independencia” de los criollos de Santa Fe, la sede del Virreinato de la Nueva Granada. Sesenta y tres años después de este suceso, el 8 de mayo de 1873, el Congreso de Estados Unidos de Colombia, mediante la Ley 60, decretó oficialmente día festivo para la República el 20 de julio, como aniversario de la proclamación de la independencia nacional.

Sin embargo, pasados más de dos siglos del proceso independentista, persiste una discusión acerca de si el documento que se conoce como “Acta de Independencia”, suscrito por los protagonistas de los sucesos del 20 de julio en Santa Fe, constituye una real declaración de independencia, por cuanto en él sus autores manifiestan lealtad a Fernando VII, mientras que, de otro lado, se conoce que, dos semanas después de los hechos de Santa Fe, el 6 de agosto de 1810, los más prestantes criollos de Mompox, con Pantaleón Germán Ribón, José María Salazar, Vicente y José María Gutiérrez de Piñeres a la cabeza, proclamaron un acta en la que declaran su independencia frente a la Provincia de Cartagena, al Virreinato de la Nueva Granada y al reino de España. Algo similar sucedió en otras importantes poblaciones de la Nueva Granada, como Santiago de Cali, que proclamó el 3 de julio de 1810 su independencia de la Gobernación de Popayán, o Cartagena de Indias, que declaró independencia total de España el 11 de noviembre de 1811.

Pero, apartándonos un poco de si las actas redactadas por los patriotas declaraban o no expresamente que con sus decisiones y sus actos notificaban que ya no seguirían siendo una colonia sometida a la monarquía española, el desarrollo de los acontecimientos posteriores que se sucedieron en la Nueva Granada y en las restantes colonias españolas de América a partir de esta convulsionada segunda década del siglo XIX, muestran a las claras que sí había entre los sectores más ilustrados y las capas medias de la población americana un sentimiento de inconformidad con la dominación de los peninsulares y que, en efecto, su principal objetivo era acabar con el dominio español y asumir ellos directamente los destinos de estas provincias; sabido es también que tal sentimiento venía expresándose desde las postrimerías del siglo XVIII, y que tales expresiones alcanzaron formas insurreccionales como los levantamientos comuneros en 1781 en varias de las provincias neogranadinas, insurrecciones sofocadas sangrientamente, pero nunca extinguidas sus llamas de rebeldía, que renacieron en la primera década del siguiente siglo.

Ese sentimiento de inconformidad heredado de los comuneros derivó en deseo de independencia frente a España y conquista de la autonomía política, un deseo cultivado durante varios años por los criollos de familias adineradas que alcanzaron altos niveles educativos y se conectaron con las ideas esparcidas en Europa por los abanderados de la Ilustración, por los protagonistas y los herederos de la Revolución Francesa, y en esos años convulsivos por los propios españoles que luchaban contra la dominación napoleónica. Fue precisamente la invasión francesa, el sometimiento a que fueron llevados los españoles y sus estallidos de rebeldía los que hicieron aflojar las riendas de la dominación chapetona en sus colonias y dieron ánimo a los criollos para decidirse a dar la batalla, con el pretexto de que se levantaban contra la dominación de José Bonaparte, razón por la cual los dirigentes del alzamiento veintejuliero de Santa Fe incluyeron en su acta la fidelidad al Rey.

Si algo hicieron bien los patriotas americanos fue conseguir la independencia frente a España, por la cual sostuvieron con los ejércitos españoles una guerra que se prolongó por casi una década, de la que emergieron victoriosos. Pero la Independencia de las colonias españolas en América, a pesar de formar parte de la Revolución Burguesa Mundial que instauró definitivamente en Occidente el sistema capitalista, no significó para esta parte de América el advenimiento, con todos sus juguetes -como dicen ahora-, del capitalismo. ¿Qué sucedió? Al formar los primeros gobiernos posteriores al 20 de julio, se inició la confrontación entre quienes querían conservar el statu quo heredado de los españoles, en especial por ser los usufructuarios de títulos monárquicos de propiedad de enormes extensiones de tierra  y quienes pugnaban por reformas democráticas sustanciales; tal confrontación, conocida como la Patria Boba, permitió la reconquista española, que obligó a los bandos criollos a unirse de nuevo para enfrentar y derrotar a los peninsulares. La guerra de independencia fue capitaneada por destacados personajes de las dos clases sociales más poderosas de los criollos: los latifundistas y los comerciantes, y habiendo resultado ambos victoriosos, una vez desalojados del poder los españoles, se reanudó la pugna entre los dos bandos nacionales por el control del naciente Estado independiente.

¿Cuál era el escenario socioeconómico después del triunfo de la Independencia? De un lado, la propiedad de la tierra concentrada en manos de unos pocos latifundistas siguió igual, pues las familias terratenientes, criollos con títulos heredados desde los primeros tiempos de la colonia, apoyaron los ejércitos patriotas con dinero, armas y esclavos que sirvieron como soldados a la causa. De esta manera se aseguraron de que la revolución triunfante no tocara nunca sus propiedades. Estos latifundistas fueron la base social de la creación, a mediados del siglo XIX, del partido conservador. De otro lado, los ricos comerciantes de las pocas ciudades existentes, quienes fueron los mayores aportantes de recursos para la guerra de independencia, se aseguraron el control político de la nueva nación, e intentaron infructuosamente, durante el resto del siglo, instaurar un moderno Estado que introdujera en la joven república el desarrollo del floreciente sistema capitalista. Los comerciantes y sus proyectos modernizadores dieron origen, también a mediados del siglo XIX, al partido liberal.

No ocurrió en Colombia, ni en el resto del territorio americano colonizado por los españoles y emancipado a lo largo del siglo XIX, el mismo fenómeno que caracterizó la independencia de los territorios del norte de América colonizados por Inglaterra, que fue la construcción de un pujante sistema económico y social basado en el desarrollo industrial acelerado y en la implantación del modelo Farmer de producción agrícola, que rápidamente dieron pie al más moderno desarrollo capitalista del hemisferio occidental. No se produjo aquí ese mismo desarrollo capitalista, sino que durante todo el siglo XIX las guerras civiles por el control del poder político de la nación en construcción se originaron en la lucha por eliminar el latifundio improductivo para desarrollar un modo capitalista de producción, que nunca logró triunfar; de hecho el siglo XIX culminó con la guerra “de los mil días” de la cual salió victorioso el partido conservador, el partido de los terratenientes, que implantó una hegemonía durante los primeros treinta años del siglo XX y por supuesto mantuvo intacta la estructura de corte feudal que aún imperaba en lo relativo a la propiedad de la tierra.

Y el resto del siglo, con el control asumido por los Estados Unidos desde que nos propinó un zarpazo para llevarse a Panamá, no le fue posible tampoco a Colombia culminar el proceso de modernización capitalista que debiera haberse iniciado con la revolución de independencia. El desarrollo que se consiguió a lo largo del siglo, con el advenimiento de una burguesía industrial incipiente y unos importantes contingentes de obreros, estuvo en lo fundamental ligado a las necesidades, intereses e imposiciones de los Estados Unidos.

En la década final del siglo XX, y tres lustros y medio que llevamos de recorrido en el siglo XXI, como todos saben, nuestra economía ha estado enmarcada en el proceso internacional de la globalización, el nombre eufemístico de la imposición, a escala universal, de la etapa de mayor control del capitalismo monopolista, a cuya cabeza se sostiene aún, pese a sus crisis recurrentes, Estados Unidos. El escaso desarrollo de nuestro aparato productivo nacional conseguido en el siglo anterior se ha venido a menos con la aplicación, a ultranza, de los Tratados de Libre Comercio, que han arruinado la producción agropecuaria casi hasta su exterminio y han hecho retroceder de forma dramática la producción industrial, hasta llevarnos hoy a las puertas de una gran recesión.

A todo este trasegar socioeconómico de frustración de los anhelos de desarrollo y bienestar de las mayorías nacionales a lo largo de dos siglos, le han correspondido unos procesos políticos que dan cuenta del poder que en cada momento han ejercido quienes controlan los hilos invisibles de la economía. Una democracia maltrecha, cuyas reglas han sido plasmadas en constituciones políticas que se acomodan a los intereses de los poderosos, aunque se redacten en un lenguaje de apariencia libertaria, es lo que ha predominado a lo largo de todo el período que se conoce como la República, que llega hasta hoy sin mayores modificaciones en lo que tiene que ver con el control hegemónico de unas pocas familias que han venido traspasándoselo en forma hereditaria, generación tras generación, a través de dos partidos políticos que se han fragmentado y han mutado de nombres, pero que siguen siendo lo mismo, o peor, porque hoy están invadidos por el cáncer de la corrupción, que ha hecho metástasis a todos los tejidos del poder público y no pocos del entramado de los grandes capitales privados. En resumen, la democracia en Colombia es algo que tiene más de apariencia que de realidad.

Y para finalizar, la independencia, conseguida hace dos siglos largos, está hoy en tela de juicio, por la intromisión de los Estados Unidos en todo el manejo de la política económica y por el avance que han tenido en los negocios locales los capitales europeos, especialmente españoles, que con su enorme poder de corrupción son capaces de poner a su servicio el aparato estatal nacional, como se ha demostrado en los últimos años.

Pareciera entonces que la mejor forma de celebrar la independencia declarada hace 207 años es empeñarnos en un nuevo proceso de emancipación, esta vez de los Estados Unidos,  y en la consecución plena de la esquiva democracia, para ejecutar las tareas de modernización, desarrollo y bienestar eternamente aplazadas y caminar hacia una nueva sociedad. Para ello tenemos que prescindir de los mismos personajes, partidos y programas que siempre nos han gobernado, para construir proyectos y alianzas con los nuevos partidos y movimientos, y con todos aquellos que estén hastiados del actual estado de cosas; como dice el senador Jorge Robledo, debemos unirnos todos los que estamos “mamados de los mismos con las mismas”, para cambiar el país. En 2018 tenemos la oportunidad de comenzar con esta gran tarea.

 

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