La masacre de El Salado fue una mezcla entre el terrorismo de Estado, la tergiversación de los medios de desinformación y el olvido del pueblo colombiano.
En diciembre del año 1999 un helicóptero se paseó por el cielo de El Salado (Bolívar) arrojando panfletos, en los cuales decían: “Cómanse las gallinas y los carneros y gocen todo lo que puedan este año porque no van a disfrutar más”.
Todos se alertaron ante esta amenaza, a excepción de las autoridades y los dirigentes políticos de la región. El 16 de febrero del año 2000 paramilitares, exmilitares y militares activos rodearon El Salado para evitar que la población escapara. Más de 450 hombres armados irrumpieron al pueblo con la orden de destrozar todo lo encontraran en el camino.
El sonido de las balas a la distancia anunció la llegada de los terroristas. Cientos de personas decidieron huir y esconderse en ese momento, quienes lo hicieron, tuvieron que resistir el hambre durante la semana que duró la masacre. Aquellos que no lograron escapar fueron víctimas de la tortura y la muerte; a los sobrevivientes solo les quedó, en la memoria, el peso y la herida de un cruel recuerdo.
Expulsaron a todas las personas de sus viviendas y las obligaron a reunirse en la plaza del pueblo, frente a la iglesia. Con el sonido de las gaitas y los tambores, los paramilitares dieron inicio al que se convertiría en uno de los asesinatos masivos más grandes del siglo XXI en Colombia.
A las mujeres las ataron a los árboles e hicieron fila para violarlas, no conformándose con eso, introdujeron por sus órganos genitales distintos objetos como alambres y palos para torturarlas porque, según ellos, las mujeres del pueblo eran las amantes de los guerrilleros.
Cortaron las orejas de quien se les antojó, jugaron al ahorcado; amarrando una soga al cuello de la persona, atesando por los dos extremos. Golpearon y dispararon a quien quisieron, todo lo anterior por diversión.
Ese sangriento espectáculo lo repitieron día a día durante una semana; mientras tanto, los familiares de quienes se encontraban en el pueblo se aglomeraron en la carretera preocupados por lo que ocurría ahí, pero, el ejército les prohibió el paso, ni siquiera la Cruz Roja Internacional pudo pasar. Esto prueba la relación que hubo entre los paramilitares y sectores criminales de la fuerza pública.
Los medios de comunicación tergiversaron la noticia, ejemplo de ello fue una entrevista que realizó Darío Arizmendi a Carlos Castaño en el Programa Cara a Cara de Caracol Televisión, en la cual el paramilitar dijo que lo que había ocurrido fue un “enfrentamiento con la guerrilla” y esa fue la versión que los medios promotores del paramilitarismo difundieron. De inmediato justificaron la masacre e hicieron ver a las víctimas como “guerrilleros caídos en combate”.
El presidente durante esa época, Andrés Pastrana, nunca se preocupó por rechazar estos actos sangrientos y los gobiernos siguientes se caracterizaron por su olvido a las víctimas. Muchos sobrevivientes huyeron del pueblo, engrosando las cifras del desplazamiento. El pueblo colombiano olvidó esta masacre, prueba de ello es que los autores intelectuales y los partidos políticos involucrados continúan siendo elegidos por el voto popular para gobernar.
Pocas veces se habla del terrorismo de Estado en Colombia, y cuando se hace, olvidamos decir la posición ideológica de los autores de la violencia.