Las imágenes de las balaceras y los centenares de relatos de lo ocurrido el 17 y 16 de octubre del 2002 en las calles de este barrio empinado de Medellín permanecen intactas. Un Álvaro Uribe recién posesionado en agosto de ese año, un general Óscar Montoya empoderado con su alfil en el terreno, el general Gallego; las balaceras, los 88 muertos, el terraplén de La Escombrera con restos humanos de más de 300 personas por identificar, Todo eso es cierto pero lo que aparece a primera vista es otra cosa.
Las escaleras eléctricas recorridas por decenas de extranjeros, los murales o el metrocable que se descuelga por las casas de ladrillo pelado arrumadas contra la montaña parecen ser la fachada de otra realidad.
El 4 de julio mataron a Arley, al sobrino de James Zuluaga. Una semana antes el joven de 23 años había narrado la amenaza de un policía “y me decía que él iba a hacer el levantamiento mío, en una semana lo iba a hacer”. Ese mismo día llegué a Medellín con su teléfono en mano buscando localizarlo intentando saber que había ocurrido. Nunca respondió. Insistí, pero solo lo localicé al día siguiente. Con la voz serena me contó que estaba ocupado arreglando todo para el entierro de Arley, pero con gusto nos podíamos ver cuando terminara de hacer las vueltas. Me respondió sin tapujos.
Uno concluye que en la comuna 13 los jóvenes cargan con una lápida en la espalda solo porque son jóvenes. No importa si están metidos en alguna banda o no. Pero el miedo toca dejarlo en la casa como cuenta James porque todos los días toca trabajar.
Entrevistarlo ahora tenía otro sentido. Quedamos de hablar en el Cementerio La América, un lugar transformado por la misma comuna para hacerle frente a las balas.
La memoria de los muertos no reposa en sus tumbas, sino en los murales que les recuerda a los visitantes las operaciones militares y paramilitares que los han desaparecido y asesinado durante tantos años.
Pero como si no hubiera otro camino hacia la verdad, el ángel del silencio en un gesto divino, pide por los que reposan en el lugar. Fue escogido por la misma gente como la voz que les indica todos los días en dónde hay que buscar. Su mano izquierda no señala al cielo, su índice petreo se dirige hacia la escombrera indicando tumba de quiénes no han logrado morir en paz. Algo extraño a James le da tranquilidad ese lugar: